Jesús A. Jiménez
Peraza.
@jesusajimenezp
El mundo y para nosotros, Venezuela
especialmente, están urgidos de una revolución. El sólo término genera escozor porque exceptuando la Francesa en
1789, donde se salió de un sistema monárquico absolutista para adentrarse en la
República, bajo la inspiración de los Derechos Fundamentales del Hombre las
demás, en general, han sido signadas por un pronunciado retroceso en la
evolución como sociedad, como pueblo.
La Revolución Rusa, de 1917,
que puede dividirse en las etapas de
febrero y la Bolchevique supone el fin del zarismo pero trajo, como
consecuencia, una guerra civil y después de 70 años terminó lo que se suponía constituía una vitrina de exhibición
del sistema socialista, sin mayores logros porque la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas debió dividirse y Rusia, como país central de la
Federación no da muestras actualmente de mayores avances sociales y económicos.
En América la Revolución
mexicana contra el presidente general Porfirio Díaz, encabezada por Francisco
Madero, Pancho Villa y Emiliano Zapata, de corte agrarista a partir de 1910,
ocasionó igualmente una guerra civil sin que se hayan resuelto los problemas
que la originaron, porque están latentes los conflictos de tierras y el latifundio.
Permanecen las pronunciadas diferencias sociales entre los mexicanos, lo que a su vez generó gigantesco tráfico de
estupefacientes.
La Revolución Cubana
abanderada por Fidel Castro en 1958, ha sumido a la isla de Cuba en la más
terrible pobreza, su población se diseminó fuera de sus fronteras especialmente
hacia Estados Unidos, sin que sean ciertos los logros que pregona en educación
y salud, como se refleja incluso de los datos estadísticos que se logran
conseguir.
La Revolución Bolivariana
transformó el país próspero y democrático de finales de siglo XX, en un Estado
fallido, sin instituciones sólidas ni producción agropecuaria, el parque
industrial público y privado diezmado,
la moneda y en general la economía deteriorada en extremo,
infraestructura urbana y rural al borde del colapso. La población dispersándose
por el mundo por el hambre y las abrumadoras carencias del país para trabajar y
vivir en paz.
Sin embargo, aplicando
apropiadamente una revolución entendida como un cambio rápido y sustancial en
las estructuras políticas y económicas de una región, se justifica pensar en
ella. Ese cambio no tiene que ser mediante el uso de las armas. La llamada
Revolución Bolivariana empezó a gestarse después del triunfo electoral de 1999,
no el 4 de febrero de 1992, que debe verse como golpe militar fracasado.
El mundo entero será otro
después de comprobar que un simple virus fue capaz de paralizarlo. Ese hecho constituye
un hito histórico y nos hará entender que todo tiene que ser cambiado, revisado
y rediseñado.
En el planeta Tierra habrá
de hacer una revolución pacífica dedicando mayores recursos para producir
alimentos y educar a la población. La riqueza debe orientarse más hacia el
fomento del trabajo creador que para guerras y conflictos. Los países
desarrollados tendrán que ser solidarios con el tercer mundo. Deberá buscarse
modos de hacer fluir créditos
soportables por los países pobres; habrá de protegerse más el ambiente; plantar
árboles, potabilizar las aguas y llevarlas a los centros urbanos y dentro de
estos, a todos los barrios y urbanizaciones.
El Vaticano acaba de
publicar un libro llamado La vida después
de la pandemia([i]), en
cuyo Prefacio el cardenal Michael Czerny, SJ, aboga por la necesidad de revisar
los salarios y emolumentos deprimidos del sector salud y de muchos emigrantes
explotados, que prestan servicios esenciales frente a algunos trabajos no
esenciales, con ingresos abultados.
Venezuela tiene que empezar
por poner fin a esta revolución Bolivariana, porque como antes dije, ha hecho
mucho daño y no tiene posibilidades de mejorar, por el perfil de los
protagonistas y el sistema propuesto. Para ello es necesario definir algunos
escenarios:
1.- No creo en las armas ni la violencia como medio de
enderezar el conflicto político. La solución debe provenir del texto
constitucional. No somos un país guerrerista, capaz de seguir las vías de la primavera árabe, quienes aún no
consiguen enrumbarse a pesar de su idiosincrasia.
2.-
Nos corresponde a los
propios venezolanos trazar y conseguir el objetivo final de derrotar al actual
régimen. El principal problema, según mi manera de analizar la situación, ha
sido considerar que la oposición está conformada por un solo grupo, con
diferentes propuestas, porque así se produce la sensación que existe
discrepancia entre ella, no reflejando la idea de uniformidad de propósito y
ello trae como consecuencia desazón, desaliento e inacción. Es necesario
entonces deslastrarse de los grupos que no comulguen con el liderazgo principal
por ser mayoritario y el programa que se escoja para enrumbar definitivamente a
Venezuela.
3.-
La forma de escoger el
liderazgo y Programa de acción único, es mediante una consulta al Poder
Popular. Los grupos que no resulten favorecidos, participan por separado ese es
un derecho. Si recordamos en la llamada Cuarta República había un candidato de
gobierno y varios de oposición, con aspirante y programas separados. En esa forma
se evita que el gobierno proyecte la falsa idea que está dialogando, cuando en
realidad lo hace con un sector más cercano a él que a la oposición.
4.-
El grupo liderado por el
diputado Luís Parra, quien se prestó a dividir la Asamblea Nacional el 5 de
enero del corriente año, no puede considerarse como opositor. Sí tiene derecho
a participar en la vida pública pero como sector oficialista o ecléctico.
Cierto que el niega ese hecho tan aparente, pero no sólo son pruebas fehacientes la
testimonial y la documental. Su grupo no ha podido demostrar ante la Sala
Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, la nómina de diputados
incorporados legalmente en su fecha como para que pudiera deliberar y aprobar
el Directorio de la Asamblea Nacional, en este su último período
constitucional. Eso es determinante de su proceder incorrecto, porque como
materia que es de Derecho Público, es él quien tiene la carga probatoria.
5.-
Es legítima la ayuda que
pueden dispensarnos los demás países, especialmente Estados Unidos y los
vecinos latinoamericanos, quienes han condenado públicamente el régimen.
La Carta Democrática Interamericana firmada en
Lima, el 11 de septiembre del 2001, expresamente establece que “Los pueblos de América tienen
derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y
defenderla. La democracia es esencial para el desarrollo social, político y
económico de los pueblos de las Américas”.
También el respaldo de la
Unión Europea, está aprobado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
que en el país se violentan los Derechos Humanos y por otra parte, está
demostrado que el Poder Ejecutivo controla totalmente los otros Poderes
Públicos y, que está cuestionada la legitimidad del presidente Nicolás Maduro, no sólo por el
hecho de las elecciones anticipadas de mayo del 2018, con los principales
líderes y partidos políticos inhabilitados, sino por haber impedido el legítimo
proceso del referendo revocatorio en el 2016, con la actuación de unos jueces
sin competencia ni jurisdicción.
Todas
estas circunstancias nos colocan frente a la necesidad de una revolución
pacífica para cambiar las estructuras de poder actual en Venezuela, porque ya
la población no aguanta más las circunstancias de vida, traducidas en la falta
de servicios públicos básicos como agua, alimentación, gas y otros esenciales
como combustible. Dios proteja a Venezuela.
Excelente su sartículo. Felicitaciones.
ResponderEliminarMe gusta este artículo, una vez más su autor nos lleva a mirar nuestra realidad.
ResponderEliminarGrafias,con mucho aprecio yf mi aceptación a este buen informe que nos habla del deber ser.
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