sábado, 27 de junio de 2020

La lanza de José Luzardo.



Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp

Es necesario mirar el retrovisor de la historia, para ver a través de nuestras lágrimas reflejadas en primer plano, personajes, conductas y episodios similares sucedidos años atrás, en este mismo o en otros lugares. No es sólo cuestión de remover dolores, sino de conseguir ejemplos y orientaciones.
Luis XVI fue el último representante del Absolutismo francés, era muy mala persona y pésimo gobernante. No supo manejar la Hacienda Pública; fue torpe en el manejo de las exportaciones de productos agrícolas, primera fuente de ingresos del reino; permitió enormes gastos superfluos a su esposa María Antonieta de Austria, todo lo cual produjo que Francia, quedara sumida en la bancarrota. Su popularidad mermó además, porque ordenó la detención de todos los pobladores que osaran cazar en sus predios, que era todo el reino, venados y conejos para alimentar a sus hambrientas familias. Esta situación lo obligó  recurrir a un plan indiscriminado de recaudación de contribuciones y tributos, cuyo costo político no quería soportar en forma personal, por el gran malestar que seguramente causaría en la población.
Para diluir su responsabilidad convocó a los Estados Generales, el máximo órgano oficial después del monarca, a quien instruyó para decidir y aprobar un aumento sustancial de los impuestos. Seguro estaba, que la decisión sería favorable porque la Asamblea se componía de representantes de la Nobleza y el Clero, que creía controlar absolutamente, además del Pueblo Llano, que aún cuando numéricamente eran mayoría, dependían de los primeros, cuyas órdenes habían acatado históricamente.
Sin embargo, no había captado Luis XVI, algunos cambios sociales que se habían acumulado paulatinamente, durante los años de inacción de los Estados. El Clero se había dividido, sólo una parte le respaldaba y otra, mayoritaria se había empobrecido y  sufría igualmente los rigores de la situación económica. Estos últimos llamados Clero Bajo, influían definitivamente en el Pueblo Llano enseñándoles los principios contenidos en las garantías y derechos universales del hombre, que dos años antes habían sido reconocidos por la Primera Constitución de los Estados Unidos de América.
Reunidos los Estados Generales, un modesto monje, el abate Emmanuel Joseph Sieyés, impuso su liderazgo, logró el primer día cambiar la agenda propuesta para que el órgano no discutiera sobre la materia fiscal, sino sobre los derechos  primarios del hombre,  su libertad y la propiedad. El rey quiso por la fuerza contener la rebelión que se iniciaba, pero ya era tarde, una verdadera revolución había tomado cuerpo, el pueblo asaltó la Bastilla, una cárcel de París, con mucho significado porque allí se torturaba y causaba la muerte a los súbditos. Era el año 1789, la Revolución Francesa había surgido, después de varios años de gestación solapada.
Tenemos hoy en Venezuela un mal gobierno, los distintos Poderes del Estado responden a un solo mando, no existe el control recíproco ni respeto por sus funciones propias; los militares salieron de sus cuarteles para hacer política; el pueblo tiene ingentes necesidades primarias, imposibles de satisfacer y reina la desesperanza.
Estamos siendo convocados a unas elecciones parlamentarias, por un órgano previsto constitucionalmente pero ilegítimo en su origen, ya que no proviene del Comité de Postulaciones en forma mediata, ni fue filtrado por la Asamblea Nacional, que además tiene dos directivas, una nacida del voto de los diputados electos popularmente en diciembre del 2015 y otra, a quien reconoce el gobierno, nombrada por la Sala Constitucional, sin tener esa atribución específica.
En el Poder Popular, único, sólido,  con auténtica e indiscutible legitimidad porque en él reside la soberanía, se dividen las opiniones. Da la impresión, que mayoritariamente, no se quiere acatar  el llamado, por las mismas razones antes analizadas. Es algo así como si el abate Sieyés no hubiese admitido ir a los Estados Generales para cambiar las cosas, para normalizar las instituciones y hacer valer las razones que el Derecho de Gentes, había recogido desde siglos antes.
Es razonable el escepticismo, otras elecciones han sido ganadas con los votos por la oposición, pero enervadas en la práctica por el oficialismo, como la prohibición de reelección indefinida (2007), la mayoría calificada y la fortaleza del Parlamento electo popularmente (2015); gobernaciones cuya fuerza la neutralizan “los protectores ejecutivos”. Todo es rigurosamente cierto, pero esos casos deben tenerse como extraordinarios que nos obligan a defender las resultas del voto, no huir de él.
En contracara los abstencionistas deberán exponer sobre la estrategia para que su omisión no produzca los mismos efectos del año 2005,  cuando se  permitió al gobierno hacerse de una incondicional Asamblea Nacional con mayoría casi unánime y, con ella, la declaratoria del gobierno como socialista y la aprobación de gran cantidad de leyes con esa orientación totalitaria y centralista, por el mismo Presidente de la República habilitado sin contrapeso. De ese evento debemos aprender que jamás la abstención pasiva es conveniente.
Creo debemos asistir al acto electoral; escoger nuestros candidatos desde las bases en cabildos abiertos y asambleas populares; cuidar los votos, hacer que se cuenten y produzcan resultados. Internamente los miembros de los partidos Acción Democrática, Copei, Primero Justicia y otros que puedan ser intervenidos en el camino, con directivas nacidas fuera de sus propios estatutos, deben obligar a los “directivos sustitutos” a proponer candidatos que realmente estén vinculados con la estructura, normativa  y principios de sus agrupaciones; deben ser habilitados grupos políticos y partidos con candidatos auténticos, capaces de enfrentar con razones y sufragios al PSUV y quienes le apoyan en la periferia. Los venezolanos sabremos en quienes confiar.
A menos que se me explique apropiadamente como sería una intervención por fuerzas internacionales, no la considero como una opción. No soy experto en la materia, pero perdónenme la inmodestia, si se leer y entender leyes y tratados sin que hasta ahora haya conseguido en la Carta Democrática Interamericana o de Lima del 10 de septiembre del 2001; ni en la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA) y algunos Protocolos de reforma, ni en la Carta de las Naciones Unidas, especialmente en el Capítulo V, relacionado con el Consejo de Seguridad, un mecanismo idóneo aplicable en Venezuela, en virtud a que cualquier decisión puede ser torpedeada con vetos por parte de China y Rusia, quienes ya lo han anunciado.
Queda un tercer camino, inmolarse sin hacer nada, lo siguió José Luzardo, personaje de la inmortal Doña Bárbara de don Rómulo Gallegos, cuando accidentalmente causó la muerte a uno de sus hijos: Tomó una lanza, la clavó en la pared de una habitación, se sentó en una silla y, hasta su muerte, no se movió ni apartó la mirada de la punta incrustada. Dios bendiga a Venezuela!.

PS. A un apreciado amigo quien me pregunta por qué respaldé la abstención en mayo del 2018 y hoy propongo votar: Soy consecuente con mis principios y convicciones. Aquellas elecciones fueron “un acuerdo político”, no estaban previstas en la CN1999 y violentaban el principio de la permanencia constitucional, puesto la oportunidad concreta está establecida desde la CN1953, así lo escribí en su momento. Es mi opinión que no deben ser respaldados los pactos políticos, sin soporte jurídico y ético. Un abrazo.
27/06/2020.

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