sábado, 26 de febrero de 2022

"Pacem in terris".

 

Jesús A. Jiménez Peraza

                                                                                               @jesusajimenezp.

       

La paz tiene una doble proyección, en primer lugar, como sentimiento  de armonía interior y en segundo término, presupone una relación de confraternidad con nuestros semejantes o la ausencia de lucha armada entre grupos o países.
En la primera acepción no constituye un derecho humano propiamente, porque implica un estado anímico que nos auto proporcionamos y solo nosotros mismos podemos alterar.

Señalar un concepto genérico de los derechos humanos, como institución, es tarea muy compleja ya que por su amplitud y  heterogeneidad se hace imposible encerrarlos dentro de los límites de una definición. Ellos son prerrogativas que nos corresponden  automáticamente por el solo hecho de existir, teniendo en común que se erigen sobre las bases de la dignidad humana.

Los DDHH en doctrina son clasificarlos por Generaciones,  de manera si se quiere caprichosa porque no responden a un orden conforme su importancia. No existen métodos específicos de agrupación, debiéndose recurrir  a las características tuteladas conforme a las fuentes   que los generan, vale decir,  los tratados internacionales y la legislación interna, fundamentalmente la constitucional.

En la primera generación se incluyen  la vida, la libertad y la seguridad personal, señalados en el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobados en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, en París, el 10 de abril de 1948, derechos considerados fundamentales con antecedentes en la primera Constitución de los Estados Unidos de 1787 y como resultado inmediato y directo de la Revolución Francesa dos años después.

En la segunda se listan los económicos, sociales y culturales, que incluyen la propiedad, la seguridad social, el trabajo y la educación. El reconocimiento de la propiedad históricamente fue uno de los hechos políticos que dio pie a la Revolución Francesa, fundada precisamente en la abolición de la monarquía absoluta por acaparar, en exclusiva, el señorío sobre las cosas y personas.

En los  de tercera generación se encierran derechos colectivos, como la paz y la coexistencia pacífica; el desarrollo y medio ambiente; extendiéndose a la autodeterminación, identidad nacional, independencia económica, cooperación y justicia internacional; el acceso a los avances técnicos o científicos y la preservación de bienes declarados como patrimonio común de la humanidad.

Algunos de los anteriores han tomado tal fuerza, que un sector de expertos los clasifica separadamente, en lo que sería una cuarta generación de DDHH, como los llamados derechos del pueblo o de solidaridad, porque surgen como respuesta a la necesidad de cooperación y autodeterminación entre las naciones y los distintos grupos que las integran. Es allí donde se ubica la paz como derecho humano fundamental.

Entre estas tercera y cuarta generación de derechos humanos y  al borde como estamos de una guerra que pudiera ser el jaque mate para la humanidad, debemos traer a colación la famosísima Encíclica Pacem in Terri del Papa Bueno, San Juan XXIII, para quien la paz es un valor tan grande que implica verdad, justicia, amor y libertad.

Esta fue su primera carta solemne publicada poco tiempo después de superada la llamada crisis de los misiles en 1962, cuando se presagiaba un holocausto mundial como culminación del intento de la entonces URSS, de colocar ojivas nucleares a pocas millas náuticas de EEUU, dos naciones a quienes el mundo aun agradecía que como aliados, dieciocho años antes, habían derrocado a un monstruo como Adolph Hitler, causante directo de la muerte de más de cincuenta millones de personas en el mundo.

SS Juan XXIII, hizo un contundente llamado a la paz entre las naciones, el 11 de abril de 1963, condenando la carrera armamentista  durante  la  Guerra Fría  dijo: "es imposible pensar que en la era atómica la guerra pueda ser utilizada como instrumento de justicia". Resaltó Su Santidad en esta obra magistral, que los progresos técnicos y científicos  pueden enseñarnos un orden maravilloso pero que ante todo reflejan la grandeza infinita de Dios.

En Pacem in terris se reconocen todos los derechos sustantivos  del hombre, como igualmente nos recuerda las obligaciones de respetar y colaborar con nuestros semejantes; de actuar con responsabilidad, aceptando que todos los hombres somos miembros de estados independientes “o que están a punto de serlo”. La pastoral rechaza la posibilidad de tratar como inferiores a pueblos más débiles militar o económicamente, porque esa es una posición que solo responde a “teorías anacrónicas” que permitían distinguir entre la inferioridad y los privilegios. Es que toda autoridad proviene de Dios, por ende, está  sometida al orden moral.

Indudablemente que los sistemas de gobierno y la orientación de sus mandatarios depende de tiempos, formación y circunstancias. No creo ni por un momento que el señor Wladimir Putín, pueda sentir el mismo temor a Dios y sus Mandamientos, en relación a quienes nos hemos formado en una sociedad  con cánones éticos distintos. Juan XXIII así lo reconoce cuando escribe: “para determinar cuál haya de ser la estructura política de un país o el procedimiento apto para el ejercicio de las funciones públicas, es necesario tener muy en cuenta la situación actual y las circunstancias de cada pueblo”.

Lo que extraño y rechazo es que en Venezuela podamos respaldar, al menos oficialmente, una conducta como la que asume el señor Putín, de irrespeto a la convivencia y a las leyes internacionales, ante las cuales tiene la responsabilidad extra de ser custodio del mundo por gobernar una nación con inmenso arsenal bélico y formar parte del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas.

Pacem in terris, contiene  mandatos que estoy seguro los venezolanos abrigamos y aceptamos sin discusión, porque forman parte de nuestra historia y nuestra formación, aunque no lo sea para el señor Putín: hay que establecer como principio que las relaciones internacionales deben regirse por la verdad (86) por lo que debe evitarse toda discriminación y al contrario, reconocer como canon sagrado e inmutable que todas las comunidades políticas son iguales en dignidad natural. Cada pueblo  tiene derecho a la existencia, al propio desarrollo, a los medios necesarios para este desarrollo y a ser, finalmente, la primera responsable en procurar y alcanzar todo lo anterior; de igual manera, cada nación tiene también el derecho a la buena fama y a que se le rindan los debidos honores …omissis…Las relaciones internacionales deben regularse por las normas de la justicia (91), lo cual exige dos cosas: el reconocimiento de los mutuos derechos y el cumplimiento de los respectivos deberes”.

Otro principio internacional, según la  excelsa obra bajo comentario, es  la solidaridad activa (98), que llevan al Santo Padre a expresar su dolor ante el hecho de la fabricación de enormes armamentos, que implican desgaste de energías materiales y espirituales, mientras sus pueblos soportan grandes sacrificios en detrimento de su bienestar (109).  Permita Dios la intercesión de San Juan XXIII, para lograr la paz en Ucrania y que nos derrame muchas bendiciones en Venezuela!

jesusjimenezperaza@gmail.com

26/02/2022.

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