viernes, 8 de mayo de 2020

El amor y el odio.


Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
 
La fuente y los efectos del amor y del odio son  imposibles de precisar, por su diversidad. No me refiero al  concepto que conseguimos en cualquier diccionario[1], sino a la causa y los frutos obviamente heterogéneos, porque pueden  generar o ser producto a su vez, de otros sentimientos o valores humanos, tanto individuales como de proyección colectiva. Del amor nace el perdón, como de la envidia puede surgir el odio.
Ellos han servido de inspiración para connotadas obras de la literatura universal, como Romeo y Julieta, de Williams Shakespeare, obra de teatro que cabalga entre ambos, puesto describe el odio legendario de las familias Montesco y Capuleto y, el amor sublime que se apoderó de sus dos únicos hijos respectivos, los cuales produjeron el final infeliz de una tragedia. 
El odio de Adolph Hitler ocasionó la Segunda Guerra Mundial, con innumerables muertos y el imborrable holocausto. El amor, no sé si filial o fraternal de Hugo Chávez hacia Fidel Castro, nos ha llevado a una verdadera desdicha a los venezolanos. Por él fuimos conducidos hacia el socialismo, que es el mismo   comunismo, según manifestó el dictador cubano, en lo que creo fue la única verdad que dijo en toda su vida.
Los ahora graves y extendidos efectos de la relación Chávez – Castro, se originan por el anacronismo en la aplicación de la doctrina  socialista - comunista que estaba como la viruela, prácticamente erradicada en el mundo, circunstancia que se demuestra con la Perestroika rusa, el triunfo del movimiento Solidaridad en Polonia y el derribo del Muro de Berlín, todos a finales del siglo XX.
El bloque de gobiernos de nuestra República Civil de la segunda mitad del siglo XX, es producto de la unión popular generada por el espíritu gregario del 23 de enero de 1958, que marcó la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el cual pudiéramos comparar con un estado generalizado de amor colectivo. Los gobiernos de esa época cumplieron sus funciones, en general,   dentro de los límites fijados por la Constitución Nacional de 1961. Sus aciertos y errores, de alguna manera, se distribuían conforme a la competencia de los Poderes Públicos y, en consecuencia, fueron períodos normales, signados por la personalidad de cada jefe de Estado y las circunstancias políticas temporales, que les correspondió.
Quizás debemos resaltar durante estos gobiernos y en relación al título de estas reflexiones, la forma  anómala como concluyó el segundo período del presidente Carlos Andrés Pérez, carismático, receptor de odios y amores de la población, por encima del promedio de los demás Presidentes de la época, que merece análisis separado.
Pero no ha sido así con los gobiernos del siglo XXI. Ellos se inician como productos del odio. De alguna manera, aunque no formal porque en 1998 ganó limpiamente la consulta electoral,  la primera presidencia de Hugo Chávez es consecuencia de un golpe de Estado, no sólo por ser producto mediato del movimiento militar del 4 de febrero de 1992, sino de los acontecimientos seriados de rabia y rencor, que alteraron la paz ciudadana en las principales ciudades del país en la primera parte de los años 90. Hugo Chávez también fue secuela  de las alianzas tras cortinas, signadas por odio,  que ocasionaron  el procesamiento judicial y terminación abrupta del segundo gobierno del presidente Pérez, que a la postre produjo el deterioro de una democracia creciente, ejemplo dentro de un continente convulsionado por guerras intestinas y pobreza.
Debemos añadir otra manifestación de odio que dio paso a la candidatura y posterior presidencia de Chávez, reflejado en las confrontaciones más allá de las ordinarias, que se desataron internamente en el seno de los principales partidos del estatus, que impidieron candidaturas legítimas en cada uno de ellos como reflejo del sentimiento de los militantes, tanto copeyanos como adecos.  
El origen de la Presidencia de Nicolás Maduro, quizás tenga parcialmente otra connotación. Para el 2013 aún persistía una relación de admiración, confundida con amor, entre las clases populares y Hugo Chávez. Los efectos negativos de los desaciertos de sus políticas de Estado aún no eran evidentes, no obstante lo desacertado de sus programas fundados en expropiaciones y populismo, el cual podía mantener gracias a la venta del petróleo a precios inimaginables, sin control fiscal y manejado a su antojo.
El país se regía propiamente por el sistema pernicioso del capitalismo de Estado, que hace a la par de una organización oficial inmensamente poderosa, a un sector privado empobrecido, débil y al bloque de ciudadanos dependientes del primero. Estos elementos, más el control absoluto sobre el árbitro electoral,  permitieron que el presidente Chávez aquejado de grave enfermedad, lo que produce solidaridad humana aparte de su simpatía personal, pudiera designar como sucesor a Nicolás Maduro tras la formalidad de una controlada consulta electoral, quien no tiene el mismo carisma de su antecesor.
Para completar la carga, la situación financiera del país cambió para mal y rápidamente comenzó a sufrir la falta de apoyo popular y del liderazgo medio en el PSUV. Estas condiciones llevan al presidente Maduro a sostenerse en base a las fuerza que le proporciona el sector armado de los milicianos y colectivos, con odios sociales acumulados, además de los diversos componentes de la Fuerza Armada Nacional, hecho que multiplica esa relación de animadversión entre el gobernante y el pueblo de Venezuela.
Sin embargo, también se ha acrecentado la desunión, el odio, entre los diferentes grupos opositores. Ellos conforman un archipiélago, que en vez de unir esfuerzos y limar las asperezas que lógicamente pueden surgir, prefiere interponer obstáculos mutuos que, en definitiva, fortalece al objetivo común que es salir de este gobierno que, con  mucho es el peor en la historia de Venezuela.
El actual gobierno se escapa de cualquier clasificación dentro de la sociología política, de allí que genera tanto odio en todas partes: No es comunista o socialista, porque no tenemos ya un Estado poderoso políticamente clasificado. No es liberal o capitalista, no tenemos en Venezuela un sector privado productivo ni beneficiario de los programas del Estado. Tampoco tenemos la mixtura del capitalismo de Estado, estilo chino, porque todas las empresas expropiadas y las empresas públicas, otrora poderosas, como PDVSA y las pesadas de Guyana, están arruinadas. Es la triste realidad nacional que exige, de sus hijos, olvidar los puntos de conflictos y unirnos para un bien común. Lo más fácil, lógico y democrático, creo, es hacerlo a través de la mayor minoría opositora, que en estos momentos representa sin dudas, Juan Guaidó. Una simple encuesta puede ayudarnos a decidir. Vamos a echarle pichón, manos a la obra, conciudadanos. Dios bendiga a Venezuela!.

08/05/2020.



[1] Amor: Afecto por el cual busca el ánimo el bien y apetece gozarlo. Odio: antipatía, aversión. Diccionario Sopena.

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