Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
Al
principio sólo existía la tierra yerma y el cielo. Cada día, Dios fue creando
lo necesario para la vida: la luz; las aguas; los peces, aves, reptiles y
animales salvajes; creó las plantas y los frutos. Finalmente hizo un ser a su
imagen y semejanza, a quien llamó varón, de sus costillas sacó a la mujer.
Quiso que fueran iguales, que se acompañaran y socorrieran mutuamente y les concedió señorío sobre lo creado
(Génesis 1, 1-2).
Fue
el propio hombre quien impuso barreras. Se separó de los otros de su misma
especie, clasificándolos por color, credo, preparación o posición económica.
Dibujó las diferencias y perdió la humildad, se hizo egoísta, ya no quiso
compartir la Tierra ni sus frutos. Formó diferentes organizaciones, como
familias, clanes, ciudades y naciones comenzando la lucha por el poder, bienes y
suelos. Ya entonces, no éramos iguales y
se marcaron los contrastes, a veces abismales e incomprensibles entre pares.
El
otrora Jardín de El Edén fue insuficiente para proveer alimentos y
vivir en paz. Con justificada alarma leo una ponencia del empresario -
ecologista Joan Antoni Melé, donde explica que existe una concentración de
riqueza en el 1% de la población mundial, que es similar a la del 99% restante.
Esto es a la par de injusto, inmoral, fenómeno que pienso alguna vez será insostenible
por lo que tal desequilibrio habrá de terminar en necesaria implosión.
En
el fondo sabemos que la desigualdad es nuestra huella, en consecuencia, la rechazamos
en teoría, pero la aprobamos en la práctica.
Algunos se complacen cuando dan a los más pobres algo de lo mucho que
tienen, pan al hambriento, ropa al desnudo, posada al peregrino con la
pretensión de exculparse por la escala artificial que hicimos contrariando la
Creación.
Otros pregonan la dictadura del proletariado aunque sólo quieren invertir el orden, que continúe todo igual pero con otra
clase social en la jefatura. Sin embargo, todos quieren que el hombre siga “siendo
el lobo del hombre”. Es esa lucha la que ha creado la diferencia y nos ha
debilitado.
Esto
no es un tema nuevo, lo que implica que no necesariamente el tiempo soluciona
las injusticias. El Papa León XIII, en su Encíclica Rerum
Novarum (“Cosas Nuevas”. 05.05.1891), asoma el desequilibrio creado por “la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos, frente la pobreza
de la inmensa mayoría”, advirtiendo que el planteamiento
no es “una cosa novedosa”.
Si bien el enfoque de la carta papal es fundamentalmente una denuncia crítica sobre el trabajo como mercancía, oponiéndose a que ese concepto permita incluir el
esfuerzo humano, dentro de los supuestos
de la ley de la oferta y la demanda, sin hacer profundas consideraciones humanísticas,
a partir del 40° aniversario del extraordinario documento pontificio, el Papa de
turno renueva los conceptos, la opinión y normativa de la Iglesia católica,
sobre tan doloroso desbalance social, político y económico por lo que la Rerum
Novarum es un documento con vigencia permanente.
Un
simple virus obligó a los hombres de la
tierra a esconderse espantados, todos al mismo tiempo. Ante él de nada sirven
las balas, aviones, sub marinos atómicos, bombas termonucleares, útiles sólo
para matar otros hombres, pero no para erradicar el mal. Ese virus no es muy
fuerte, en realidad ni tan siquiera debió aparecer sobre la faz de la Tierra,
porque es producto de la desigualdad, la guerra y la política.
Alguna
teoría sustentable explica que el Covid 19 (enfermedad producida) se origina por mutaciones sucesivas del virus, otrora huésped exclusivo
del murciélago cuyo sacrificio e ingesta fue oficialmente autorizada, junto con
otros animales salvajes de cuyo señorío estamos encargados, ante el hambre que
azotó a millones de asiáticos tras La Gran Marcha y la Guerra Civil china.
El
temor reverencial por el virus será
pasajero, ya vendrán las vacunas
y el dominio de la ciencia sobre él, pero el egoísmo y la codicia continuarán
porque están muy arraigados en el ser humano. Después del susto y la
humillación, seguiremos siendo ciegos ante más de ochocientos cincuenta
millones (850.000.000) de personas que pasan hambre en los 5 continentes, sin
contar quienes están sub alimentados, calculados en un mil veinte millones (1.020.000.000)
según reciente Informe de la Organización de las
Naciones Unidas para la Agricultura y
Alimentación (FAO), lo que representa el 15% de toda la raza humana.
A
muy poca gente le preocupa las advertencias provenientes de la FAO, pidiendo
cambiar la forma de producción, distribución y consumo de alimentos y alertando sobre la ampliación semántica del
concepto hambre, porque debe incluirse
el sobre peso y la obesidad, que también son gérmenes malignos provocados por
el hombre al explotar negocios relacionados con la necesidad de comer. Este
desequilibrio humano se extiende al consumo de agua potable, viviendas
adecuadas, vestidos, medicinas, servicios y asistencia.
El
problema no es el virus, es el hombre, que ha permitido el 32% de sub nutrición
en África Subsahariana y Asia, además de cincuenta y cinco millones (55.000.000)
de personas con hambre permanente en Latinoamérica.
Estas marcadas diferencias son simplemente
debilidad, porque en bloque no somos capaces de unirnos y poner fin al
desequilibrio. Cuando se tiene una mayoría tan aplastante se está en condiciones
de imponer normas igualitarias. Lo que sucede, creo, es que los logros parciales
individuales o por grupos homogéneos, nos separan del hombre mismo y conjuntos
rezagados y ya no queremos igualarnos, sino mantener esa supremacía aunque
otros comanden.
No creo que pueda ni deba existir una paridad
absoluta entre los hombres. El estudio, el esfuerzo, la capacidad intelectual
individual despuntan automáticamente
diferencias necesarias y lógicas, pero sí se requiere de una igualdad básica
como el uso de los más elementales bienes y servicios, entendida como
obligación del Estado y de los grupos más beneficiados por la riqueza, acceso
que debe nacer incluso sin contraprestaciones.
Así sucede en la clasificación por sectores
económicos, pero también en otras actividades. Los seres humanos y las
organizaciones fundadas para su beneficio atentan incluso contra sí mismo,
cuando lo hacen contra la naturaleza y otros elementos creados por Dios,
descritos en el Génesis y que recordamos al inicio de estas reflexiones.
Así como ese desequilibrio y sus consecuencias
nefastas se ven claramente en el aspecto económico, existe también en la
política. Es frecuente que agrupaciones minoritarias en la práctica se adueñen de las grandes mayorías,
controlando las instituciones y la ley, que es un instrumento que en principio, está hecho para
igualar lo desigual.
Cuando algún
sector alcanza poder pasajero, lo cree permanente y como consecuencia, se siente único y eterno. No se conforma con
escribir la norma, sino que quiere interpretarla y cuando aún así, siente que
no lo ha obtenido todo la aplica de
manera distorsionada, para mantener el privilegio.
El gobierno actual de Venezuela es un claro ejemplo. Con todos los Poderes
Públicos concentrados en unas mismas manos, no ha sido capaz de dirigirnos con
eficacia, ha violentado derechos
individuales y colectivos reconocidos desde siempre, incluso antes de la
aparición del primer hombre sobre la Tierra. Es tarea de toda la oposición unida buscar soluciones
pacíficas, justas, constitucionales. Dios bendiga a Venezuela!
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