Jesús Jiménez Peraza
@jesusajimenezp
He
leído con mucho interés y justificada atención el documento presentado por el presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana,
monseñor Diego Padrón, al instalar la 106 asamblea ordinaria plenaria de los
obispos “sobre la democracia
resquebrajada regente hoy en Venezuela”. Me pareció acertado su diagnóstico
sobre los derechos ciudadanos; el señalamiento respetuoso de los errores del
gobierno, tanto en la conducción del Estado como en la omisión por no seguir
caminos lógicos, pacíficos y constitucionales para resolver la crisis; la
indebida orientación para un diálogo productivo, lo que inutiliza la
herramienta. Está bien fundada y oportuna la solicitud de permitir que la
Iglesia participe en la recepción y distribución de alimentos y medicinas
procedentes del exterior, la que a mi manera de apreciar los acontecimientos debería ser la primera acción a tomar por el
presidente de la República y demás órganos competentes, puesto el hambre y las
enfermedades no esperan ni admiten razones.
Creo que esta intervención debe tener
una repercusión que se corresponde con
la que a nivel latino americano, o mejor, a nivel mundial continúa teniendo el
Informe Almagro presentado hace algunos días ante el Consejo de Seguridad de la
OEA, por su claridad, profundidad y contundencia e, igualmente, pudiera tener
la importancia política que en su momento tuvo la pastoral de monseñor Arias
Blanco en 1958.
Sólo debo manifestar mi desacuerdo con
la conclusión de monseñor Padrón, conforme a la cual “El referendo revocatorio en la práctica comenzó el 6 de diciembre”.
Creo que, tanto en el campo político
como el jurídico, los venezolanos debemos tener bien clara la diferencia entre
el acto electoral celebrado el 6 de diciembre del 2015 y el que Dios mediante
habrá de celebrar en el 2016, como producto de la solicitud de la Agrupación de
Ciudadanos para revocar la designación del presidente Nicolás Maduro, cumplidas
como están las pautas constitucionales de rigor. Aunque ambos actos son
legítimos y constitucionales, el primero constituye la manifestación de un país
sano, donde cualquiera hubiese sido el resultado debíamos continuar con la
cotidianidad política y social. El segundo es el clamor de un pueblo enfermo
que ya no puede aceptar alternativas. La atención, estrategias y actuaciones de gobierno y oposición entendiendo como tal,
no a la MUD ni a la Asamblea Nacional, sino a la evidente mayoría del país
nacional, está centrada en la oportuna
celebración del acto referendario.
Ahora bien, por qué no debemos pensar que la derrota
evidente del gobierno en las parlamentarias de diciembre, constituyen en la
práctica el inicio del referendo revocatorio? Porque es normal que un gobierno
pierda las elecciones en el Parlamento y continúe el ejercicio pleno de su
mandato. Sucedió hace poco en Estados Unidos y sin embargo, la respuesta del
presidente Barak Obama fue hacer algunos ajustes en sus políticas y, como
consecuencia, los demócratas seguramente ganen las próximas elecciones
presidenciales. No podemos los venezolanos acostumbrarnos a relacionar una cosa
con la otra, es decir, que si el gobierno pierde elecciones de algún nivel a
mitad de período debemos recurrir necesariamente al referendo revocatorio.
El revocatorio se robustece por las demás razones analizadas por la
Conferencia Episcopal y la verdad sea
dicha, no comenzaron con el presidente Maduro. Las políticas macras del
“socialismo del Siglo XXI” nunca han tenido bases ni orientaciones lógicas;
porque se ha permitido en el país, desde el año 2000, unos niveles de corrupción inimaginables;
porque los gobiernos chavistas amalgamaron en provecho propio a los demás poderes estatales, dejando todos de
funcionar; porque nos endeudamos sin contraprestación; porque olvidamos reparar
y construir infraestructuras; porque las faraónicas obras empezadas no se
concluyeron; acrecentamos importaciones
que quedaban allende los mares y destruimos el aparato productivo interno, generando
altos precios y escasez. Esto no comenzó el 6 de diciembre, ese día fue
consecuencia y no inicio en la práctica del malestar colectivo. El 6 de diciembre del 2015 fue sólo un alerta incomprendido, un síntoma de la enfermedad. De repente, una
voz de ultratumba que quiere piar culpas, pero también fue desatendida.
jesusjimenezperaza@gmail.com
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