miércoles, 2 de mayo de 2018

Serpientes que se muerden la cola.

Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp

          Transcurren los últimos días para la culminación de una inédita y singular campaña electoral,  cumplida dentro de lo que a todas luces, es la etapa política más importante en la historia de Venezuela. A estas alturas no estamos discutiendo una forma de reordenar al Estado; la viabilidad o no del socialismo como oferta electoral o como sistema económico impuesto a medias, por los Presidentes del Siglo XXI; ni la pobreza en la cual están sumidos los habitantes de la República y sus consecuencias inmediatas y mediatas; la destrucción de nuestras industrias, fincas agropecuarias y la infraestructura vial y urbana o el menoscabo de los servicios; o sobre la independencia orgánica  de los Poderes Públicos. No, nada de eso, los dirigentes políticos tradicionales, de alta alcurnia y los de base, están discerniendo entre  votar o no votar. Lo más extraño resulta que las razones que un ilustre grupo de venezolanos argumenta para hacerlo, otro conjunto connotado de nacionales da, para no sufragar.
          Lo que realmente quiero expresar, angustiado por la crítica situación del país y sin negar por un momento, que puedo estar equivocado en mi enfoque, sobre  no prestar mi consentimiento para ir a un proceso convocado por autoridad a quien no le corresponde hacerlo, en condiciones de tiempo y modo distintos a lo tradicional y contrariando dos elementos en los cuales me había enfocado para la búsqueda de un camino: candidato de consenso y programa denso, suficientemente difundido y aprehendido por la mayoría significativa del pueblo venezolano, lo materializo en dos figuras, el símbolo de infinito (∞)   porque realmente la dirección de los dos grupos que protagonizan estos días en curso, semejan serpientes que se muerden la cola, cuando vuelven siempre sobre raídos argumentos que  a estas alturas no han convencido, obviamente, ya no convencerán sobre la necesidad de sufragar o de abstenerse. La otra imagen que viene a mi mente es la de un mexicano, que no es mexicano sino latinoamericano, que ya murió pero aún vive en el corazón de todos, Cantinflas, único a quien aunque no le entendamos algunos planteamientos logra el fin perseguido, hacernos reír. No es una ofensa, al menos no es mi intención, atribuirle a nuestra dirigencia de ambos sectores la utilización de un lenguaje cantinflérico, vocablo admitido por la Real Academia, al contrario, es el reconocimiento de haber logrado una comunicación directa con el pueblo, lo que siempre es un atributo para los hombres públicos. Un conocido articulista, a quien califico como sesudo ideólogo en nuestra política vernácula, comentaba hace pocos días en un programa meridiano de opinión, que no tenemos que preocuparnos por la Constituyente instalada si gana Falcón, porque ella es como un cascarón vacío, que tiene la naturaleza de un Ministerio desmantelado donde sus integrantes andan deambulando esperando instrucciones. Insisto que uno de los problemas graves si gana Henry Falcón es precisamente ese cuerpo que en conjunto pudiera ser como dice el opinador, pero los hilos que lo mueven son férreos, saben que buscan, donde van, lucen apoyados por la fuerza y eso pudiera constituirse en una grave y definitiva decepción para el pueblo de Venezuela. Creo que después de tanta tragedia merecemos un poco más de respeto de nuestra dirigencia y de los formadores de opinión en este país. Hay gente que piensa, que discierne,  que observa y sufre, merecedores de esperanzas o de realidades sustentables.
          De las pocas ideas sueltas esbozadas durante la campaña, me parece harto contraproducente que el oficialismo ofrezca continuar con lo que ha hecho durante los últimos dieciocho años, seguir repartiendo unas pensiones cada vez mayores en dígitos pero con menor valor adquisitivo. Se requieren mientras escribo, tres pensiones de amor mayor para adquirir un kilo de carne o de queso. Esas ayudas pudieran ser paliativos en una economía normal donde los beneficiarios pueden coetáneamente, recurrir al tinglado laboral ordinario pero no en esta absurda  donde no se produce autárquicamente porque todo se trae de fuera, con unas divisas que no tenemos. Tampoco se entiende la oferta que a partir del día 21 de mayo comenzará el resurgir de la economía nacional. Cualquiera tiene derecho a preguntarse por qué no comenzó antes de la debacle, incluso cuando ejercimos liderazgo en muchos países del Tercer Mundo, recibíamos cuantiosos préstamos que debieron invertirse apropiadamente y vendíamos petróleo por encima de 100$/barril.
          Es indudable que se impone una serie de debates entre los candidatos. Esas ofertas del presidente Maduro, por un lado y la dolarización de nuestra economía, unida a la incorporación del sector privado a la industria petrolera como propuestas de Henry Falcón, deben ser explicadas y discutidas a fondo, aunque la última es tema recurrente desde la nacionalización en 1976, existen hoy unas previsiones constitucionales que la impiden o dificultan y por tanto, deben ser analizadas suficientemente. Este debate es el modo, el medio apropiado de  hacernos decidir entre votar o no votar. No podemos pretender salir de este marasmo, mientras nuestro soliloquio es si Maduro es colombiano o Falcón chavista, encerrados en el ser o no ser  del Hamlet de Shakespeare o si la tarjeta que debemos recibir es en bolívares inorgánicos,   o en dólares, que no tenemos.
          El candidato Henry Falcón debe explicar claramente cómo va a restituir la institucionalidad, es decir,  el equilibrio y fuerza autónoma de los Poderes del Estado, que a mi manera de ver las cosas es nuestro problema mayor. Obviamente este tema no existe para el presidente Maduro, para quien el Consejo Nacional Electoral, el Tribunal Supremo de Justicia y la Contraloría General de la República, están ejerciendo a plenitud sus funciones constitucionales y sin injerencia alguna del Ejecutivo. Reconozco haberme equivocado cuando hace algunos meses escribí que era imposible un choque de trenes en nuestro sistema democrático, porque cada órgano público tenía su propio riel que nunca se cruzan, hoy acepto mi romanticismo y cómo me dediqué a tejer una utopía, en soñar con aquella sociedad ideal descrita por Tomás Moro, tan perfecta que se hizo inexistente. Al menos reconozco mi error, lo que me permite solicitar claridad de exposición en los actores principales y secundarios de una parodia constituida por este proceso electoral, que a la par de ser el más importante de nuestra historia es el más vacío. Dios proteja a Venezuela.
03/05/2018.

2 comentarios:

  1. Chubeto: y después de la farsa, la realidad se impondrá: el aire de cambio y la necesidad imperiosa tendrán la palabra. Un abrazo.

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  2. Al parecer los candidatos, no tienen ni idea de como defender sus posiciones.

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