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Propongo
una fórmula para escoger el candidato opositor a la Presidencia de la
República, distinta a las elecciones primarias.
Jesús
A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
En Venezuela,
desde hace varias décadas, se están produciendo consecuencias necesarias en la
vida política y económica, claro, no pocas veces negativas pero coherentes en
relación a nuestras acciones. Es imposible que sembrando errores, podamos
cosechar beneficios. Creímos tener una democracia consolidada, con pleno
funcionamiento de sus instituciones y nos negamos a admitir que nuestra riqueza
era finita. El Dr. Arturo Uslar Pietri, quien desde el año 1936 había advertido
sobre sembrar apropiadamente la riqueza petrolera retomó con nuevos bríos, a
mediados del Siglo XX, el consejo de no gastar sin medida lo que debía ser
invertido. El Dr. Eduardo Fernández en medio de la fiesta señaló, con detalles,
que el pueblo estaba bravo (1987) porque no se resolvían sus necesidades
básicas. Cabalgando sobre el desconocimiento a esas sabias advertencias de
Uslar y Fernández, irrumpió un golpe de
Estado en 1992 que fue muy negativo para el país, pero no salió de un sombrero
de mago, fue consecuencia de las conductas de nuestros dirigentes. Esa asonada
militar, muy dolorosa y violatoria de nuestro sistema jurídico, fue
consecuencia lógica de los hechos cumplidos, como también lo fue la
circunstancia que su protagonista principal hubiese llegado a la primera
magistratura nacional. Un país sin instituciones fuertes volvió a los
principios que rigieron en el Siglo XIX y eligió instintivamente, como
Presidente de la República, al comandante de la asonada aunque no estaba preparado para tan exigente
cargo, en un doble sentido, el personal, porque no tenía ninguna experiencia
gerencial pública y además, sin organización responsable para cada una de las
áreas del Estado. Las consecuencias no pudieron ser peores, pero ineludibles.
Si designamos un Presidente sin preparación debida y sin equipo, qué
esperábamos? Se produjo el efecto que la lógica impone. Por falta de dirección
comenzó la debacle, sólo que una oposición conformada por dirigentes que no
pensaron en otra cosa que en consolidarse, ellos y a sus partidos, no se
ocuparon más que de atacar los efectos
políticos que producían los desatinos del Presidente y su grupo, mientras el
país continuaba su derrumbe económico e institucional que tardaría algún tiempo
en apreciarse, obviamente, porque causas exógenas traían a las arcas ríos de
divisas.
Era
totalmente predecible en 1999 por ende, lógico, que la personalidad militarista
del Presidente propulsor de una Asamblea Constituyente, no buscara la
consolidación del Estado de Derecho ni el fortalecimiento de la democracia,
sino extender el período presidencial, permitir la reelección y someter, como logró, a los demás Poderes
Públicos. Una tragedia, pero lógica. Hoy el Estado está respondiendo de manera
perfecta e hilvanada a los planes que se aplican en su conducción. No podemos
tener bienestar económico y generar empleos, cuando hemos seguido como conducta
la expansión del gasto público no productivo y el incremento de importaciones.
La enorme cantidad de dólares generados por el petróleo la malversaron las autoridades
administrativas. Así llegamos a una Venezuela al borde del abismo, sin créditos externos, con hiperinflación
producto de la excesiva liquidez y la ausencia de bienes en oferta; pobreza
asfixiante y delincuencia extrema, con
los servicios públicos e infraestructura deteriorados como efecto lógico. Ante
este panorama surge otra secuela también consecuencial, los jóvenes pierden la
fe y emigran, el otrora sector productivo busca salvar los vestigios que quedan
de sus fincas y empresas. El gobierno, por su parte, siendo el responsable de
la debacle social y económica juega una carta también de lógica elemental: nos
lleva por todos los caminos hacia la política. Allí es fuerte, controla los
poderes públicos formales, más el económico y militar, por lo que le queda
fácil imponer un calendario electoral e influir en la designación de su
adversario para el período 2018 - 2024.
Escoger
el candidato de la oposición por elecciones primarias podría generar otra
frustración, por varias razones: 1) No hay tiempo suficiente. El gobierno fijará
el día de la escogencia del Presidente de la República cuando quiera, o sea,
cuando lógicamente le convenga, seguramente muy poco tiempo después de la
elección de los alcaldes, donde según los vientos que soplan, será el
triunfador mayoritario. 2) Después de la
escogencia mediante esa fórmula quedarán heridas entre los contendores y sus
seguidores, que tardarán mucho en sanar. No es verdad que vendrá la
reconciliación inmediata, recuerdo cuando los diputados nombraron la Directiva
de la Asamblea Nacional período 2016 – 2017, allí hablaron de la alternabilidad convenida y
prometieron que mantendrían la unidad a toda costa. No sé cuantos grupos, en
evidente confrontación, existen hoy en la oposición. 3) Puede influir el gobierno para que gane
quien le resulte más fácil de derrotar en la subsiguiente campaña electoral,
tienen el poder, el dinero y la fuerza para hacerlo. 4) Sólo puede ganar quien tenga más recursos
económicos y de organización, no necesariamente el más idóneo. Las famosas
maquinarias que impondrán un candidato, resultando una la triunfadora, está de
antemano deteriorada porque los partidos políticos, desgraciadamente, no tienen
prestigio y están casi aislados. 5) El ganador queda muy comprometido con su
proponente, no con el colectivo opositor que va más allá de los partidos
políticos. 6) La tradición, incluso, última en Venezuela demuestra que las
elecciones primarias no garantizan el triunfo electoral. 7) La participación popular
en esta escogencia es mínima por lo que no se garantiza respaldo mayoritario en las elecciones nacionales. 8)
Las primarias determinan el respaldo a los candidatos, no el rechazo, que es
elemento determinante para la elección
posterior.
Pero,
por sobre estas razones, hay una en la que debo hacer énfasis especial. Muchos
candidatos con cualidades integrales para ser Presidente de la República, no
tienen posibilidades financieras y organizativas para enfrentar este mecanismo
primario y simplemente se abstienen de participar. Por los tiempos tan
complejos que vivimos en el país, creo es el colectivo quien debe buscar una
persona para regir sus destinos, no sólo entre el reducido número de quienes
puedan proponerse, sino entre quien veamos tienen las condiciones requeridas
para retomar el camino de la democracia, del bienestar económico y social, aun
cuando esa persona no quiera, en otras palabras, debemos imponer la obligación
de la candidatura y no sólo escoger entre quienes aduzcan su derecho a ser
elegido. Con el grupo de ciudadanos propuestos con base al cúmulo de sus
cualidades, se hace una especie de cónclave asistidos por expertos en mediación
y conciliación, sociólogos, técnicos electorales y demás ciencias auxiliares, saliendo un candidato seguramente triunfador,
porque sería el escogido dentro de la sensatez y capacidad de los mismos integrantes
del grupo. Un candidato que se sienta con méritos para ser Presidente de la
República y sus seguidores, que resulten derrotados internamente por imposición
de una maquinaria y sin explicaciones lógicas, pasa a la retaguardia sin ánimos
de participar en la campaña, pero si sale convencido de las bondades,
cualidades y fortalezas de quien resulte abanderado mediante este método, con
toda seguridad va a la contienda sintiéndola propia. Es elemental, es la
lógica. Dios proteja e ilumine a nuestro próximo candidato y Presidente de la
República.
20/11/2017.
La propuesta esta apenas enunciada, falta el analisis de la propuesta misma, su operatividad, su marco referencial.
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