jueves, 26 de enero de 2017

Dos pastorales, dos momentos y un fin.


Jesús A. Jiménez Peraza

@jesusajimenezp

Resultado de imagen para iglesia catolica          El 01 de mayo de 1957, estando en todo su vigor el régimen dictatorial del  general     Marcos Pérez Jiménez, los púlpitos de las catedrales, templos e iglesias del país se estremecieron con la lectura por los párrocos de la Carta Pastoral del arzobispo de Caracas, monseñor Rafael Arias Blanco, quien admitía la transformación que estaba viviendo el país y el paso de una Venezuela rural, caracterizada por su producción agrícola y pecuaria en pequeña escala, al gran desarrollo urbanístico e industrial donde la economía se perfilaba hacia el área petrolera y minera, a tal punto que ya la Organización de Naciones Unidas, había registrado en sus documentos públicos el aumento de la producción per cápita en Venezuela por encima de Alemania, Holanda, Italia y Australia, quienes por supuesto, estaban aún afectados integralmente por la pos guerra. Sin embargo, resaltaba la Carta Pastoral, que ese  cambio no significaba la mejoría en los estándares de vida de los trabajadores nacionales, quienes gozaban de un salario insuficiente para el goce y disfrute de sus derechos más elementales. En efecto, reviso para la redacción de estas reflexiones una Encuesta Agropecuaria elaborada por el Ministerio de Agricultura y Cría concluida en 1956, donde se determina que de 30.000.000 millones de hectáreas aptas para la agricultura, 22.000.000 millones estaban en manos del 1,70% de los productores. Otro dato resaltante es que el 75% de los trabajadores del campo eran aparceros, arrendatarios, ocupantes precarios o con otra forma de posesión frágil, lo que daba plena razón al prelado. El salario de los obreros urbanos y el ingreso de los rurales, estaba muy por debajo del requerido para el sustento familiar digno.
          El gobierno reaccionó fuertemente ante las advertencias contenidas en el documento, debido a la circunstancia que la Iglesia había venido adoptando como política, durante el transcurso del Siglo XX,  dejar hacer y dejar pasar sin enfrentar las gestiones de los distintos gobiernos, como forma de fortalecerse institucionalmente. Además fue considerada la Pastoral y, en  efecto lo era, como una réplica al discurso pronunciado pocos días antes por el presidente Pérez Jiménez ante el Congreso Nacional, anunciando un conjunto de obras de infraestructura urbana y vial, más el hipotético bienestar de la clase obrera gracias al establecimiento de “un salario vital”.
El 13 de enero del 2017, en la Centésima Séptima Asamblea Plenaria Ordinaria del Episcopado Venezolano, los Obispos y Arzobispos de Venezuela producen una Exhortación Pastoral, con la denominación “Jesucristo Luz y Camino para Venezuela”, donde describen e interpretan como muy crítica la situación que en todos los órdenes vive el país, ponen sobre el tapete sin ambages la realidad económica, asistencial y social, con problemas concretos como ver a tantos  hermanos nuestros hurgar en la basura en búsqueda de comida, el deterioro extremo de la salud pública, la alta desnutrición de los niños y  la ideologización en la educación. No escapa la denuncia ante el altísimo nivel de inflación y consecuencialmente, la pérdida del poder adquisitivo, la corrupción generalizada sin castigo, la violencia  e inseguridad. En materia política, la Pastoral Jesucristo Luz y Camino Para Venezuela, denuncia la obstrucción del Referendo Revocatorio y de las gestiones constitucionales de la Asamblea Nacional; rechaza el intento gubernamental de tratar de imponer un sistema totalitario, el llamado Plan de la Patria y el Socialismo del Siglo XXI, no obstante su fracaso universal. Pero la Iglesia a través de sus pastores no se queda en la denuncia, sino que abunda en propuestas para construir una nueva Venezuela que surge de los mandatos bíblicos de fácil y directa interpretación; nos llama a generar iniciativas innovadoras que motiven a “esperar contra toda esperanza”, a construir una convivencia libre, justa y fraterna, a ser protagonistas del presente y del futuro. Clama este augusto documento pastoral  por la construcción de un canal humanitario internacional, para aliviar nuestras necesidades colectivas y pone a disposición su infra estructura interna para coadyuvar en soluciones, conjuntamente con los laicos. En fin, exhorta al colectivo a la elaboración de un proyecto común para reactivar el aparato colectivo, fortalecer el Estado de Derecho, reconciliarnos y fomentar la honestidad y responsabilidad en la vida pública.
Era totalmente diferente la Venezuela de 1957 a la de hoy, por lo menos en el aspecto macroeconómico.  El país era un polo de atracción para las inversiones extranjeras y para recursos humanos, a tal punto que incrementó en poco tiempo, su población de 4.000.000 a 6.000.000 de habitantes. La infraestructura vial, escolar y sanitaria era conservada, mejorada e incrementada, dentro de los proyectos de grandes obras. No justifico, por supuesto, la política de abandono a los más necesitados, a los eternos excluidos sociales y a la represión en las calles y las cárceles para los opositores de entonces. Actualmente nos hemos convertido en un país de emigrantes; con absoluto deterioro en los servicios educativos y sanitarios; sin mantenimiento de  calles y carreteras; sin norte en la ejecución de políticas públicas; somos mayoritariamente un país conformista que se ilusiona con la obtención de la Tarjeta de la Patria, donde no se producen alimentos básicos y se importan deficientemente; hoy la ilusión de la renta petrolera se diluye cada día, al igual que las esperanzas.
          Aunque las circunstancias son diferentes las dos Cartas Pastorales tienen la misma justificación, el mismo fin y soporte teleológico y de allí la identidad entre ambas, puesto están fundadas en la doctrina social de una Iglesia con más de dos mil años de trajinar, que tiene como norte la justicia social, el bien común y la luz ofrecida por Jesucristo, en quien confiamos plenamente. Dios nos cuide a todos!

           
26/01/2017

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