Jesús A. Jiménez Peraza
@jesusajimenezp
Todas las actividades del hombre deben regirse por un orden
preestablecido, para ser efectivas; así como a todas las cosas debemos dar un
uso apropiado, para que puedan ser útiles. Ese orden y ese uso son regulados y
descritos de manera ideal y abstracta en las leyes, donde se prevé una sanción
por el incumplimiento, que debe ser la excepción. Toda norma tiene entonces dos
partes, el supuesto normativo y la consecuencia jurídica. La primera es la descripción general de la conducta de
las personas o del uso de las cosas y, la segunda, es la pena por el desacato.
La ley es el producto final de las deliberaciones multidisciplinarias del Poder
Legislativo; el Poder Judicial las interpreta, individualiza y aplica en un caso concreto, dictando
una decisión que debe ser cumplida voluntariamente por los ciudadanos, sino el
gobierno se encarga de ejecutar la ley en general y la sentencia en particular,
haciendo uso de la fuerza pública y fuere necesario.
Esa es la doctrina de Charles Barón de
Montesquieu. El justo equilibrio de los poderes permite el armónico
funcionamiento del Estado. En Venezuela
existen formalmente los tres poderes, más dos adicionales, pero no está
funcionando apropiadamente el Estado, ya que no genera felicidad o bienestar a
los ciudadanos, que es su fin. La culpa no es de Montesquieu, sino de la falta
de complemento entre su teoría y la tesis de Jean Rousseau, expuesta en el
Contrato Social, que simplemente se refiere al hecho que cuando el hombre hace
la ley, asume automáticamente el compromiso de obedecerla. Ahí está la falla
venezolana. Designamos legítimamente un Poder Ejecutivo, fallamos los
ciudadanos, no concurriendo a votar para designar un Poder Legislativo
equilibrado, independientemente de quien hubiese obtenido mayoría y entre ellos
dos, desnivelaron al Estado designando un Poder Judicial cuyos integrantes no
cumplen en su mayoría, con las normas de idoneidad e imparcialidad con lo cual crearon,
como lo admitió una magistrada, un solo poder amalgamado.
Estas reflexiones las hago porque se
comenta que con la mayoría parlamentaria, la oposición debería reformar las
leyes correspondientes, para designar ocho magistrados en la Sala
Constitucional, superando así a los siete actuales cuidando, me decía un amigo,
que sean magistrados con excelente currículo, vida personal ejemplar e
incuestionable conocimiento jurídico. Para redondear su idea me comentó: no pueden
decir nada, porque fue lo mismo que en su oportunidad hizo Chávez.
Para mí esa conducta es impropia, es
seguir circulando un billete falso. Esos abogados insignes, desde que vistan
una toga negra por fuera y azul por dentro, perderán su prestigio y su honor,
sus conocimientos no servirán de nada porque no van a administrar justicia,
sino a hacer política.
La solución no es otra que cumplir el
contrato social. En la Constitución están previstas las formas de impugnar los
nombramientos, de restituir la legalidad, de consultar al ciudadano que es la
más amplia expresión de la soberanía y constituir un Estado poderoso, fuerte,
capaz de generar bienestar y felicidad a sus súbditos. Es simple, cumplamos el
contrato social.
jesusjimenezperaza@gmail.com
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