A mi
amigo el Dr. Ramón Pérez Linárez, dedico.
El vocablo democracia es equívoco, etimológicamente no puede variar por sus
raíces griegas que significan poder del
pueblo, pero es obvio que se adapta a circunstancias de tiempo, lugar y
modo, razón por la cual no siempre lo interpretamos en el mismo sentido.
Entre Platón y Aristóteles,
en la antigua Grecia, aunque ambos la concebían como contraposición a la monarquía
o concentración del poder en una sola persona, el rey, existía una evidente
diferencia ya que el primero la definía
como el ejercicio del gobierno por la multitud, es decir, por la mayoría
numéricamente considerada, mientras Aristóteles la concebía como una mayoría
calificada intelectualmente, acercándose más al concepto de aristocracia.
Al final del absolutismo
francés y como centro de la Revolución de 1789, se le dio un sentido más
sociológico para resaltar los derechos fundamentales del hombre,
propiedad, libertad e igualdad, contenidos indefectiblemente dentro del
concepto. Si Fernando XVI hubiese sabido captar las pretensiones populares,
reconociendo y permitiendo el ejercicio de estos derechos, seguramente su
gobierno y con él la monarquía, no
hubiese terminado de forma abrupta.
Por su etimología el término
democracia va íntimamente ligado a la idea
del poder, aunque pocas personas piensan en éste como camino para servir a sus
semejantes, que es precisamente de quienes dimana la fuerza. A la mayoría no
les interesa su ejercicio efectivo, el cual considera más como una carga que le
impide sus quehaceres rutinarios. Esto explica la falta de candidatos para dirigir
una junta de condominios, asociación de vecinos, colegios gremiales o
sindicatos. Tampoco parece que le interesa mucho a la gente común la forma de organización
social, aunque si es reclamante activa contra quien restrinja, dificulte o
prohíba el ejercicio de sus libertades y derechos individuales.
Podría entender el concepto
de sociedad democrática auspiciada por nuestra Constitución, cuando la
imposición de la conducta la haga el pueblo hacia los gobernantes y no al
revés, como es el caso actual de Venezuela.
La primera Constitución del
siglo XX (1901) reconoce que la soberanía reside en el pueblo, pero que éste no gobierna sino a través de sus
mandatarios para poder garantizar la libertad y el orden. Era difícil para una
Venezuela recién salida de montoneras y caudillos, que pudiera permitirse el
ejercicio de una democracia directa.
En 1961, se reconoce que el
gobierno de Venezuela es y será siempre democrático, acompañando la definición
con adjetivos, que aprecio como los que realmente la configuran y fortalecen: La
responsabilidad y alternación, que implican permitir y auspiciar el control recíproco
de los Poderes Públicos; proveer los
servicios básicos a la población, para lo cual deben ser administrados con
honestidad los ingresos del Estado y, evitar la dañina permanencia en el poder de
una misma persona o grupo. Muchas fallas comenzaron a presentarse en nuestro sistema
democrático durante la segunda mitad del siglo XX, que afectaban esas características.
Ellas fueron oportunamente diagnosticadas, recomendándose correctivos por varios líderes,
sin que hubiesen sido acatadas trayendo esas lluvias de entonces, una gran tempestad.
Ese virus se fue agravando
y cual cáncer maligno, hizo metástasis. El pueblo comenzó a buscar y consiguió, como los israelitas en el éxodo, un becerro de
oro a quien seguir y en poco tiempo nuestra democracia quedó vacía, sin la
responsabilidad y alternación previstas. Hoy conseguimos un Parlamento
desconocido por los demás Poderes del Estado, sin que se hubiesen producido dos
votos de censura contra el Vicepresidente Ejecutivo, única causa constitucional
para su disolución; una Sala Electoral que en vacaciones y sin cumplir los
requisitos formales para dictar una cautelar, evaporó la mayoría calificada que el pueblo de Venezuela había aprobado para
la conformación de la Asamblea Nacional; la Sala Constitucional, conformada con
magistrados designados sin el debido proceso declaró inconstitucionales todas
las leyes dictadas por el Poder Legislativo, sin elementos de hecho y Derecho
sustentables. Fue distorsionado el orden democrático cuando se permitió que
sendas medidas preventivas dictadas por jueces sin jurisdicción, que jurídicamente
implica mayor gravedad que la incompetencia, desconocieran el derecho del pueblo venezolano
a solicitar, tempestiva y debidamente como lo hizo, el referendo revocatorio
contra el Presidente de la República y que éste, a su vez, ilegítimamente, convocara a una Asamblea Nacional
Constituyente, acto que corresponde de manera exclusiva y excluyente al titular
de la soberanía. Todos estos actos, entre otros, cumplidos por el gobierno del
presidente Maduro o bajo su dirección, han herido nuestro sistema democrático,
el cabal funcionamiento del Estado y su estructura como Nación.
No es posible saber,
imaginar siquiera, que puede pasar en Venezuela, aunque el dolor físico y
espiritual de unos y la justificada angustia de todos lo presienten. Sólo puedo
afirmar que la mayoría de nuestro pueblo es democrático conforme a nuestra concepción
histórica, tanto en el sentido platónico como en el aristotélico y tanto en
el campo político como jurídico.
Creo no debe repetirse que
estamos en el lado correcto de la historia, ella implica hechos pasados y por
ende fácil de analizar y atinarle porque ya los conocemos. Por convicción, el pueblo de Venezuela está ubicado en el lado
correcto para labrar su futuro, ahora lleno de esperanza y fe. Dios proteja al pueblo de Venezuela y juzgue a
quienes la oprimen!.
jesusjimenezperaza@gmail.com
24/07/2017
Gracias por la dedicatoria, excelente analisis.
ResponderEliminarChuveto
Chebeto saludos, como siempre, atinadas reflexiones. Gracias¡
ResponderEliminarComo siempre mi apreciado Dr. un puntual y certéro análisis! Un saludo a la distancia! Alfonso ochoa
ResponderEliminar