Jesús A.
Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
Es necesario mirar el retrovisor de la
historia, para ver a través de nuestras lágrimas reflejadas en primer plano,
personajes, conductas y episodios similares sucedidos años atrás, en este mismo
o en otros lugares. No es sólo cuestión de remover dolores, sino de conseguir
ejemplos y orientaciones.
Luis XVI fue el último representante del
Absolutismo francés, era muy mala persona y pésimo gobernante. No supo manejar
la Hacienda Pública; fue torpe en el manejo de las exportaciones de productos
agrícolas, primera fuente de ingresos del reino; permitió enormes gastos
superfluos a su esposa María Antonieta de Austria, todo lo cual produjo que
Francia, quedara sumida en la bancarrota. Su popularidad mermó además, porque
ordenó la detención de todos los pobladores que osaran cazar en sus predios,
que era todo el reino, venados y conejos para alimentar a sus hambrientas familias.
Esta situación lo obligó recurrir a un
plan indiscriminado de recaudación de contribuciones y tributos, cuyo costo
político no quería soportar en forma personal, por el gran malestar que
seguramente causaría en la población.
Para diluir su responsabilidad convocó a los
Estados Generales, el máximo órgano oficial después del monarca, a quien
instruyó para decidir y aprobar un aumento sustancial de los impuestos. Seguro
estaba, que la decisión sería favorable porque la Asamblea se componía de
representantes de la Nobleza y el Clero, que creía controlar absolutamente, además
del Pueblo Llano, que aún cuando numéricamente eran mayoría, dependían de los
primeros, cuyas órdenes habían acatado históricamente.
Sin embargo, no había captado Luis XVI, algunos
cambios sociales que se habían acumulado paulatinamente, durante los años de
inacción de los Estados. El Clero se había dividido, sólo una parte le
respaldaba y otra, mayoritaria se había empobrecido y sufría igualmente los rigores de la situación
económica. Estos últimos llamados Clero Bajo, influían definitivamente en el
Pueblo Llano enseñándoles los principios contenidos en las garantías y derechos
universales del hombre, que dos años antes habían sido reconocidos por la
Primera Constitución de los Estados Unidos de América.
Reunidos los Estados Generales, un modesto monje,
el abate Emmanuel Joseph Sieyés,
impuso su liderazgo, logró el primer día cambiar la agenda propuesta para que
el órgano no discutiera sobre la materia fiscal, sino sobre los derechos primarios del hombre, su
libertad y la propiedad. El rey quiso por la fuerza contener la rebelión que se
iniciaba, pero ya era tarde, una verdadera revolución había tomado cuerpo, el
pueblo asaltó la Bastilla, una cárcel de París, con mucho significado
porque allí se torturaba y causaba la muerte a los súbditos. Era el año 1789, la
Revolución Francesa había surgido, después de varios años de gestación solapada.
Tenemos hoy en Venezuela un mal gobierno, los
distintos Poderes del Estado responden a un solo mando, no existe el control
recíproco ni respeto por sus funciones propias; los militares salieron de sus
cuarteles para hacer política; el pueblo tiene ingentes necesidades primarias,
imposibles de satisfacer y reina la desesperanza.
Estamos siendo convocados a unas elecciones
parlamentarias, por un órgano previsto constitucionalmente pero ilegítimo en su
origen, ya que no proviene del Comité de Postulaciones en forma mediata, ni fue
filtrado por la Asamblea Nacional, que además tiene dos directivas, una nacida
del voto de los diputados electos popularmente en diciembre del 2015 y otra, a
quien reconoce el gobierno, nombrada por la Sala Constitucional, sin tener esa
atribución específica.
En el Poder Popular, único, sólido, con auténtica e indiscutible legitimidad
porque en él reside la soberanía, se dividen las opiniones. Da la impresión,
que mayoritariamente, no se quiere acatar
el llamado, por las mismas razones antes analizadas. Es algo así como si
el abate Sieyés no hubiese admitido ir a los Estados Generales para cambiar las
cosas, para normalizar las instituciones y hacer valer las razones que el
Derecho de Gentes, había recogido desde siglos antes.
Es razonable el escepticismo, otras elecciones
han sido ganadas con los votos por la oposición, pero enervadas en la práctica
por el oficialismo, como la prohibición de reelección indefinida (2007), la
mayoría calificada y la fortaleza del Parlamento electo popularmente (2015);
gobernaciones cuya fuerza la neutralizan “los
protectores ejecutivos”. Todo es rigurosamente cierto, pero esos casos deben
tenerse como extraordinarios que nos obligan a defender las resultas del voto,
no huir de él.
En contracara los abstencionistas deberán
exponer sobre la estrategia para que su omisión no produzca los mismos efectos
del año 2005, cuando se permitió al gobierno hacerse de una
incondicional Asamblea Nacional con mayoría casi unánime y, con ella, la
declaratoria del gobierno como socialista
y la aprobación de gran cantidad de leyes con esa orientación totalitaria y
centralista, por el mismo Presidente de la República habilitado sin contrapeso.
De ese evento debemos aprender que jamás la abstención pasiva es conveniente.
Creo debemos asistir al acto electoral; escoger
nuestros candidatos desde las bases en cabildos
abiertos y asambleas populares; cuidar los votos, hacer que se cuenten y
produzcan resultados. Internamente los miembros de los partidos Acción
Democrática, Copei, Primero Justicia y otros que puedan ser intervenidos en el
camino, con directivas nacidas fuera de sus propios estatutos, deben obligar a
los “directivos sustitutos” a
proponer candidatos que realmente estén vinculados con la estructura, normativa
y principios de sus agrupaciones; deben
ser habilitados grupos políticos y partidos con candidatos auténticos, capaces
de enfrentar con razones y sufragios al PSUV y quienes le apoyan en la
periferia. Los venezolanos sabremos en quienes confiar.
A menos que se me explique apropiadamente
como sería una intervención por fuerzas internacionales, no la considero como
una opción. No soy experto en la materia, pero perdónenme la inmodestia, si se
leer y entender leyes y tratados sin que hasta ahora haya conseguido en la
Carta Democrática Interamericana o de Lima del 10 de septiembre del 2001; ni en
la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA) y algunos Protocolos de
reforma, ni en la Carta de las Naciones Unidas, especialmente en el Capítulo V,
relacionado con el Consejo de Seguridad, un mecanismo idóneo aplicable en
Venezuela, en virtud a que cualquier decisión puede ser torpedeada con vetos
por parte de China y Rusia, quienes ya lo han anunciado.
Queda un tercer camino, inmolarse sin hacer nada, lo siguió José Luzardo, personaje de la
inmortal Doña Bárbara de don Rómulo Gallegos, cuando accidentalmente causó la
muerte a uno de sus hijos: Tomó una lanza, la clavó en la pared de una
habitación, se sentó en una silla y, hasta su muerte, no se movió ni apartó la
mirada de la punta incrustada. Dios bendiga a Venezuela!.
PS. A un apreciado amigo quien me
pregunta por qué respaldé la abstención en mayo del 2018 y hoy propongo votar:
Soy consecuente con mis principios y convicciones. Aquellas elecciones fueron “un acuerdo político”, no estaban
previstas en la CN1999 y violentaban el principio de la permanencia
constitucional, puesto la oportunidad concreta está establecida desde la CN1953, así
lo escribí en su momento. Es mi opinión que no deben ser respaldados los pactos
políticos, sin soporte jurídico y ético. Un abrazo.
27/06/2020.
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