Jesús
A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp

Durante la
Independencia los venezolanos conformaron dos ejércitos, patriotas y realistas
criollos y después, durante la Guerra de los Cinco años nos dividimos en conservadores
u oligarcas centralistas frente a los liberales o federales. Esa división era
necesaria, teníamos un territorio y unas personas que hablaban el mismo idioma
y practicaban costumbres similares, es decir, conformábamos una Nación pero
requeríamos de un Estado, que implica la
existencia de un gobierno que controle esa organización humana denominada
Nación Venezolana. Ese Estado se formó poco a poco y estaba ya consolidado,
pero hoy corre el peligro de su desintegración con las políticas del llamado
Socialismo del Siglo XXI. No tiene justificación alguna entonces, que los
opositores con amplia mayoría, no seamos capaces de mantener la unión necesaria
para impedirlo.
Un
respetado grupo de venezolanos, con respetables argumentos, han aceptado ir al desequilibrado
proceso electoral convocado para el 22 de mayo del 2018, a pesar que una
Asamblea Nacional Constituyente activada y la perspectiva de un presidente Nicolás
Maduro derrotado, pero con poderes plenos durante una larga transición de diez
meses nos lleve a una nueva frustración que la resumo con el título de este
artículo, cuando ganando perdemos. Ya
tenemos experiencia suficiente y no podemos chocar más contra la misma piedra:
El 02 de
diciembre del 2007 propinamos al presidente Hugo Chávez, hasta entonces invicto
electoralmente y a la Asamblea Nacional bajo su control, una significativa
derrota que le impediría: perpetuarse en el poder, implantar en Venezuela un
régimen socialista y la creación de un sexto Poder Público denominado Poder
Popular. En efecto, habíamos votado NO mayoritariamente en la consulta
referendaria, impidiendo la reforma constitucional propuesta y, con ello, marcamos la imposibilidad que Hugo
Chávez se postulara para un tercer período. Casi de inmediato el Parlamento sancionó una Ley Habilitante
(31 de julio del 2008) a través de la cual el presidente Chávez ordenó la
publicación de una serie de leyes regidas “por
principios y valores socialistas” y “sugirió”
a la Asamblea que en el futuro todas las leyes sancionadas lo fueran bajo ese
esquema. Especialmente y en contradicción con la negativa referendaria, se
aprobaron las Leyes Orgánicas de Comunas y la del Poder Popular, entre otras. Poco
tiempo después la Asamblea Nacional recurrió a
otro medio pero con el mismo fin parcial de la reforma negada, de manera
que el Presidente de la República pudiera postularse al cargo indefinidamente.
Se escogió la vía de la Enmienda, esta vez refrendada por la Sala Constitucional quien asentó que nadie
ni nada podía impedir consultar la voluntad del pueblo soberano, no obstante que el texto constitucional
(artículo 345) prohíbe que una reforma negada sea presentada de nuevo dentro del mismo período.
El 06 de diciembre del 2015 concurrimos masivamente a
votar en las Elecciones Parlamentarias. Se logró imponer 112 diputados, lo que
implicaba una mayoría no simple como
se aspiraba, ni absoluta como soñaban
algunos, sino una inimaginable, que la Constitución denomina calificada. Con ella se podrían hacer
muchas cosas: tomar la iniciativa para una Asamblea Nacional Constituyente,
aprobar leyes orgánicas para reorganizar Poderes Públicos o sancionar leyes marcos
para un conjunto normativo, entre otras. Sin embargo una Asamblea Nacional oficialista
saliente y moribunda, aceleró un
proceso de designación de jueces que en vacaciones, antes de finalizar el año e
incluso de su formal instalación, ya nos había bajado a categoría de Asamblea
con mayoría absoluta, que no logró se aprobara ni una sola ley. Creo que el
triunfo más palpable fue sacar las fotos del presidente Chávez del Parlamento,
el cual ya reconquistó. Esa victoria recuerda la de Pirro,
general de Epiro y rey de Macedonia, quien ganó la batalla de Heraclea
perdiendo tantos hombres, incluidos oficiales de su ejército y equipo bélico
que al final comentó: “Otra
victoria como esta, y tendré que regresar a Epiro, solo”. Ese tipo de triunfos se conocen como victorias pírricas, muy dolorosas porque
no permiten saborearla.
No soy
abstencionista, creo en el poder del
voto para cambiar gobiernos. Estoy seguro de la amplísima mayoría opositora, no
obstante la emigración de venezolanos que hoy viven, sufren y esperan como
diría don Rómulo Gallegos, desde los más remotos puntos de la tierra. De mis
labios no han salido ni saldrán palabras con el propósito de ofender al
candidato opositor, mi amigo el Dr. Henry Falcón Fuentes o de minar su campaña.
Creo en su buena fe y en la necesidad de consolidar el liderazgo de quienes
asumen el compromiso de enfrentar este gobierno, que tanto daño ha causado.
Pero en verdad pienso que una victoria, incluso, en estas circunstancias
electorales diseñadas en cambote por el gobierno, la Constituyente y el Consejo
Nacional Electoral, sería pírrica y
pudiera agravar la frustración que siente el pueblo de Venezuela.
Algunos quieren ahuyentarnos de las mesas electorales el
próximo 20 de mayo. Ellos tienen la obligación de señalar alternativas.
La solución, a mi entender, está precisamente en sumar todos los sectores
de la sociedad que han permanecido al margen de la contienda activa y concurrir
a unas elecciones como culminación de un proceso legítimo, conforme a la ley y
sin chantajes. Dios proteja a Venezuela!.
09/03/2018
Un rayito de luz, ante tanta incertidumbre. En ocasiones, la desilusión quisiera vencernos. Ojala el pueblo opositor logre conseguir nuevamente el animo de la unidad.
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