lunes, 5 de febrero de 2018

Asamblea Nacional Constituyente 2017: Su responsabilidad ante la historia (I).

Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp

 

La justificada angustia que me surge ante el fracaso del Diálogo en República Dominicana; la anunciada elección presidencial en un lapso perentorio reducido a noventa días, sin que tengamos aún claro cuál es el cronograma electoral, ni tan siquiera la forma de escogencia del candidato opositor y el evidente ventajismo, en todos los órdenes por parte del gobierno, no obstante que la percepción generalizada es que está en evidente y abultada minoría, me llevan a analizar una institución que es de importancia vital para el país de hoy y lo será durante los próximos años, porque sus decisiones se proyectarán hacia el futuro, aún después de concluida: La Asamblea Nacional Constituyente. No soy experto en esta materia, simplemente un doliente más, un venezolano más, atrapado en una vorágine de la cual no somos todos responsables, pero sí víctimas. Mi interpretación las haré en cuatro o cinco entregas consecutivas, que al final serán recopiladas para remitirlas a quienes así me lo soliciten por correo electrónico.
Venezuela ayer y hoy.
Venezuela vive una etapa trascendental, de mayor significación que la independencia, la federación, el caudillismo o las dictaduras. No hablo de importancia, porque todos los ciclos históricos lo son ya que sólo superado uno puede abrirse otro, como no podemos ser hombre sin haber sido niño y luego adolescente. Cada edad tiene sus propias características y valor para la personalidad.   La trascendencia actual deviene del hecho que aquellos procesos generalizados respondían a una realidad histórica y social, que de alguna manera fueron transición hacia nuestro desarrollo y formación como pueblo. Ahora estamos atrapados en el tiempo y nos estamos rezagando integral y peligrosamente en áreas donde fuimos pioneros como tecnología, medicina, suficiencia alimentaria, comunicaciones y organización social. La independencia en América fue un movimiento evolutivo, después de trescientos años de colonialismo se produjo la  lógica separación, impulsada por el espíritu independentista acumulado en los héroes de entonces. Después de declarada la independencia de las potencias europeas, requeríamos darle una fisonomía propia a la dirección política y surgió, también como producto de génesis obligatoria, la guerra que redondeamos como de los Cinco Años, aunque fue más corta, naciendo el Estado Federal. Pero una cosa es el Estado y otra el gobierno, ante la incivilidad, la multiplicidad de provincias autárquicas y las dificultades de las comunicaciones, el poder se tomaba y mantenía con las armas. Este proceso lo llenó el caudillismo durante la segunda mitad del Siglo XIX y principios del XX, caracterizado igualmente por la ausencia del Derecho con sus normas orgánicas y apropiadamente recopiladas destinadas a resolver conflictos. Vale destacar que nuestro legado jurídico proveniente del Derecho Romano, a través del español, se limitaba al área privada, conocíamos y teníamos normados los derechos reales o sobre los bienes, las obligaciones comerciales o de créditos, las sucesiones y derechos de familia, pero no las normas del Derecho Público que regían entre los Estados o de las personas ante ese ente todopoderoso, lo que retrasó nuestra formación. Quizás ese mismo vacío jurídico en Derecho Público impuso la etapa de las dictaduras generalizadas en todo el continente americano, fundamentalmente militares e implantadas  como transición necesaria entre el caudillismo y la democracia.
 Nuestro gravísimo problema actual no viene dado por intentos de dominación imperial a través de una guerra económica o por el petróleo, de ser así el invasor conseguiría un frente único y consolidado por pueblo y gobierno. Estamos viviendo un conflicto muy grave, que se perfila por el desconocimiento de los Derechos Humanos, institución desarrollada en el mundo durante la segunda mitad del siglo pasado, en el cual fuimos abanderados signando todos los tratados internacionales al respecto y mejorando el sistema democrático que habíamos empezado a transitar, imperfecto pero perfectible.
   Es dentro de esta panorámica ampliada donde está “instalada y funcionando”, para utilizar verbos que reflejan la realidad  sin prejuzgar sobre la legalidad de fondo, una Asamblea Nacional Constituyente desde mediados del año 2017. En sus manos está la paz de la República y nuestro futuro. No sé si cada constituyente está consciente del  compromiso, tanto  individual como orgánico  que les corresponde. Entiendo, por conocimiento público y comunicacional que algunos son doctos en Derecho, especialmente del Constitucional, pero todos deben saber que las consecuencias, positivas o negativas de esa responsabilidad como integrantes del cuerpo, no se reduce a quienes ejercen cargos directivos, la concibieron o han estudiado su naturaleza jurídica, sino a todos por igual, tanto en los honores y glorias que habrá de reconocerles la República, como en las sanciones penales, civiles y administrativas, según sea que sus decisiones nos enrumben hacia un futuro promisor después del evidente caos político, social y económico en el cual nos encontramos actualmente o, por el contrario, nos lleve hacia una hecatombe   de proporciones inimaginables.  Comencemos por el principio.


05/02/2018.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El abogado, el juez y los robots.

  Jesús A. Jiménez Peraza @jesusajimenezp   En 1972 la Federación de Colegios de Abogados de Venezuela, obtuvo la aprobación de una pe...