Jesús A.
Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
Ha
venido corriendo en el ambiente político nacional que la legitimidad del
presidente Nicolás Maduro en el ejercicio de su cargo, concluye el 10 de enero
del 2019. El planteamiento lleva implícita la idea de la falta de sustento
constitucional en los comicios presidenciales por el período 2019 al 2025, celebrados el pasado 20 de mayo del 2018.
En
lo personal me abstuve de participar porque me pareció que las mismas no se
correspondían con principios aceptados según nuestras leyes electorales y
tradición, ya arraigada en Venezuela.
No
pude entender como la convocatoria fue a instancias de la Asamblea Nacional Constituyente, ni cómo podían celebrarse unas
elecciones que además se extendieron a los Consejos Legislativos Estadales y
Alcaldías, estando en vigencia el cuestionado órgano Constituyente, en
entredicho por los propios intervinientes activos por el sector opositor.
Ningún
dispositivo señala un segmento temporal para la realización de las elecciones
presidenciales, pero siempre fueron en el mes de diciembre del último año del
período, excepto en el 2012, que se adelantaron para octubre visto el avanzado
deterioro físico del presidente - candidato Chávez. Pero esta vez fue con ocho
meses de anticipación, sin ninguna explicación convincente.
Habían
sido desconocidos, además, los
principales partidos contrarios al oficialismo. El cronograma electoral fue refrendado
por sólo tres organizaciones políticas (Avanzada Progresista, MAS y un retazo
de Copei), quienes por su deterioro organizativo y el raquítico respaldo popular no podían estar
técnica, legal ni moralmente autorizados para ejercer la representación del
robusto sector que conforma la oposición venezolana.
La
designación del candidato requería, como primer requisito para constituirse en
opción de triunfo, la unión de todos para enfrentar al régimen chavista – madurista.
Ese líder debía ser producto de un consenso bien constituido y explicado,
además provisto de un programa con el respaldo y compromiso de todos quienes
hubiesen colaborado en su estructura.
Coincido
así con el grueso del Manifiesto emitido por el Congreso Venezuela Libre, en el
Aula Magna de la gloriosa Universidad Central de Venezuela, mi Alma mater, donde prometen un Plan de
Políticas Públicas, que si bien será presentado en el momento de la reconstrucción nacional, vale decir a
futuro, listan claramente los elementos prioritarios que serán considerados
para la transición. Todos ellos se corresponden con los analizados por diferentes expertos,
desde hace mucho tiempo.
Atinadamente
el Manifiesto se perfila en la demanda por la construcción de una unidad
superior, la prevalencia del carácter democrático y la defensa de la
Constitución Nacional, como el instrumento jurídico que une al pueblo
venezolano.
Igualmente
se hace un reconocimiento a la Asamblea Nacional como el único organismo con
legitimidad, para garantizar y conducir la institución. Acá quiero hacer una
observación.
Conforme
al artículo 219 constitucional, el día 5 de enero debe designarse nueva Junta
Directiva. El caso es que todo órgano colegiado es fácilmente contaminado por
sus integrantes, de manera que facilitaría cualquier compromiso conocer anticipadamente
quiénes integrarán esa nueva junta, porque durante las últimas horas han sido
desclasificados una serie de documentos por el sistema judicial norteamericano, que también
marcarán un hito en nuestra propia historia. Muchos hechos, sucedidos a lo
largo del Siglo XXI en Venezuela y personajes, tanto oficialistas como
opositores protagonizan la trama que algunos había
denunciado, otros intuían pero que hoy salen a la luz debidamente demostrados.
Creo
necesario que los miembros de la actual Asamblea Nacional que puedan estar
comprometidos en ese cónclave de corruptelas se desincorporen oportunamente,
para que el 10 de enero no se convierta en una decepción para las esperanzas de un nuevo
amanecer en Venezuela.
El
10 de enero debe ser planteado, así lo entiendo, como el inicio en el accionar
de una oposición bien cimentada y
coordinada contra el gobierno, porque los problemas que enfrentamos son de gravedad
extrema, no se trata de lo que por si es grave, como la colosal hiperinflación, ocasionada a
su vez por la escasez de alimentos, combustible y medicinas, consecuencia de la destrucción del aparato
productor en el sector primario de la economía, sino que paulatinamente estamos
perdiendo la estructura del Estado.
En
efecto, hemos ido paulatinamente achicando el territorio, ocupado hoy por hampa
común y organizada. La diáspora ha diezmado nuestra población joven y formada,
lo que desarticula los grupos familiares que permanecen en el país. Todo eso
requiere planteamientos serios y respuestas
contundentes.
No
podemos aferrarnos en potenciales soluciones que habrán de llegar de organismos
multilaterales o de los países de la región, que no ven realmente a Venezuela
como dificultad a resolver, sino dentro del contexto de los problemas que
creamos internamente para ellos. Por eso no son uniformes las soluciones
foráneas.
Es
esperanzador observar hoy como un grupo de extraordinarios profesionales del
Derecho andan pregonando por Venezuela el programa de justicia transicional,
mientras connotados economistas, productores,
empresarios y expertos relacionados con el tema, asoman como pudiéramos
reflotar la industria petrolera y a las empresas en estado de atraso o quiebra,
para retomar la producción en fábricas y fincas. Todos estos pasos generan
confianza y nos reunificarán con toda seguridad. Dios proteja a Venezuela!
02/12/2018
Hermano: las líneas básicas del Programa de Reconstrucción Nacional están listas. Tu reflexión es adecuada, pero tu opinión constitucional y administrativa es esencial. Un abrazo
ResponderEliminar