sábado, 11 de abril de 2020

El problema no es la fortaleza del virus, sino la debilidad del hombre.

Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
Al principio sólo existía la tierra yerma y el cielo. Cada día, Dios fue creando lo necesario para la vida: la luz; las aguas; los peces, aves, reptiles y animales salvajes; creó las plantas y los frutos. Finalmente hizo un ser a su imagen y semejanza, a quien llamó varón, de sus costillas sacó a la mujer. Quiso que fueran iguales, que se acompañaran y socorrieran mutuamente  y les concedió señorío sobre lo creado (Génesis 1, 1-2).
Fue el propio hombre quien impuso barreras. Se separó de los otros de su misma especie, clasificándolos por color, credo, preparación o posición económica. Dibujó las diferencias y perdió la humildad, se hizo egoísta, ya no quiso compartir la Tierra ni sus frutos. Formó diferentes organizaciones, como familias, clanes, ciudades y naciones comenzando la lucha por el poder, bienes y suelos. Ya entonces, no éramos  iguales y se marcaron los contrastes, a veces abismales e incomprensibles entre pares.
El otrora Jardín de El Edén   fue insuficiente para proveer alimentos y vivir en paz. Con justificada alarma leo una ponencia del empresario - ecologista Joan Antoni Melé, donde explica que existe una concentración de riqueza en el 1% de la población mundial, que es similar a la del 99% restante.  Esto es a la par de injusto, inmoral,  fenómeno que pienso alguna vez será insostenible por lo que tal desequilibrio habrá de terminar en necesaria implosión.
En el fondo sabemos que la desigualdad es nuestra huella, en consecuencia, la rechazamos en teoría, pero la aprobamos en la práctica.  Algunos se complacen cuando dan a los más pobres algo de lo mucho que tienen, pan al hambriento, ropa al desnudo, posada al peregrino con la pretensión de exculparse por la escala artificial que hicimos contrariando la Creación.
Otros  pregonan la dictadura del proletariado aunque sólo quieren invertir el orden,  que continúe todo igual  pero con otra clase social en la jefatura. Sin embargo, todos quieren que el hombre siga  “siendo el lobo del hombre”. Es esa lucha la que ha creado la diferencia y nos ha debilitado.
Esto no es un tema nuevo, lo que implica que no necesariamente el tiempo soluciona las injusticias. El Papa León XIII, en su  Encíclica Rerum Novarum (“Cosas Nuevas”. 05.05.1891), asoma el desequilibrio creado por “la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos, frente la pobreza de la inmensa mayoría”, advirtiendo que el planteamiento no es “una cosa novedosa”.
Si bien el enfoque de la carta papal es fundamentalmente  una denuncia crítica sobre el trabajo como mercancía, oponiéndose a que ese concepto permita incluir el esfuerzo humano, dentro de los supuestos de la ley de la oferta y la demanda, sin hacer profundas consideraciones humanísticas, a partir del 40° aniversario del extraordinario documento pontificio, el Papa de turno renueva los conceptos, la opinión y normativa de la Iglesia católica, sobre tan doloroso desbalance social, político y económico por lo que la Rerum Novarum es un documento con vigencia permanente.
Un simple virus obligó a  los hombres de la tierra a esconderse espantados, todos al mismo tiempo. Ante él de nada sirven las balas, aviones, sub marinos atómicos, bombas termonucleares, útiles sólo para matar otros hombres, pero no para erradicar el mal. Ese virus no es muy fuerte, en realidad ni tan siquiera debió aparecer sobre la faz de la Tierra, porque es producto de la desigualdad, la guerra y la política.
Alguna teoría sustentable explica que el Covid 19 (enfermedad producida) se origina por mutaciones sucesivas del virus, otrora huésped exclusivo del murciélago cuyo sacrificio e ingesta fue oficialmente autorizada, junto con otros animales salvajes de cuyo señorío estamos encargados, ante el hambre que azotó a  millones de asiáticos tras La Gran Marcha y la Guerra Civil china.
El temor reverencial por el virus será  pasajero,  ya vendrán las vacunas y el dominio de la ciencia sobre él, pero el egoísmo y la codicia continuarán porque están muy arraigados en el ser humano. Después del susto y la humillación, seguiremos siendo ciegos ante más de ochocientos cincuenta millones (850.000.000) de personas que pasan hambre en los 5 continentes, sin contar quienes están sub alimentados, calculados en un mil veinte millones (1.020.000.000) según reciente Informe de la Organización de las Naciones Unidas  para la Agricultura y Alimentación (FAO), lo que representa el 15% de toda la raza humana.
A muy poca gente le preocupa las advertencias provenientes de la FAO, pidiendo cambiar la forma de producción, distribución y consumo de alimentos y  alertando sobre la ampliación semántica  del concepto hambre, porque  debe incluirse el sobre peso y la obesidad, que también son gérmenes malignos provocados por el hombre al explotar negocios relacionados con la necesidad de comer. Este desequilibrio humano se extiende al consumo de agua potable, viviendas adecuadas, vestidos, medicinas, servicios y asistencia.
El problema no es el virus, es el hombre, que ha permitido el 32% de sub nutrición en África Subsahariana y Asia, además de cincuenta y cinco millones (55.000.000) de personas con hambre permanente en Latinoamérica.
Estas marcadas diferencias son simplemente debilidad, porque en bloque no somos capaces de unirnos y poner fin al desequilibrio. Cuando se tiene una mayoría tan aplastante se está en condiciones de imponer normas igualitarias. Lo que sucede, creo, es que los logros parciales individuales o por grupos homogéneos, nos separan del hombre mismo y conjuntos rezagados y ya no queremos igualarnos, sino mantener esa supremacía aunque otros comanden.
No creo que pueda ni deba existir una paridad absoluta entre los hombres. El estudio, el esfuerzo, la capacidad intelectual individual  despuntan automáticamente diferencias necesarias y lógicas, pero sí se requiere de una igualdad básica como el uso de los más elementales bienes y servicios, entendida como obligación del Estado y de los grupos más beneficiados por la riqueza, acceso que debe nacer incluso sin contraprestaciones.
Así sucede en la clasificación por sectores económicos, pero también en otras actividades. Los seres humanos y las organizaciones fundadas para su beneficio atentan incluso contra sí mismo, cuando lo hacen contra la naturaleza y otros elementos creados por Dios, descritos en el Génesis y que recordamos al inicio de estas reflexiones.
Así como ese desequilibrio y sus consecuencias nefastas se ven claramente en el aspecto económico, existe también en la política. Es frecuente que agrupaciones minoritarias en la práctica se adueñen de las grandes mayorías, controlando las instituciones y la ley, que es un  instrumento que en principio, está hecho para igualar lo desigual.
Cuando algún  sector alcanza poder pasajero, lo cree permanente y como consecuencia, se siente único y eterno. No se conforma con escribir la norma, sino que quiere interpretarla y cuando aún así, siente que no lo ha  obtenido todo la aplica de manera distorsionada, para mantener el privilegio.
El gobierno actual de Venezuela  es un claro ejemplo. Con todos los Poderes Públicos concentrados en unas mismas manos, no ha sido capaz de dirigirnos con eficacia,  ha violentado derechos individuales y colectivos reconocidos desde siempre, incluso antes de la aparición del primer hombre sobre la Tierra. Es tarea  de toda la oposición unida buscar soluciones pacíficas, justas, constitucionales. Dios bendiga a Venezuela!
11/04/2020.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El abogado, el juez y los robots.

  Jesús A. Jiménez Peraza @jesusajimenezp   En 1972 la Federación de Colegios de Abogados de Venezuela, obtuvo la aprobación de una pe...