Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
El
hombre siempre se ha regido por cánones morales. Cuando Caín mató a Abel, no
existía norma escrita que condenara el hecho, sin embargo, sintió vergüenza
ante la voz divina que le increpó preguntando por su hermano. Posteriormente
comenzó a regir su conducta por disposiciones escritas pero aisladas. Aunque
existen algunas recopilaciones anteriores, fue con el emperador Justiniano en
el siglo VI, en Roma, cuando se inició
la compilación de leyes denominándolas Códigos, en ese caso el Corpus Iuris Civilis o Código de Justiniano.
De esta manera nació la primera gran división
del Derecho como ciencia: Derecho Natural o
conjunto de normas ideales, justas y eternas reguladoras de la conducta humana,
frente al Derecho Positivo fundado en norma escrita que emana de un órgano con competencia para hacerla y
aplicarla en forma coactiva.
La
ley se sancionaba por la observación de los hechos sociales, incluso en la
actualidad es el método de mayor aceptación. Se ponderan las circunstancias en
abstracto, los supuestos que la
conforman se califican en base a la conducta de una persona considerada, en
promedio, como normalmente prudente o diligente (bonus pater familiae) y, ante
su incumplimiento, se impone una consecuencia justa.
Al
principio las leyes no obligaban al poderoso, ellos tenían la exclusividad de una
fuerza que les inmunizaba de los efectos de las normas, destinadas a mantener
la conducta de los pobres y débiles sociales, dentro de cauces exclusivos para
servir a sus amos. Los reyes sustentaban su poderío omnímodo en hacer creer que
eran enviados de Dios. Con diversos movimientos colectivos, pero
fundamentalmente con la Revolución Francesa (1789), el monarca como tal, perdió
fuerza y nació la República.
Antes
y ahora, los seres humanos hemos sido incapaces de mantenernos dentro de la norma si
no hay un organismo fuerte encargado de aplicarla y, una sanción ejemplarizante
ante su violación. Hoy tenemos al Estado provisto de capacidad para sancionar
la ley, imponerla y hacerla cumplir, incluso a través de las armas y la fuerza.
Siendo
entonces que el Estado tiene un poderío inmenso pero razonablemente necesario,
hubo de desconcentrarse ese poder de manera que diversas ramas a través de
elementos propios, controlándose recíprocamente y colaborando entre sí,
cumplieran la cuasi divina función de proporcionarnos a los habitantes de una
Nación, la posibilidad de convivir en armonía, de satisfacer nuestras
necesidades, desarrollarnos, multiplicarnos y en fin, disfrutar del don de la
vida.
Todo
esto se logra simplemente con el cumplimiento de la ley, es decir,
sometiéndonos voluntariamente a su imperio! Pero el Estado que, repito, tiene
como función propia, exclusiva y excluyente concebir, administrar y aplicar la norma,
es un ente ideal, es una ficción regido por seres humanos e imperfectos.
He
allí el problema! cuando el hombre se cree Dios; aun siendo mortal se siente eterno; cuando piensa que el
poder es permanente y no efímero; cuando no tiene la capacidad o la humildad
para entender que las normas que hace, lo rigen a él también y a los suyos; si no tiene conciencia o no acepta los límites, se desborda el
poder y surgen los demonios con el
abuso y la anarquía.
Venezuela
tenía derecho a buscar otros caminos si consideró que los gobernantes de la
República Civil lo habían hecho mal. El pueblo de Venezuela actuó dentro de los límites de los derechos individuales, al elegir a Hugo Chávez en
1998, pero también a revocarle el mandato en el 2003 y a que la Asamblea
Nacional designada en el 2015, pudiera ejercer sus funciones de legislar y
controlar. Todo eso estaba regido por la ley y debía cumplirse bajo su imperio.
Ha
sido la interpretación e imposición anárquica del entramado legal, lo que llevó al actual Presidente de la República a convocar
una Asamblea Constituyente, a pesar de
estar claramente facultado sólo a proponerla para que el pueblo la convoque si esa
era su voluntad. Indebidamente
convocada e impropiamente instalada, la
Constituyente asumió de manera impropia sancionar leyes constitucionales, sin estar previstas en nuestro ordenamiento
jurídico, aunque puede transformar al Estado, crear un nuevo
ordenamiento jurídico y redactar una nueva Constitución (artículo 347 CN99), sus efectos no son directos ni inmediatos
porque el producto de su trabajo ha de ser aprobado por referendo popular, como
se hizo en 1999 con la actual Constitución.
Los
diferentes órganos del Estado violentan continuamente
nuestro ordenamiento y propician caos y anarquía cuando confunden, ex profeso,
los límites del gobierno y del partido gobernante; cuando mantienen hombres en
las cárceles por sus ideales, a pesar que las leyes y tratados internacionales, que también lo
son y tienen jerarquía constitucional (artículo 23 CN99), garantizan la libertad de pensamiento.
También
se incumple la ley cuando los recursos básicos de una nación inmensamente rica
no se distribuyen equitativamente, con los únicos límites de los esfuerzos
personales de sus habitantes.
El
Poder Judicial contraviene la norma cuando no aplica justicia distributiva o sus
sentencias no son gratuitas, oportunas, coherentes, expresas y precisas.
Se
desdibuja el Estado cuando el Contralor protege a quien debe controlar; cuando
el Fiscal se alía al gobierno o el Defensor no ampara los intereses y garantías
básicas del Pueblo. También cuando el árbitro electoral se parcializa o se
designa en pago de lealtad.
Es
inconveniente que el Derecho Administrativo contencioso, de relativa reciente
creación en Venezuela, no se oriente a igualar derechos sino para subir el pedestal del príncipe. Nos
habituamos a la expropiación sin pago
justo y oportuno, que lo transforma en confiscación,
figura que convierte al Estado en forajido. Es la muerte del Derecho cuando la
manifestación pública y pacífica es controlada con armas y se califica como un
delito.
Lo
peor de todo es el mal ejemplo que esa conducta anómala del gobernante proyecta al ciudadano, obligándolo a actuar
por imitación. Ahora pensamos que es lícito y conveniente no pagar por los
servicios que utilizamos o que las luces rojas de los semáforos son adornos. Se
ha hecho común cerrar las calles, técnicamente del dominio público, justificando
nuestra conducta con la excusa de la
protección de nuestras vidas y bienes, acosados por el hampa común.
Ese
es el mayor fracaso de la llamada Revolución Bolivariana, no se somete al
estado de Derecho, ni impone para todos y conforme lo escrito, el imperio de la
ley. Dios bendiga a Venezuela!
Excelente, preciso y con la claridad del sol. Gracias
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