lunes, 18 de mayo de 2020

Requerimos cambio urgente y pacífico de gobierno.

Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp

El mundo y para nosotros, Venezuela especialmente, están urgidos de una revolución. El sólo término genera  escozor porque exceptuando la Francesa en 1789, donde se salió de un sistema monárquico absolutista para adentrarse en la República, bajo la inspiración de los Derechos Fundamentales del Hombre las demás, en general, han sido signadas por un pronunciado retroceso en la evolución como sociedad, como pueblo.
La Revolución Rusa, de 1917, que puede dividirse en las etapas  de febrero y la Bolchevique supone el fin del zarismo pero trajo, como consecuencia, una guerra civil y después de 70 años terminó  lo que se suponía constituía una vitrina de exhibición del sistema socialista, sin mayores logros porque la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas debió dividirse y Rusia, como país central de la Federación no da muestras actualmente de mayores avances sociales y económicos.
En América la Revolución mexicana contra el presidente general Porfirio Díaz, encabezada por Francisco Madero, Pancho Villa y Emiliano Zapata, de corte agrarista a partir de 1910, ocasionó igualmente una guerra civil sin que se hayan resuelto los problemas que la originaron, porque están latentes los conflictos de tierras y el latifundio. Permanecen las pronunciadas diferencias sociales entre los mexicanos,  lo que a su vez generó gigantesco tráfico de estupefacientes.
La Revolución Cubana abanderada por Fidel Castro en 1958, ha sumido a la isla de Cuba en la más terrible pobreza, su población se diseminó fuera de sus fronteras especialmente hacia Estados Unidos, sin que sean ciertos los logros que pregona en educación y salud, como se refleja incluso de los datos estadísticos que se logran conseguir.
La Revolución Bolivariana transformó el país próspero y democrático de finales de siglo XX, en un Estado fallido, sin instituciones sólidas ni producción agropecuaria, el parque industrial público y privado diezmado,  la moneda y en general la economía deteriorada en extremo, infraestructura urbana y rural al borde del colapso. La población dispersándose por el mundo por el hambre y las abrumadoras carencias del país para trabajar y vivir en paz.
Sin embargo, aplicando apropiadamente una revolución entendida como un cambio rápido y sustancial en las estructuras políticas y económicas de una región, se justifica pensar en ella. Ese cambio no tiene que ser mediante el uso de las armas. La llamada Revolución Bolivariana empezó a gestarse después del triunfo electoral de 1999, no el 4 de febrero de 1992, que debe verse como golpe militar fracasado.
El mundo entero será otro después de comprobar que un simple virus fue capaz de paralizarlo. Ese hecho constituye un hito histórico y nos hará entender que todo tiene que ser cambiado, revisado y rediseñado.
En el planeta Tierra habrá de hacer una revolución pacífica dedicando mayores recursos para producir alimentos y educar a la población. La riqueza debe orientarse más hacia el fomento del trabajo creador que para guerras y conflictos. Los países desarrollados tendrán que ser solidarios con el tercer mundo. Deberá buscarse modos de hacer fluir  créditos soportables por los países pobres; habrá de protegerse más el ambiente; plantar árboles, potabilizar las aguas y llevarlas a los centros urbanos y dentro de estos, a todos los barrios y urbanizaciones.
El Vaticano acaba de publicar un libro llamado La vida después de la pandemia([i]), en cuyo Prefacio el cardenal Michael Czerny, SJ, aboga por la necesidad de revisar los salarios y emolumentos deprimidos del sector salud y de muchos emigrantes explotados, que prestan servicios esenciales frente a algunos trabajos no esenciales, con ingresos abultados.
Venezuela tiene que empezar por poner fin a esta revolución Bolivariana, porque como antes dije, ha hecho mucho daño y no tiene posibilidades de mejorar, por el perfil de los protagonistas y el sistema propuesto. Para ello es necesario definir algunos escenarios:
1.- No creo en las armas ni la violencia como medio de enderezar el conflicto político. La solución debe provenir del texto constitucional. No somos un país guerrerista, capaz de seguir las vías de la primavera árabe, quienes aún no consiguen enrumbarse a pesar de su idiosincrasia.
2.- Nos corresponde a los propios venezolanos trazar y conseguir el objetivo final de derrotar al actual régimen. El principal problema, según mi manera de analizar la situación, ha sido considerar que la oposición está conformada por un solo grupo, con diferentes propuestas, porque así se produce la sensación que existe discrepancia entre ella, no reflejando la idea de uniformidad de propósito y ello trae como consecuencia desazón, desaliento e inacción. Es necesario entonces deslastrarse de los grupos que no comulguen con el liderazgo principal por ser mayoritario y el programa que se escoja para enrumbar definitivamente a Venezuela. 
3.- La forma de escoger el liderazgo y Programa de acción único, es mediante una consulta al Poder Popular. Los grupos que no resulten favorecidos, participan por separado ese es un derecho. Si recordamos en la llamada Cuarta República había un candidato de gobierno y varios de oposición, con aspirante y programas separados. En esa forma se evita que el gobierno proyecte la falsa idea que está dialogando, cuando en realidad lo hace con un sector más cercano a él que a la oposición.
4.- El grupo liderado por el diputado Luís Parra, quien se prestó a dividir la Asamblea Nacional el 5 de enero del corriente año, no puede considerarse como opositor. Sí tiene derecho a participar en la vida pública pero como sector oficialista o ecléctico. Cierto que el niega ese hecho tan aparente,  pero no sólo son pruebas fehacientes la testimonial y la documental. Su grupo no ha podido demostrar ante la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, la nómina de diputados incorporados legalmente en su fecha como para que pudiera deliberar y aprobar el Directorio de la Asamblea Nacional, en este su último período constitucional. Eso es determinante de su proceder incorrecto, porque como materia que es de Derecho Público, es él quien tiene la carga probatoria.
5.- Es legítima la ayuda que pueden dispensarnos los demás países, especialmente Estados Unidos y los vecinos latinoamericanos, quienes han condenado públicamente el régimen. La   Carta Democrática Interamericana firmada en Lima, el 11 de septiembre del 2001, expresamente establece que Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla. La democracia es esencial para el desarrollo social, político y económico de los pueblos de las Américas”.
También el respaldo de la Unión Europea, está aprobado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que en el país se violentan los Derechos Humanos y por otra parte, está demostrado que el Poder Ejecutivo controla totalmente los otros Poderes Públicos y, que está cuestionada la legitimidad del  presidente Nicolás Maduro, no sólo por el hecho de las elecciones anticipadas de mayo del 2018, con los principales líderes y partidos políticos inhabilitados, sino por haber impedido el legítimo proceso del referendo revocatorio en el 2016, con la actuación de unos jueces sin competencia ni jurisdicción.
Todas estas circunstancias nos colocan frente a la necesidad de una revolución pacífica para cambiar las estructuras de poder actual en Venezuela, porque ya la población no aguanta más las circunstancias de vida, traducidas en la falta de servicios públicos básicos como agua, alimentación, gas y otros esenciales como combustible. Dios proteja a Venezuela.


18/05/2020.



([i]) Librería Editrice Vaticana.

3 comentarios:

  1. Me gusta este artículo, una vez más su autor nos lleva a mirar nuestra realidad.

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  2. Grafias,con mucho aprecio yf mi aceptación a este buen informe que nos habla del deber ser.

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