miércoles, 28 de septiembre de 2016

Un país sano, un país enfermo.


Jesús Jiménez Peraza
@jesusajimenezp

          He leído con mucho interés y justificada atención el documento presentado por el presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, monseñor Diego Padrón, al instalar la 106 asamblea ordinaria plenaria de los obispos “sobre la democracia resquebrajada regente hoy en Venezuela”. Me pareció acertado su diagnóstico sobre los derechos ciudadanos; el señalamiento respetuoso de los errores del gobierno, tanto en la conducción del Estado como en la omisión por no seguir caminos lógicos, pacíficos y constitucionales para resolver la crisis; la indebida orientación para un diálogo productivo, lo que inutiliza la herramienta. Está bien fundada y oportuna la solicitud de permitir que la Iglesia participe en la recepción y distribución de alimentos y medicinas procedentes del exterior, la que a mi manera de apreciar los acontecimientos  debería ser la primera acción a tomar por el presidente de la República y demás órganos competentes, puesto el hambre y las enfermedades no esperan ni admiten razones.

          Creo que esta intervención debe tener una repercusión  que se corresponde con la que a nivel latino americano, o mejor, a nivel mundial continúa teniendo el Informe Almagro presentado hace algunos días ante el Consejo de Seguridad de la OEA, por su claridad, profundidad y contundencia e, igualmente, pudiera tener la importancia política que en su momento tuvo la pastoral de monseñor Arias Blanco en 1958.

          Sólo debo manifestar mi desacuerdo con la conclusión de monseñor Padrón, conforme a la cual “El referendo revocatorio en la práctica comenzó el 6 de diciembre”.

          Creo que, tanto en el campo político como el jurídico, los venezolanos debemos tener bien clara la diferencia entre el acto electoral celebrado el 6 de diciembre del 2015 y el que Dios mediante habrá de celebrar en el 2016, como producto de la solicitud de la Agrupación de Ciudadanos para revocar la designación del presidente Nicolás Maduro, cumplidas como están las pautas constitucionales de rigor. Aunque ambos actos son legítimos y constitucionales, el primero constituye la manifestación de un país sano, donde cualquiera hubiese sido el resultado debíamos continuar con la cotidianidad política y social. El segundo es el clamor de un pueblo enfermo que ya no puede aceptar alternativas. La atención, estrategias y actuaciones  de gobierno y oposición entendiendo como tal, no a la MUD ni a la Asamblea Nacional, sino a la evidente mayoría del país nacional, está   centrada en la oportuna celebración del acto referendario.

Ahora bien, por qué no debemos pensar que la derrota evidente del gobierno en las parlamentarias de diciembre, constituyen en la práctica el inicio del referendo revocatorio? Porque es normal que un gobierno pierda las elecciones en el Parlamento y continúe el ejercicio pleno de su mandato. Sucedió hace poco en Estados Unidos y sin embargo, la respuesta del presidente Barak Obama fue hacer algunos ajustes en sus políticas y, como consecuencia, los demócratas seguramente ganen las próximas elecciones presidenciales. No podemos los venezolanos acostumbrarnos a relacionar una cosa con la otra, es decir, que si el gobierno pierde elecciones de algún nivel a mitad de período debemos recurrir necesariamente al referendo revocatorio.

El revocatorio se robustece  por las demás razones analizadas por la Conferencia Episcopal y  la verdad sea dicha, no comenzaron con el presidente Maduro. Las políticas macras del “socialismo del Siglo XXI” nunca han tenido bases ni orientaciones lógicas; porque se ha permitido en el país, desde el año 2000,  unos niveles de corrupción inimaginables; porque los gobiernos chavistas amalgamaron en provecho propio a  los demás poderes estatales, dejando todos de funcionar; porque nos endeudamos sin contraprestación; porque olvidamos reparar y construir infraestructuras; porque las faraónicas obras empezadas no se concluyeron;  acrecentamos importaciones que quedaban allende los mares y destruimos el aparato productivo interno, generando altos precios y escasez. Esto no comenzó el 6 de diciembre, ese día fue consecuencia y no inicio en la práctica del malestar colectivo. El 6 de diciembre del 2015 fue sólo un alerta incomprendido,  un síntoma de la enfermedad. De repente, una voz de ultratumba que quiere piar culpas, pero también fue desatendida.
jesusjimenezperaza@gmail.com

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