Al
amigo Dr. Jorge Rosell, dedico.
Jesús
A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
En la
concepción de Sieyés, la subsistencia y prosperidad de la República, depende de
la organización de las funciones públicas en coordinación con el trabajo de los
particulares. El término República, es propiamente una de las formas de
organización del Estado, por lo que adaptándonos a los tiempos actuales creo
pudiéramos aplicarlo mejor al concepto de Nación, ente conformado por una
población, un territorio y un gobierno, con costumbres, usos e idiomas comunes.
La
dirigencia de la Nación la confiere Sieyés, a una clase especial a quienes
denomina filósofos, cuya función es
fijar objetivos los cuales deben alcanzar con precisión, mientras en la
búsqueda participan los administradores, personeros
llamados a hacer los ajustes que fueren necesarios. La diferencia entre ambos la explica de una
manera monumental: Si el filósofo no haya al objetivo, desconocerá dónde se encuentra; si es el administrador quien no lo consigue
ignorará
hacia dónde se dirige.
Creo
oportuno aplicar esta vieja pero obligante lectura a la Venezuela de hoy.
Varios días después del inicio de la campaña electoral no percibo interés en el pueblo llano, lo que no tiene
justificación alguna porque estamos en la hora más menguada en toda nuestra
historia política contemporánea. Es ese
fenómeno precisamente, la falta de motivación colectiva, lo que me lleva a repasar las líneas del Tercer Estado y concluyo, en que por
encima de los problemas gravísimos que vivimos en el orden económico, social,
cultural y financiero, que por razones obvias deberían unirnos en procura de
soluciones, sufrimos de una apatía generalizada
nacida de la ausencia de objetivos claros, determinados y explicados por
líderes confiables.
Fíjense
que los tres planteamientos fundamentales en la doctrina de Sieyés continúan
vigentes, con similares respuestas: ¿Qué es Venezuela para nosotros? Todo y, en
ello estamos contestes. La diáspora actual que nos aflige no es una renuncia al
país, es simplemente una acción de supervivencia, postergando el ejercicio de
nuestra querencia por la patria. ¿Qué consideramos han hecho nuestros
administradores? Nada, hablamos de un país rico con una población empobrecida y
la causa uniformemente admitida, ha sido la de problemas generados por nuestros
diferentes gobiernos, bien sea por elementos de culpa, bien de dolo
generalizado, por supuesto distribuida en diferentes grados de responsabilidad.
En lo personal, creo que aunque muchos elementos se generan por la ausencia de
liderazgo y programas apropiados, también hemos tenido personas y gobernantes
dedicados enteramente a la función pública, de manera desinteresada y eficaz,
lamentablemente me parece que este no es un criterio generalizado.
Pero es en
el tercer planteamiento donde nos dividimos los venezolanos y en general, nos
diferenciamos los opositores específicamente. ¿Qué queremos para Venezuela?
Este tiene que ser el centro del debate. Diagnosticados los problemas, son las
soluciones la prioridad, sólo que la desconfianza impide creer ciegamente en
mesías y ello obliga a iniciar una labor de ilustración, que necesariamente
requiere de tiempo prudencial para conocer, convencer y decidir, que son las
etapas fundamentales del complejo proceso electoral que hoy sustanciamos.
He
querido, mediante este sencillo razonamiento, respaldar el planteamiento que
durante la semana han puesto sobre el tapete
tanto la Conferencia Episcopal Venezolana, como el Frente Amplio por una Venezuela Libre y,
concretamente en Lara el amigo Dr. Jorge Rosell. Urge en Venezuela que se
reprograme la consulta electoral, estableciendo tiempos y actos que nos den
seguridad a los electores. Cierto es que no establece la Constitución un lapso
determinado para celebrar las elecciones presidenciales. La Ley Fundamental de
1999 estableció la posibilidad de reelección y, en la reforma del 2009 se aprobó
que la misma sea indefinida, pero la lógica, los principios básicos y
elementales del Derecho, la tradición histórica en el país, impiden la
existencia de un segmento tan largo entre la designación del nuevo Presidente y
su toma de posesión. Tampoco hemos conocido en nuestra historia contemporánea,
la activa existencia de un órgano supra constitucional mientras el pueblo toma
tan trascendental decisión, como es el cambio de sus autoridades.
De manera que es fácil predecir, que la apatía popular en la recién iniciada campaña electoral irá necesariamente en aumento, acorde con la inflación y el discurso vacío y lo peor, que cualquiera sea el designado no gozará del respaldo suficiente, para saber dónde está, que buscar y cómo conseguirlo. Dios proteja a Venezuela!
De manera que es fácil predecir, que la apatía popular en la recién iniciada campaña electoral irá necesariamente en aumento, acorde con la inflación y el discurso vacío y lo peor, que cualquiera sea el designado no gozará del respaldo suficiente, para saber dónde está, que buscar y cómo conseguirlo. Dios proteja a Venezuela!
26/04/2018.
La sustitución conseguida por la revolución francesa (única verdadera) de un Estado Feudal a una República, no puede derivar como ocurre en Latinoamérica de Reyes a Presidentes que se consideran como tales.El comportamiento de los nuestros (desde Caldera hasta Chavez, excluyo a Rómulo y Leoní) como los de Correa, Lula y Morales hacer ver que todavía para nosotros no ha nacido una verdadera República
ResponderEliminarExtrañamente José, los Planteamientos de Seigés continúan vigentes, pero expresamente sustituyo a los efectos de estas reflexiones, el concepto de "República" a la cual se refería El Tercer Estado por el de "Nación", para que pueda encajar, porque esta no es una forma de organización del Estado sino un ente conformado por territorio, gobierno y población con características comunes. Saludos.
EliminarDefinitivamente Venezuela necesita que nos pongamos de acuerdo, y al unisono le demos un gran empujón.El problema de "no dar pie con bola" no es la MUD, Henrry, ni un tercero, el problema somos nosotros mismos, que dejamos en manos de terceros la búsqueda de la solución, para no hacer el mínimo esfuerzo para lograrlo.
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