Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
Hace
dos siglos, el 15 de diciembre de 1819, Simón Bolívar dictó en el Congreso de Angostura, lo que
podría definirse una auténtica cátedra de sociología política, cuando definió
un gobierno
perfecto como aquél capaz de proporcionar a su pueblo “la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social
y la mayor suma de estabilidad política”.
La
búsqueda de la felicidad individual y
colectiva, ha sido una quimera en todas partes y en las diferentes épocas
de la historia universal, de manera que no pareciera extraordinaria como
consigna en el Siglo XIX. Pero incluir el concepto de seguridad social, cuando actualmente no hemos sido capaces de
proporcionarla, entendiéndola como todo un sistema a través del cual el Estado
moderno puede garantizar el bienestar de la sociedad, es decir, del individuo y
su familia para hoy y para cuando deba retirarse de la vida productiva laboral,
es de admirar. Bolívar la incluyó además, magistralmente, en el artículo 6 de
la Constitución Política del Estado de Venezuela, sancionada el 15 de agosto de
1819 como producto de ese Congreso.
Pero
el genio de Bolívar no carga demagógicamente al Estado, la responsabilidad exclusiva de garantizar la
seguridad social, porque sabe que sería irrealizable de esa manera. Al
contrario, al tipificar el dispositivo crea la corresponsabilidad del
trabajador, imponiendo que “la
sociedad desconoce a quien no procura la felicidad general; a quien no se ocupa
en aumentar con su trabajo, talentos, o industria, las riquezas y comodidades
propias, que colectivamente forman la prosperidad nacional”.
Hablar de
la necesidad de estabilidad política, cuando apenas había concluido la Campaña
Libertadora de Nueva Granada, con la Batalla de Boyacá (07 de agosto de 1819),
ícono de la emancipación de Colombia y, dos años antes de la Batalla de
Carabobo (24 de junio de 1821) que representaría la libertad de Venezuela, es
reservado para hombres grandes, a quienes Dios proveyó de cualidades innatas,
después desarrolladas por ellos mismos. Son los auténticos estadistas.
Rememoro
a Simón Bolívar y su concepción del buen gobierno, como antítesis de quienes hoy
nos dirigen. Bien sabemos que el pueblo hoy no es feliz, no puede serlo porque no
tiene garantizadas sus necesidades básicas de alimentos, vestidos, trabajo, servicios
públicos, educación y en esas condiciones no puede crearse un ambiente de
bienestar colectivo.
La
ausencia de estabilidad política se puede graficar fácilmente en Venezuela, con
la existencia paralela de los órganos cabeza de los Poderes Públicos. Independientemente
del sustento legal y de que, en la práctica, uno de ellos no ejerce el poder
efectivamente, es indudable que el
gobierno y la oposición formal, reconocen mutuamente la existencia de dos
Asambleas, como órgano máximo del
Legislativo. Juan Guaidó es aceptado como Presidente de Venezuela en sesenta
países del mundo, entre ellos Estados Unidos, la Unión Europea y los
principales de América.
La
felicidad del pueblo, como producto del bienestar público, se mide hoy con la
Encuesta Inmaver Gallup, la cual para diciembre del 2019, coloca al presidente
Nicolás Maduro con un rechazo del 82%, más alto incluso que el señor Jimmy
Morales, un actor de televisión Presidente de Guatemala desde el 14 de enero del
2016, hasta el mismo día y mes del 2020, quien alcanzó el 76% del rechazo
popular.
Ese
rechazo generalizado se fundamenta, por supuesto, en un mal gobierno, que por
interpretación en contrario a lo dicho por Bolívar, sería aquél que nos
proporciona la mayor suma de infelicidad; que genera la mayor crisis de
inseguridad social y produce la máxima inestabilidad política. Pero si buscamos una causa primaria, tendríamos
que señalar al esguince evidente entre la formación política de los venezolanos,
su cultura histórica y la doctrina que se le trata de imponer, a la fuerza.
Nuestros
gobernantes hoy, lejos de fortalecer el Estado propugnando la unidad nacional
lo fraccionan, conduciéndolo sin convencerlo
y bajo la apariencia de estado de Derecho, al socialismo como concepto político
y al comunismo, como doctrina económica.
El socialismo es centralismo,
concentración de los Poderes y unipartidismo, todo lo contrario a los
postulados de la CN99 y al mandato popular.
Decía
Juan Pablo II que el comunismo nos roba el alma. Interpreto de sus palabras que
el comunismo conlleva la degradación del hombre. El comunismo es una pandemia, pero
desgraciadamente es un mal siempre latente en nuestra América.
No
deja de preocupar cómo el principal precandidato demócrata de Estados Unidos,
el senador Bernie Sanders inicia su
campaña pregonando admiración por
Fidel Castro, quien sumió a Cuba en la más espantosa crisis política y
económica vivida en el hemisferio occidental, durante la última mitad del siglo pasado y principios del actual.
Sus palabras alarman y obligan a revisar
la situación actual de los gobiernos en todo el continente. Nada puede tenerse
como consolidado. Dios bendiga a Venezuela!
Todo correcto, como siempre, cátedra de lo que es y debe hacerse, Gracias por enviarmelo
ResponderEliminarGracias Don Jesus por compartir, confiados en Dios que saldremos de este muy mal paso para nuestro pais
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