viernes, 13 de noviembre de 2020

Un debate soso y nada ejemplar.


Jesús A. Jiménez Peraza.

@jesusajimenezp

Anoche fue transmitido por algunos canales de la televisión local un debate entre cuatro candidatos a la próxima Asamblea Nacional, dos pertenecen a la corriente oficialista y dos a la llamada mesita, que es una especie de oposición muy amigable, según se comenta en la calle y demostró en la conversación.

El debate fue soso porque los expositores no gozan de carisma ni fueron al fondo del verdadero caos que vivimos en Venezuela, que aún reduciéndolo a la esfera de competencia del órgano legislativo, sin incluir las secuelas de las nefastas políticas del ejecutivo, no deja de ser sumamente grave.  Tampoco fue ejemplo de urbanidad y comportamiento social para los televidentes, porque se interrumpían constantemente para introducir elementos que nada agregaban al debate.

El centro de gravitación por los candidatos del gobierno fue el repetitivo argumento que las directivas del actual Parlamento se dedicaron a conspirar contra el gobierno, en connivencia con países y personalidades del extranjero, lo que constituye el delito de traición a la patria, por supuesto, con amenazas de futuro procesamiento judicial. También salió a relucir la hipotética pacificación del país gracias a la acción de la Asamblea Nacional Constituyente, “convocada” por el Presidente de la República, sin que esa sea una materia especialmente atribuida al órgano, ni la señalada la forma de convocarla, sino únicamente de promoverla o de tomar la iniciativa.

La contraparte, sin mucho entusiasmo, se limitó a señalar la falta de acción gubernamental y proyectos de ley, in péctore, sin advertirle a la población como lograrán la aprobación de un programa de leyes, con el antecedente de declaración sistemática de inconstitucionalidad por la Sala correspondiente del Tribunal Supremo de Justicia. Ese punto es esencial al hacer cualquier propuesta legislativa seria y con esperanzas de viabilidad.

El debate que tiene que plantearse en Venezuela, con seriedad, con profundidad y despojado de intereses subalternos, es cómo podemos recuperar el Estado de Derecho perdido, que haciendo abstracción de episodios anteriores, se inicia precisamente cuando la oposición obtiene una mayoría calificada en el proceso electoral parlamentario del 5 de diciembre del 2015 y, antes de iniciarse el período un mes después, había sido reducida a una mayoría absoluta lo que ya implicaba una castración al Poder Legislativo, conforme a la voluntad popular; al mismo tiempo fueron designados algunos jueces principales y suplentes del máximo Tribunal de la República, sin cumplir el procedimiento administrativo y por una directiva que parafraseando la toma de posesión del presidente Chávez en 1998, “estaba moribunda”.

Acto seguido la Cámara fue despojada de sus potestades legislativa, de control y funciones concurrentes, cuando el Presidente de la República se negó a cumplir el iter legislativo, ordenando la promulgación  a las leyes (art. 213 CN1999) para ser publicadas en Gaceta Oficial, apoyado por la Sala Constitucional que las desechaba, conforme criterio plagado de opacidad,  por ser “contrarias a la constitucionalidad”; se asentó por sentencias diversas que los altos funcionarios no tenían la obligación de concurrir a las interpelaciones, ni se requiere la aprobación del Parlamento en los contratos de interés nacional, con lo cual se violentan los ordinales 3° y 9° del artículo 187 constitucional.

El Estado de Derecho en nuestro sistema constitucional no puede en forma alguna ser bípedo. Al faltar el cabal y total cumplimiento de las funciones por alguno de los Poderes del Estado, estamos ante otra figura, más aun cuando el tercer Poder, el Judicial, no ha cumplido con sus funciones en forma independiente y soberana. Alguna vez escribí que en democracia es imposible “un choque de trenes” porque cada uno,  equivalente a los Poderes Públicos, tiene su riel propio que es la competencia exclusiva y excluyente determinada por la Constitución Nacional y, que en todo caso, al desviarse siempre habría un sistema judicial que actuaría para dirimir el problema.

En la moderna doctrina constitucional, ante la falta del Estado de Derecho, se habla del Estado de Opinión, tema sumamente complejo que debería ser abordado por conocedores de la Teoría del Estado, como mecanismo de superación de nuestro caos actual. Jhon Locke[1], referido en un extraordinario artículo sobre el tema por el doctor Armando Guio Español[2] ya se planteaba, qué hacer ante “la necesidad de contener la arbitrariedad propia del poder absoluto del monarca y de imponer límites a un gobierno cuyas  fuerzas nadie podía enfrentar”, la respuesta no la sé, sólo creo que debemos ver esta materia más allá de la banalidad transmitida en el debate televisado.

Personalmente me dispongo a hacer lo que me corresponde y que puedo: votar en la consulta popular del 6 de diciembre, porque es un derecho y una obligación que me da y me impone la Constitución y para exigir su cumplimiento, primero debo cumplir. Dios bendiga a Venezuela!.

jesusjimenezperaza@gmail.com

13/11/2020.



[1] Ensayo sobre el gobierno civil. Alianza Editorial. Madrid, 2002.

[2] El Estado de opinión. Que hay detrás de esto?

1 comentario:

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