Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
Post scriptum:
El PS debe ir al final del escrito, es un apéndice. Sin embargo, en este caso
debo hacerlo al principio para advertir sobre lo que no quisiera cambiar, que es la idea de condensar en un solo artículo
dos documentos inmortales de la Iglesia Católica, como refiero en seguida.
Pero me resultó imposible y resolví separarlos, conservando la idea
original. JAJP.
El
título no se relaciona con la reciente película que relata, seguramente entre
historia y fantasía, la transición entre el hoy Papa Emérito Benedicto XVI y SS
Francisco, que ocupan los puestos 265 y 266
en el largo historial de sucesores del augusto Trono de San Pedro.
Simplemente,
con ocasión de este reposo obligado por el virus chino y el tiempo de reflexión y recogimiento
espiritual, al cual invita la Semana Santa cuando los cristianos rememoramos
los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, releí dos
documentos pastorales que constituyen verdaderos monumentos por su contenido y
mensaje.
Me
refiero a las Cartas encíclicas Centésimus Anni (Centésimo año. 01.05.1991) y
Laudato Sí (Alabado mi Señor. 24.05.2015), que se me antoja tienen en común, una
alabanza y reconocimiento al Supremo Creador, por haber construido su obra
tomando como base fundamental al Hombre y de todo cuanto puso en la Tierra,
para nuestro disfrute.
En
efecto, Centésimus anni cumple con una obligación que se han impuesto todos los
Pontífices, desde la tercera década del Siglo XX, de revisar y actualizar la
encíclica Rerum novarum (05.05.1891), de León XIII, tejida alrededor de los
derechos laborales de los trabajadores.
Juan
Pablo II, sin duda alguna el más grande líder de la segunda mitad del siglo XX
en el mundo, se fundamenta en la necesidad de revisar hacia el pasado los
derechos sociales del hombre, porque de ellos depende su dignidad y a la vez
adelantarse en lo que serán los nuevos retos del tercer milenio que estaba por iniciarse,
cargado de incógnitas y promesas.
Juan
Pablo II, recuerda cómo León XIII y sus sucesores se habían ofrecido a
revisar algunas "cosas viejas" recibidas
y transmitidas desde siempre, que constituyen la tradición de la Iglesia y con
ellas descubrir "cosas nuevas". De
manera que esas cosas viejas siempre han estado allí, pero en permanente
revisión.
Reconoce
la Encíclica Centésimo anni los aportes de la Rerum novarum a principios
fundamentales del moderno Derecho Laboral: el producto del trabajo humano debe
enfocarse dentro del contexto de su verdadera dimensión social, por lo que
proyecta hacia la familia, la sociedad y el Estado, horario de trabajo, salario
justo, respeto al credo del trabajador, entre otros. Ya Juan Pablo II, había
abordado este tema central en la encíclica Laborem exercens.
Por
cierto la obra de León XIII, tuvo gran impacto en Venezuela cuando nació el
Derecho Laboral en 1928, rebelándose desde 1936 contra la doctrina de calificar
la relación de trabajo, como relación subordinada de arrendamiento. Es de
justicia reconocer los esfuerzos desplegados en el país, en este sentido, por
el Dr. Rafael Caldera.
Es
realmente aleccionador, el análisis que hacen ambas pastorales sobre los conceptos de socialismo
y liberalismo. Ningún extremo es aceptado por Juan Pablo II, como no lo
fue por León XIII. El socialismo se
analiza bajo la óptica del derecho de propiedad privada y la circunstancia de alentar el odio contra la clase más
pudiente, porque altera la función del Estado y perturba todo el orden social. El
individuo, la familia y la sociedad son anteriores al Estado, por lo que el
papel de éste debe ser protegerlos y no sofocarlos.
Defienden ambas Cartas pastorales a las sociedades intermedias, ya que son organizaciones
protectoras de los derechos individuales de sus
integrantes.
Del liberalismo se hace un análisis más sistemático, rechazando
cualquier protección exclusiva al sector
económicamente privilegiado, porque son los pobres quienes requieren de mayor
protección, debiéndose entender y aceptar que al Estado corresponde determinar
el marco jurídico de actuación para todos, por lo que su función es igualmente
prioritaria.
Entre
las cosas nuevas analiza Juan Pablo
II, los cambios en el mundo después de 1945, donde se logra más que paz
consolidada una situación de no
guerra, producto de la terminación formal de la confrontación bélica, pero
sin reconciliación entre las partes. La mitad de Europa estaba para entonces bajo el dominio
de la dictadura comunista y la otra
mitad tratando de enfrentarla y protegerse contra ella. Al terminar la
guerra mundial no se obtuvo libertad ni se devolvió el derecho de la gente.
Un
grupo de países trató de construir una sociedad más justa partiendo de las
leyes del mercado y la estabilidad monetaria, enfrentado al comunismo de muchedumbres explotadas y oprimidas, pero
que deben suavizarse con libertad de sindicatos, asociaciones y control público
que haga valer el valor universal de los
bienes, no concentrados en pocas manos.
No puede entenderse a un mercado que hostigue al comunismo, pero valido
sólo de argumentos netamente materialistas.
La
Iglesia, en esta encíclica y bajo la pluma de Juan Pablo II, reconoce que no
tiene modelos económicos y políticos por proponer, acepta el mercado, la libre
empresa y al Estado. Sólo les ofrece las orientaciones de su propia doctrina, exigiendo
el necesario reconocimiento por la búsqueda
del Bien Común. No puede ser de otra manera (según mi interpretación
personal) porque debe respetar ideologías, costumbres y sistemas asumidos por
cada pueblo, conforme a su historia y formación. Sólo pide la Iglesia, respeto
por principios universalmente aceptados por las mayorías, como la prevalencia del ser humano y la
consideración que el trabajo a la par de obligación, es un derecho y que la
propiedad de los bienes, no puede beneficiar a su titular exclusivamente, sino
al colectivo.
Centésimus
anni tiene un capítulo especial titulado “Año
1989”. No podemos pasar por alto que ese año es ícono por la caída del Muro de
Berlín y, las conversaciones de la Mesa Redonda en Polonia que dieron cabida, a
su vez, a la participación de la oposición (Solidaridad)
en las elecciones, que ganó para sorpresa de muchos. Aunque, como dice la
Carta, ese año marca una época y ámbito geográfico mayor, incluyendo América,
África y Asia.
Siendo
imposible cambiar el texto original de la reflexión de Juan Pablo II, en ese
filo de navaja entre guerra y paz, prefiero reproducirla textualmente:
“Parecía como
si el orden europeo, surgido de la segunda guerra mundial y consagrado por los
Acuerdos de Yalta, ya no pudiese ser alterado más que por otra guerra. Y sin
embargo, ha sido superado por el compromiso no violento de hombres que,
resistiéndose siempre a ceder al poder de la fuerza, han sabido encontrar, una
y otra vez, formas eficaces para dar testimonio de la verdad. Esta actitud ha
desarmado al adversario, ya que la violencia tiene siempre necesidad de
justificarse con la mentira y de asumir, aunque sea falsamente, el aspecto de
la defensa de un derecho o de respuesta a una amenaza ajena. Doy también
gracias a Dios por haber mantenido firme el corazón de los hombres durante aquella
difícil prueba, pidiéndole que este ejemplo pueda servir en otros lugares y en
otras circunstancias. ¡Ojalá los hombres aprendan a luchar por la justicia sin
violencia, renunciando a la lucha de clases en las controversias internas, así
como a la guerra en las internacionales!”
Creo que todos los venezolanos,
en los actuales momentos que vive el país deben leer Centésimus anni, sobretodo
este capítulo: “Año 1989”, porque en
él adelanta SS Juan Pablo II, lo que sería la Venezuela del siglo XXI, cuando escribe:
“Porque las
antiguas formas de totalitarismo y de autoritarismo todavía no han sido
superadas completamente y existe aún el riesgo de que recobren vigor: esto
exige un renovado esfuerzo de colaboración y de solidaridad entre todos los
Países”.
La propiedad privada y el destino
universal de los bienes, fundamentalmente del bien tierra, es otro especial capítulo de la encíclica. Obviamente
no puede dársele carácter absoluto a
ese derecho porque su naturaleza misma, conlleva una limitación. En general,
todos los bienes exteriores deben tenerse como de aprovechamiento común. A lo
largo de la historia universal se han resaltado dos
elementos: tierra y trabajo, sólo cambia la relación. Hoy el trabajo se
considera productor de bienes y servicios de aprovechamiento general.
También enfoca el Papa la
necesidad de considerar otro objeto de la propiedad: el conocimiento, técnica y
saber y es que el principal recurso del hombre es el hombre mismo, su
inteligencia, que descubre las potencialidades y modalidades productivas.
El problema ante este reto es que
no todos los hombres pueden entrar con independencia técnica o jurídica al libre sistema de empresas,
lo que de cierta manera constituye una semi esclavitud. Atinadamente enfoca
Juan Pablo II, que ese régimen ad hoc de capitalismo
no tiene al frente al socialismo,
porque este es también capitalismo
sólo que en manos del Estado, ni se opone al mercado liberal,
porque acepta a su vez, control por esa organización fuerte en los aspectos
económicos y político, que conocemos como Estado.
La importancia está en que jamás
se enfoque la empresa desde el único ángulo del lucro, ya que los balances y
relación de ganancias y pérdidas pueden
ser óptimos, pero si no se prioriza como elemento fundamental, al hombre y el decoro
del mismo, no hemos hecho nada. Inicialmente el trabajo estaba dirigido
básicamente a satisfacer las necesidades primarias, pero hoy debe además
exigirse que la solución sea con bienes de calidad, lo que nos lleva de mano al
consumismo excesivo, que debemos
enfrentar con base a la educación y mejoras culturales. No es malo de por sí el consumo de bienes, mientras no se
contraríe la salud y la dignidad, como en el caso de drogas y pornografía.
También es preocupante el consumo sin control vinculado al problema
ecológico, puesto el hombre abusa de manera excesiva y desordenada de los
recursos de la Tierra. La ecología es un punto especialmente tratado en esta
encíclica, pero la dejo para el análisis de Laudato Sí, donde es tema central y
específico.
Enfoca Centésimo año la
conformación del Estado, admitiendo la división de sus Poderes en Legislativo,
Ejecutivo y Judicial, como fundamento del estado de Derecho. Esta concepción era realmente novedosa para el año
1891, cuando se publica la Rerum novarum.
Lo que rechaza Juan Pablo II, sin
ambages es la tiranía que implica la negación del balance de tales poderes y la
subyugación por el Estado o el Partido dominante, a individuos, familias u otras organizaciones
intermedias y la Nación. Dice que el marxismo leninismo, por el especial ordenamiento
de las clases, busca adueñarse del poder absoluto, lo que constituye una negación de la Iglesia.
La Iglesia respeta la autonomía
de la democracia, pero no expresa realmente preferencia alguna, sólo reconoce
bien utilizado, su aporte a la dignidad de la persona que se manifiesta en el
misterio del verbo encarnado. Así analiza los conceptos del Estado Bienestar o Estado Asistencial, pero
sin que intervenga en la vida interna de los grupos sociales privándolos de sus
competencias propias. El apoyo al hombre necesitado no puede excederse a tal
punto de humillarlo, de manera que todo tipo de ayuda siempre debe respetar al
ser humano, porque tiene que ir más allá de lo material.
El último capítulo de la
encíclica no puede ser más sugestivo y perfecto, porque condensa los dos mil
años del cristianismo: “El hombre es el camino de la Iglesia”.
Asienta SS Juan Pablo II, hoy Santo de la Iglesia católica: “El hombre es la única criatura que Dios ha querido por sí misma. El
Evangelio no es teoría, sino fundamento y estímulo para la acción”.
Debo decir que me siento profundamente impactado con la relectura de esta colosal
encíclica. Profesionalmente siempre he buscado respuesta a una pregunta muy
complicada, lo que había resuelto con diferentes textos, sin percatarme que
estaba ahí en un documento que leí por primera vez años ha, pero que las
circunstancias especiales que vivimos en Venezuela y el mundo me hizo topar de
nuevo: Que es la justicia? Juan Pablo II, responde:
“El amor por el
hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se
concreta en la promoción de la justicia. Esta nunca podrá realizarse plenamente
si los hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a
alguien inoportuno o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en sí,
la posibilidad de una riqueza mayor.....para que se ejercite la justicia y tengan
éxito los esfuerzos de los hombres para establecerla, es necesario el don de la gracia, que viene de Dios”.
Concluyo de manera diferente al
habitual con: ¡Gracias Juan Pablo, Papa Amigo, gracias!
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