lunes, 25 de enero de 2021

Del voto como castigo a la abstención como protesta.


Jesús A. Jiménez Peraza.

@jesusajimenezp 

El voto castigo fue una de las características resaltantes en nuestro  panorama electoral durante la segunda mitad del siglo XX. Los partidos del estatus se alternaban en el poder y, cuando repetía la misma organización, caso que sólo sucedió con Acción Democrática en las elecciones de 1963 y 1988, era conocido que el candidato internamente, no había gozado de las simpatías del Presidente de la República en funciones.  

De manera que es fácil concluir que la postulación del candidato  en primer término y, luego el destino en los comicios generales, era el resultante del análisis de la gestión cumplida durante el ejercicio del gobierno y la consecuencial desaprobación de los votantes. A finales de la centuria,  Hugo Chávez ganó igualmente como una manifestación de inconformidad generalizada.

Las elecciones parlamentarias resultaban influidas por la campaña presidencial, puesto el período constitucional para ambos era de cinco años, razón por la cual coincidían en un solo acto, distinguiéndose sólo en el tamaño de la tarjeta. El elector juzgaba el servicio prestado por el Presidente y su equipo, y las ofertas del principal candidato opositor, dependiendo de ello votaba por la designación de los nuevos  senadores y diputados.  

El cuadro cambia en el siglo XXI por dos razones elementales. Por una parte la CN1999 estableció la reelección presidencial. No es fácil imaginar que algún precandidato pueda enfrentar internamente y con éxito, al jefe del Estado quienes además, siempre han sido del PSUV, partido socialista y como tal de organización vertical. No recuerdo que esa posibilidad se hubiese planteado para las elecciones del 2006, al contrario, con suficiente anticipación el presidente Chávez se postuló unilateralmente, como también lo hizo para el 2012, no obstante que estaba afectado con un cáncer bastante avanzado.

Tampoco el presidente Maduro, en su intempestiva reelección anticipada del 2018 dio oportunidad para que alguien, de su propio partido, osara discutirle el abanderamiento.

La segunda razón del cambio es que ahora el período presidencial es de seis años,  por ende, no coincide con las elecciones parlamentarias. Las causas que nos llevan a sufragar en cada caso tienen, al menos en teoría, una motivación distinta. En efecto, la diferencia en el lapso tiene como finalidad darle independencia a las legislativas y, con ella, atribuirle mayor pureza a la separación de los Poderes Públicos, elemento básico en el sistema democrático.

Ahora bien, tanto en las elecciones parlamentarias del 2005 y las recientes del 2020, como en las anticipadas del 2018 para Presidente de la República, se ha presentado un cambio de conducta en el elector. No hemos aprovechado la oportunidad para sopesar y en consecuencia, castigar la gestión de  los funcionarios involucrados, sino que se ha recurrido a la abstención como expresión de protesta. Nuestra cultura electoral ha pasado entonces, del ejercicio activo del voto capaz de cambiar un régimen, a la protesta pasiva de la abstinencia. En lo personal, no estuve de acuerdo con las elecciones del 2018, porque parto del principio que ningún acuerdo político puede solapar la norma constitucional.

Esa apatía podemos calificarla como protesta, sólo porque las encuestas realizadas por profesionales en la materia; nuestra propia percepción en la calle y en los grupos sociales de los cuales formamos parte, como familia, gremios, vecinos, más el estado de deterioro humano y urbanístico que nos rodea,  demuestra que el gobierno tiene mínimo respaldo en todos los estratos. Sin embargo, nuestra pasividad no permite demostrar esa realidad, sino presumirla con fundamento, pero presunción al fin.

Es cierto que el comportamiento atípico de los electores podemos atribuirlo, en parte,  a  la conducta tramposa y cómplice de todos los órganos públicos relacionados con los comicios, pero este último hecho también es producto de la abstención, ya que la masiva participación ciudadana impediría la concreción de los hechos distorsionantes de nuestra voluntad.  Abrimos un paréntesis para destacar que el tremendismo y la falta de argumentos sustentables, han llevado a algunos analistas y políticos a imputarle al voto males que no son propios. Después hablaremos sobre este punto.

La abstención en algunos países desarrollados es tradicional, la política se ejerce en determinado nivel social, mientras que al grueso de la colectividad  poco le importa en tanto que se mantenga el nivel de vida acostumbrado. En otros países sub desarrollados, la razón de la apatía es porque no esperan ningún cambio significativo, ni en lo individual ni en lo colectivo.

Pero en Venezuela nuestra historia contemporánea da fe de  una participación muy por encima al promedio en el mundo. Es indispensable entonces que este año 2021, cuando elegiremos nuestros gobiernos regionales y locales, participemos activamente no sólo en la elección final, sino en el proceso preparatorio de escogencia de candidatos. Que se sienta lo que queremos y no que se intuya  lo que rechazamos. Dios proteja a Venezuela!

jesusjimenezperaza@gmail.com

25/01/2021

 

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