Jesús
A. Jiménez Peraza
@jesusajimenezp
El 01 de mayo de 1957, estando en todo
su vigor el régimen dictatorial del general Marcos Pérez Jiménez, los púlpitos
de las catedrales, templos e iglesias del país se estremecieron con la lectura
por los párrocos de la Carta Pastoral del arzobispo de Caracas, monseñor Rafael
Arias Blanco, quien admitía la transformación que estaba viviendo el país y el
paso de una Venezuela rural, caracterizada por su producción agrícola y
pecuaria en pequeña escala, al gran desarrollo urbanístico e industrial donde
la economía se perfilaba hacia el área petrolera y minera, a tal punto que ya
la Organización de Naciones Unidas, había registrado en sus documentos públicos
el aumento de la producción per cápita en Venezuela por encima de Alemania,
Holanda, Italia y Australia, quienes por supuesto, estaban aún afectados
integralmente por la pos guerra. Sin embargo, resaltaba la Carta Pastoral, que
ese cambio no significaba la mejoría en
los estándares de vida de los trabajadores nacionales, quienes gozaban de un
salario insuficiente para el goce y disfrute de sus derechos más elementales.
En efecto, reviso para la redacción de estas reflexiones una Encuesta
Agropecuaria elaborada por el Ministerio de Agricultura y Cría concluida en
1956, donde se determina que de 30.000.000 millones de hectáreas aptas para la
agricultura, 22.000.000 millones estaban en manos del 1,70% de los productores.
Otro dato resaltante es que el 75% de los trabajadores del campo eran
aparceros, arrendatarios, ocupantes precarios o con otra forma de posesión
frágil, lo que daba plena razón al prelado. El salario de los obreros urbanos y
el ingreso de los rurales, estaba muy por debajo del requerido para el sustento
familiar digno.
El gobierno reaccionó fuertemente ante
las advertencias contenidas en el documento, debido a la circunstancia que la
Iglesia había venido adoptando como política, durante el transcurso del Siglo
XX, dejar hacer y dejar pasar sin
enfrentar las gestiones de los distintos gobiernos, como forma de fortalecerse
institucionalmente. Además fue considerada la Pastoral y, en efecto lo era, como una réplica al discurso
pronunciado pocos días antes por el presidente Pérez Jiménez ante el Congreso
Nacional, anunciando un conjunto de obras de infraestructura urbana y vial, más
el hipotético bienestar de la clase obrera gracias al establecimiento de “un salario
vital”.
El
13 de enero del 2017, en la Centésima Séptima Asamblea Plenaria Ordinaria del
Episcopado Venezolano, los Obispos y Arzobispos de Venezuela producen una
Exhortación Pastoral, con la denominación “Jesucristo Luz y Camino para
Venezuela”, donde describen e interpretan como muy crítica la situación que en
todos los órdenes vive el país, ponen sobre el tapete sin ambages la realidad
económica, asistencial y social, con problemas concretos como ver a tantos hermanos
nuestros hurgar en la basura en búsqueda de comida, el deterioro extremo de la
salud pública, la alta desnutrición de los niños y la ideologización en la educación. No
escapa la denuncia ante el altísimo nivel de inflación y consecuencialmente, la
pérdida del poder adquisitivo, la corrupción generalizada sin castigo, la
violencia e inseguridad. En materia
política, la Pastoral Jesucristo Luz y Camino Para Venezuela, denuncia la
obstrucción del Referendo Revocatorio y de las gestiones constitucionales de la
Asamblea Nacional; rechaza el intento gubernamental de tratar de imponer un
sistema totalitario, el llamado Plan de la Patria y el Socialismo del Siglo
XXI, no obstante su fracaso universal. Pero la Iglesia a través de sus pastores
no se queda en la denuncia, sino que abunda en propuestas para construir una nueva Venezuela que surge de los mandatos
bíblicos de fácil y directa interpretación; nos llama a generar iniciativas innovadoras que motiven a “esperar contra toda
esperanza”, a construir una convivencia libre, justa y fraterna, a ser
protagonistas del presente y del futuro. Clama este augusto documento
pastoral por la construcción de un canal
humanitario internacional, para aliviar nuestras necesidades colectivas y pone
a disposición su infra estructura interna para coadyuvar en soluciones,
conjuntamente con los laicos. En fin, exhorta al colectivo a la elaboración de
un proyecto común para reactivar el aparato colectivo, fortalecer el Estado de
Derecho, reconciliarnos y fomentar la honestidad y responsabilidad en la vida
pública.
Era
totalmente diferente la Venezuela de 1957 a la de hoy, por lo menos en el
aspecto macroeconómico. El país era un
polo de atracción para las inversiones extranjeras y para recursos humanos, a
tal punto que incrementó en poco tiempo, su población de 4.000.000 a 6.000.000
de habitantes. La infraestructura vial, escolar y sanitaria era conservada,
mejorada e incrementada, dentro de los proyectos de grandes obras. No justifico,
por supuesto, la política de abandono a los más necesitados, a los eternos
excluidos sociales y a la represión en las calles y las cárceles para los
opositores de entonces. Actualmente nos hemos convertido en un país de
emigrantes; con absoluto deterioro en los servicios educativos y sanitarios;
sin mantenimiento de calles y
carreteras; sin norte en la ejecución de políticas públicas; somos
mayoritariamente un país conformista que se ilusiona con la obtención de la Tarjeta de la Patria, donde no se
producen alimentos básicos y se importan deficientemente; hoy la ilusión de la
renta petrolera se diluye cada día, al igual que las esperanzas.
Aunque las circunstancias son
diferentes las dos Cartas Pastorales tienen la misma justificación, el mismo
fin y soporte teleológico y de allí la identidad entre ambas, puesto están fundadas en la
doctrina social de una Iglesia con más de dos mil años de trajinar, que tiene
como norte la justicia social, el bien común y la luz ofrecida por Jesucristo,
en quien confiamos plenamente. Dios nos cuide a todos!
26/01/2017
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