Jesús
A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp

Definir la justicia es una labor
complicada. Encerrar dentro de los límites de una definición un valor con
tantas aristas, que van desde lo humano a lo divino, es materialmente
imposible. Los romanos la describieron como “dar
a cada quien cuanto le corresponde” y ese concepto, en general, es aceptado
por la doctrina en el Derecho comparado no por estar enteramente de acuerdo,
sino porque no se consigue otro que lo
supere, pero a veces damos cuanto le corresponde a alguien y sentimos que no
cumplimos debida y apropiadamente con el mandato y, al contrario, negárselo y creer
que hemos sido justos.
Cuando los hombres, básicamente sus
operadores directos, trasgreden el valor justicia por miedo o por haber caído
ante una oferta pecuniaria, se enfrentan a una penta vergüenza, a un monstruo con cinco cabezas cada una
capaz de devorarlo. En primer lugar ante
sí mismo, los seres humanos siempre han querido emular a los dioses, competir
con quienes se reservaron la potestad de
administrar justicia y en consecuencia,
cuando el hombre la impone mal siente haber
sido derrotado en esa misión concreta,
con la gravedad que aunque el único testigo es su propia conciencia, de
ella no puede esconderse. No valen en este caso ni tan siquiera las mieles proporcionadas
por la prebenda recibida, siendo un claro ejemplo el caso de Judas y sus
monedas de oro, las cuales en vez de satisfacción le recordaban su acto injusto
o reprochable, conduciéndolo al suicidio.
En segundo lugar, se siente vergüenza ante la sociedad, quien confió plenamente
depositando en su mano la altísima función de administrar justicia porque lo
sintió digna de ella y ahora la traiciona. Tercero, ante un grupo social más
reducido pero quizás más importante anímicamente para el transgresor, como es
su familia y sus amigos. En este grupo se siente mayor vergüenza porque es
constante, a lo mejor silencioso y sin
reclamos, pero siempre está allí latente
el reproche. En la cuarta esfera, la
vergüenza es ante el proponente del soborno que causa la transgresión, a quien a veces incluso se
le considera el responsable principal
del acto deliberadamente injusto. Al
verlo, se siente vergüenza por haber haberle permitido la
imposición, es como el amo que enrostra la obligación de obediencia
incondicional al esclavo. En quinto lugar, el infractor siente un vergonzoso
y justificado sentimiento de culpa ante la persona o grupo que sufre las
consecuencias de la decisión indebida, porque
obviamente es la víctima inocente, el doliente por la acción u omisión oculta tras el antifaz de la justicia
aparente.
Con el debido respeto, pero debo
decirlo. Esa penta vergüenza la vi reflejada hace algunos días en el rostro de
una de las rectoras del Consejo Nacional Electoral, cuando era entrevistada en
un canal de televisión. En sus respuestas llenas de contradicciones, ambigüedades, de supuestos y de dudas, se
manifestaba el apocamiento producto de la ausencia de la fortaleza moral que produce actuar
correctamente. Con sus gestos trataba de ocultar una verdad o callar una opinión que quería
decir pero no podía, por estar entrampada en una vorágine para la cual no está
preparada. Imagino, es lo humano, es lo
natural, que en las mismas circunstancias está todo el grupo que ella integra.
Deben estar recordando cuando se iniciaron en sus cargos y el orgullo henchido
porque la vida les deparó la posibilidad de servir a sus semejantes, a
Venezuela. La película debe pasar por episodios posteriores cuando les
exigieron aprobar algún acto secundario, de relativamente poca trascendencia y cuando
esa pequeña falta se les solicitaba como un favor al portavoz, para el partido
o en bien del país. Se deben sentir
ahora en un estadio donde ya no se le pide el favor para ejecutar un acto insignificante, sino donde se le exige
e impone una orden que puede traer consecuencias muy graves para una sociedad
de la cual forman parte. Veo a la entrevistada e intuyo a sus colegas indefensas
ante el monstruo de las cinco cabezas. Que Dios las proteja!
Excelente Articulo. Mas claro imposible. Felicitaciones
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