Jesús
A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
Transcurren los últimos días para la
culminación de una inédita y singular campaña electoral, cumplida dentro de lo que a todas luces, es
la etapa política más importante en la historia de Venezuela. A estas alturas no
estamos discutiendo una forma de reordenar al Estado; la viabilidad o no del
socialismo como oferta electoral o como sistema económico impuesto a medias,
por los Presidentes del Siglo XXI; ni la pobreza en la cual están sumidos los
habitantes de la República y sus consecuencias inmediatas y mediatas; la
destrucción de nuestras industrias, fincas agropecuarias y la infraestructura
vial y urbana o el menoscabo de los servicios; o sobre la independencia
orgánica de los Poderes Públicos. No,
nada de eso, los dirigentes políticos tradicionales, de alta alcurnia y los de
base, están discerniendo entre votar o
no votar. Lo más extraño resulta que las razones que un ilustre grupo de
venezolanos argumenta para hacerlo, otro conjunto connotado de nacionales da,
para no sufragar.
Lo que realmente quiero expresar,
angustiado por la crítica situación del país y sin negar por un momento, que
puedo estar equivocado en mi enfoque, sobre no prestar mi consentimiento para ir a un
proceso convocado por autoridad a quien no le corresponde hacerlo, en
condiciones de tiempo y modo distintos a lo tradicional y contrariando dos
elementos en los cuales me había enfocado para la búsqueda de un camino:
candidato de consenso y programa denso, suficientemente difundido y aprehendido
por la mayoría significativa del pueblo venezolano, lo materializo en dos
figuras, el símbolo de infinito (∞) porque
realmente la dirección de los dos grupos que protagonizan estos días en curso, semejan
serpientes que se muerden la cola, cuando vuelven siempre sobre raídos
argumentos que a estas alturas no han
convencido, obviamente, ya no convencerán sobre la necesidad de sufragar o de
abstenerse. La otra imagen que viene a mi mente es la de un mexicano, que no es
mexicano sino latinoamericano, que ya murió pero aún vive en el corazón de
todos, Cantinflas, único a quien aunque no le entendamos algunos planteamientos
logra el fin perseguido, hacernos reír. No es una ofensa, al menos no es mi
intención, atribuirle a nuestra dirigencia de ambos sectores la utilización de
un lenguaje cantinflérico, vocablo
admitido por la Real Academia, al contrario, es el reconocimiento de haber
logrado una comunicación directa con el pueblo, lo que siempre es un atributo
para los hombres públicos. Un conocido articulista, a quien califico como sesudo
ideólogo en nuestra política vernácula, comentaba hace pocos días en un
programa meridiano de opinión, que no tenemos que preocuparnos por la
Constituyente instalada si gana Falcón, porque ella es como un cascarón vacío,
que tiene la naturaleza de un Ministerio desmantelado donde sus integrantes
andan deambulando esperando instrucciones. Insisto que uno de los problemas
graves si gana Henry Falcón es precisamente ese cuerpo que en conjunto pudiera
ser como dice el opinador, pero los hilos que lo mueven son férreos, saben que
buscan, donde van, lucen apoyados por la fuerza y eso pudiera constituirse en
una grave y definitiva decepción para el pueblo de Venezuela. Creo que después
de tanta tragedia merecemos un poco más de respeto de nuestra dirigencia y de los
formadores de opinión en este país. Hay gente que piensa, que discierne, que observa y sufre, merecedores de
esperanzas o de realidades sustentables.
De las pocas ideas sueltas esbozadas
durante la campaña, me parece harto contraproducente que el oficialismo ofrezca
continuar con lo que ha hecho durante los últimos dieciocho años, seguir
repartiendo unas pensiones cada vez mayores en dígitos pero con menor valor
adquisitivo. Se requieren mientras escribo, tres pensiones de amor mayor para
adquirir un kilo de carne o de queso. Esas ayudas pudieran ser paliativos en
una economía normal donde los beneficiarios pueden coetáneamente, recurrir al
tinglado laboral ordinario pero no en esta absurda donde no se produce autárquicamente porque
todo se trae de fuera, con unas divisas que no tenemos. Tampoco se entiende la
oferta que a partir del día 21 de mayo comenzará el resurgir de la economía
nacional. Cualquiera tiene derecho a preguntarse por qué no comenzó antes de la
debacle, incluso cuando ejercimos liderazgo en muchos países del Tercer Mundo,
recibíamos cuantiosos préstamos que debieron invertirse apropiadamente y
vendíamos petróleo por encima de 100$/barril.
Es indudable que se impone una serie
de debates entre los candidatos. Esas ofertas del presidente Maduro, por un
lado y la dolarización de nuestra economía, unida a la incorporación del sector
privado a la industria petrolera como propuestas de Henry Falcón, deben ser
explicadas y discutidas a fondo, aunque la última es tema recurrente desde la
nacionalización en 1976, existen hoy unas previsiones constitucionales que la
impiden o dificultan y por tanto, deben ser analizadas suficientemente. Este
debate es el modo, el medio apropiado de
hacernos decidir entre votar o no votar. No podemos pretender salir de
este marasmo, mientras nuestro soliloquio es si Maduro es colombiano o Falcón
chavista, encerrados en el ser o no ser
del Hamlet de Shakespeare o si la tarjeta que debemos recibir es en
bolívares inorgánicos, o en dólares, que no tenemos.
El candidato Henry Falcón debe
explicar claramente cómo va a restituir la institucionalidad, es decir, el equilibrio y fuerza autónoma de los
Poderes del Estado, que a mi manera de ver las cosas es nuestro problema mayor.
Obviamente este tema no existe para el presidente Maduro, para quien el Consejo
Nacional Electoral, el Tribunal Supremo de Justicia y la Contraloría General de
la República, están ejerciendo a plenitud sus funciones constitucionales y sin
injerencia alguna del Ejecutivo. Reconozco haberme equivocado cuando hace
algunos meses escribí que era imposible un choque de trenes en nuestro sistema
democrático, porque cada órgano público tenía su propio riel que nunca se
cruzan, hoy acepto mi romanticismo y cómo me dediqué a tejer una utopía, en
soñar con aquella sociedad ideal descrita por Tomás Moro, tan perfecta que se
hizo inexistente. Al menos reconozco mi error, lo que me permite solicitar
claridad de exposición en los actores principales y secundarios de una parodia
constituida por este proceso electoral, que a la par de ser el más importante
de nuestra historia es el más vacío. Dios proteja a Venezuela.
03/05/2018.
Chubeto: y después de la farsa, la realidad se impondrá: el aire de cambio y la necesidad imperiosa tendrán la palabra. Un abrazo.
ResponderEliminarAl parecer los candidatos, no tienen ni idea de como defender sus posiciones.
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