Jesús A. Jiménez
Peraza.
@jesusajimenezp
El voto castigo fue una de las características
resaltantes en nuestro panorama
electoral durante la segunda mitad del siglo XX. Los partidos del estatus se
alternaban en el poder y, cuando repetía la misma organización, caso que sólo
sucedió con Acción Democrática en las elecciones de 1963 y 1988, era conocido
que el candidato internamente, no había gozado de las simpatías del Presidente
de la República en funciones.
De manera que es fácil concluir que la postulación del
candidato en primer término y, luego el
destino en los comicios generales, era el resultante del análisis de la gestión
cumplida durante el ejercicio del gobierno y la consecuencial desaprobación de
los votantes. A finales de la centuria, Hugo
Chávez ganó igualmente como una manifestación de inconformidad generalizada.
Las elecciones parlamentarias resultaban influidas por la
campaña presidencial, puesto el período constitucional para ambos era de cinco
años, razón por la cual coincidían en un solo acto, distinguiéndose sólo en el
tamaño de la tarjeta. El elector juzgaba el servicio prestado por el Presidente
y su equipo, y las ofertas del principal candidato opositor, dependiendo de
ello votaba por la designación de los nuevos senadores y diputados.
El cuadro cambia en el siglo XXI por dos razones
elementales. Por una parte la CN1999 estableció la reelección presidencial. No
es fácil imaginar que algún precandidato pueda enfrentar internamente y con éxito, al jefe del Estado quienes además, siempre
han sido del PSUV, partido socialista y como tal de organización vertical. No
recuerdo que esa posibilidad se hubiese planteado para las elecciones del 2006,
al contrario, con suficiente anticipación el presidente Chávez se postuló unilateralmente,
como también lo hizo para el 2012, no obstante que estaba afectado con un
cáncer bastante avanzado.
Tampoco el presidente Maduro, en su intempestiva reelección anticipada del 2018 dio oportunidad para
que alguien, de su propio partido, osara discutirle el abanderamiento.
La segunda razón del cambio es que ahora el período
presidencial es de seis años, por ende,
no coincide con las elecciones parlamentarias. Las causas que nos llevan a
sufragar en cada caso tienen, al menos en teoría, una motivación distinta. En
efecto, la diferencia en el lapso tiene como finalidad darle independencia a
las legislativas y, con ella, atribuirle mayor pureza a la separación de los
Poderes Públicos, elemento básico en el sistema democrático.
Ahora bien, tanto en las elecciones parlamentarias del
2005 y las recientes del 2020, como en las anticipadas del 2018 para Presidente
de la República, se ha presentado un cambio de conducta en el elector. No hemos
aprovechado la oportunidad para sopesar y en consecuencia, castigar la gestión
de los funcionarios involucrados, sino
que se ha recurrido a la abstención como expresión de protesta. Nuestra cultura
electoral ha pasado entonces, del ejercicio activo del voto capaz de cambiar un
régimen, a la protesta pasiva de la abstinencia. En lo personal, no estuve de
acuerdo con las elecciones del 2018, porque parto del principio que ningún
acuerdo político puede solapar la norma constitucional.
Esa apatía podemos calificarla como protesta, sólo porque
las encuestas realizadas por profesionales en la materia; nuestra propia
percepción en la calle y en los grupos sociales de los cuales formamos parte,
como familia, gremios, vecinos, más el estado de deterioro humano y urbanístico
que nos rodea, demuestra que el gobierno
tiene mínimo respaldo en todos los estratos. Sin embargo, nuestra pasividad no
permite demostrar esa realidad, sino presumirla con fundamento, pero presunción
al fin.
Es cierto que el comportamiento atípico de los electores
podemos atribuirlo, en parte, a la conducta tramposa y cómplice de todos los
órganos públicos relacionados con los comicios, pero este último hecho también
es producto de la abstención, ya que la masiva participación ciudadana
impediría la concreción de los hechos distorsionantes de nuestra voluntad. Abrimos un paréntesis para destacar que el
tremendismo y la falta de argumentos sustentables, han llevado a algunos
analistas y políticos a imputarle al voto males que no son propios. Después hablaremos
sobre este punto.
La abstención en algunos países desarrollados es
tradicional, la política se ejerce en determinado nivel social, mientras que al
grueso de la colectividad poco le
importa en tanto que se mantenga el nivel de vida acostumbrado. En otros países
sub desarrollados, la razón de la apatía es porque no esperan ningún cambio
significativo, ni en lo individual ni en lo colectivo.
Pero en Venezuela nuestra historia contemporánea da fe de
una participación muy por encima al
promedio en el mundo. Es indispensable entonces que este año 2021, cuando
elegiremos nuestros gobiernos regionales y locales, participemos activamente no
sólo en la elección final, sino en el proceso preparatorio de escogencia de
candidatos. Que se sienta lo que queremos y no que se intuya lo que rechazamos. Dios proteja a Venezuela!
25/01/2021
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