Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
La
fuente y los efectos del amor y del odio
son imposibles de precisar, por su
diversidad. No me refiero al concepto
que conseguimos en cualquier diccionario[1], sino a la causa y los frutos obviamente heterogéneos,
porque pueden generar o ser producto a
su vez, de otros sentimientos o valores humanos, tanto individuales como de
proyección colectiva. Del amor nace el perdón, como de la envidia puede surgir
el odio.
Ellos
han servido de inspiración para connotadas obras de la literatura universal,
como Romeo y Julieta, de Williams
Shakespeare, obra de teatro que cabalga entre ambos, puesto describe el odio legendario de las familias
Montesco y Capuleto y, el amor
sublime que se apoderó de sus dos únicos hijos respectivos, los cuales
produjeron el final infeliz de una tragedia.
El
odio de Adolph Hitler ocasionó la Segunda Guerra Mundial, con innumerables
muertos y el imborrable holocausto. El amor, no sé si filial o fraternal de
Hugo Chávez hacia Fidel Castro, nos ha llevado a una verdadera desdicha a los
venezolanos. Por él fuimos conducidos hacia el socialismo, que es el mismo comunismo, según manifestó el dictador
cubano, en lo que creo fue la única verdad que dijo en toda su vida.
Los
ahora graves y extendidos efectos de la relación Chávez – Castro, se originan por
el anacronismo en la aplicación de la doctrina
socialista - comunista que estaba
como la viruela, prácticamente erradicada en el mundo, circunstancia que se
demuestra con la Perestroika rusa, el triunfo del movimiento Solidaridad en
Polonia y el derribo del Muro de Berlín, todos a finales del siglo XX.
El
bloque de gobiernos de nuestra República Civil de la segunda mitad del siglo
XX, es producto de la unión popular generada por el espíritu gregario del 23 de
enero de 1958, que marcó la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el
cual pudiéramos comparar con un estado generalizado de amor colectivo. Los
gobiernos de esa época cumplieron sus funciones, en general, dentro
de los límites fijados por la Constitución Nacional de 1961. Sus aciertos y
errores, de alguna manera, se distribuían conforme a la competencia de los
Poderes Públicos y, en consecuencia, fueron períodos normales, signados por la
personalidad de cada jefe de Estado y las circunstancias políticas temporales, que
les correspondió.
Quizás
debemos resaltar durante estos gobiernos y en relación al título de estas
reflexiones, la forma anómala como
concluyó el segundo período del presidente Carlos Andrés Pérez, carismático,
receptor de odios y amores de la población, por encima del promedio de los
demás Presidentes de la época, que merece análisis separado.
Pero
no ha sido así con los gobiernos del siglo XXI. Ellos se inician como productos
del odio. De alguna manera, aunque no formal porque en 1998 ganó limpiamente la
consulta electoral, la primera presidencia
de Hugo Chávez es consecuencia de un golpe de Estado, no sólo por ser producto
mediato del movimiento militar del 4 de febrero de 1992, sino de los acontecimientos
seriados de rabia y rencor, que alteraron la paz ciudadana en las principales
ciudades del país en la primera parte de los años 90. Hugo Chávez también fue
secuela de las alianzas tras cortinas,
signadas por odio, que ocasionaron el procesamiento judicial y terminación
abrupta del segundo gobierno del presidente Pérez, que a la postre produjo el
deterioro de una democracia creciente, ejemplo dentro de un continente
convulsionado por guerras intestinas y pobreza.
Debemos
añadir otra manifestación de odio que dio paso a la candidatura y posterior
presidencia de Chávez, reflejado en las confrontaciones más allá de las
ordinarias, que se desataron internamente en el seno de los principales
partidos del estatus, que impidieron candidaturas legítimas en cada uno de ellos
como reflejo del sentimiento de los militantes, tanto copeyanos como adecos.
El
origen de la Presidencia de Nicolás Maduro, quizás tenga parcialmente otra
connotación. Para el 2013 aún persistía una relación de admiración, confundida
con amor, entre las clases populares y Hugo Chávez. Los efectos negativos de
los desaciertos de sus políticas de Estado aún no eran evidentes, no obstante
lo desacertado de sus programas fundados en expropiaciones y populismo, el cual
podía mantener gracias a la venta del petróleo a precios inimaginables, sin
control fiscal y manejado a su antojo.
El
país se regía propiamente por el sistema pernicioso del capitalismo de Estado, que hace a la par de una organización
oficial inmensamente poderosa, a un sector privado empobrecido, débil y al
bloque de ciudadanos dependientes del primero. Estos elementos, más el control
absoluto sobre el árbitro electoral, permitieron que el presidente Chávez aquejado
de grave enfermedad, lo que produce solidaridad humana aparte de su simpatía
personal, pudiera designar como sucesor a Nicolás Maduro tras la formalidad de
una controlada consulta electoral, quien no tiene el mismo carisma de su
antecesor.
Para
completar la carga, la situación financiera del país cambió para mal y
rápidamente comenzó a sufrir la falta de apoyo popular y del liderazgo medio en
el PSUV. Estas condiciones llevan al presidente Maduro a sostenerse en base a
las fuerza que le proporciona el sector armado de los milicianos y colectivos,
con odios sociales acumulados, además de los diversos componentes de la Fuerza
Armada Nacional, hecho que multiplica esa relación de animadversión entre el
gobernante y el pueblo de Venezuela.
Sin
embargo, también se ha acrecentado la desunión, el odio, entre los diferentes
grupos opositores. Ellos conforman un archipiélago, que en vez de unir
esfuerzos y limar las asperezas que lógicamente pueden surgir, prefiere
interponer obstáculos mutuos que, en definitiva, fortalece al objetivo común
que es salir de este gobierno que, con
mucho es el peor en la historia de Venezuela.
El
actual gobierno se escapa de cualquier clasificación dentro de la sociología
política, de allí que genera tanto odio en todas partes: No es comunista o socialista, porque no tenemos ya un Estado
poderoso políticamente clasificado. No es
liberal o capitalista, no tenemos en Venezuela un sector privado productivo
ni beneficiario de los programas del Estado. Tampoco tenemos la mixtura del capitalismo de Estado, estilo chino,
porque todas las empresas expropiadas y las empresas públicas, otrora poderosas,
como PDVSA y las pesadas de Guyana, están arruinadas. Es la triste realidad
nacional que exige, de sus hijos, olvidar los puntos de conflictos y unirnos
para un bien común. Lo más fácil, lógico y democrático, creo, es hacerlo a
través de la mayor minoría opositora, que en estos momentos representa sin
dudas, Juan Guaidó. Una simple encuesta puede ayudarnos a decidir. Vamos a echarle pichón, manos a la obra,
conciudadanos. Dios bendiga a Venezuela!.
[1] Amor: Afecto por el cual
busca el ánimo el bien y apetece gozarlo. Odio:
antipatía, aversión. Diccionario Sopena.
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