domingo, 18 de octubre de 2020

Fratelli tutti, un bálsamo en la pandemia.


Jesús A. Jiménez Peraza.

@jesusajimenezp 

El populismo y el inmediatismo son  flagelos rechazados por Fratelli tutti. Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad, según expresa la carta apostólica, pero es  insano el populismo como la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder, constituyendo una agravante cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad.

Citando a Antonio Spadaro([i]), señala el Papa Francisco, que el término “pueblo” no es una categoría lógica, ni mística, no todo lo que un pueblo hace es bueno, porque está hecho de lazos sociales y culturales, que no se da de manera automática, sino como propósito lento, difícil, que busca un proyecto común.

Pienso que precisamente ha sido el inmediatismo, como requerimiento de la masa y, el populismo, como respuesta dirigencial, una de las fuentes principales de los males de Venezuela en específico y de Latinoamérica en general.

En mi criterio, el populismo demostrado por el ex presidente Chávez desde inicios de su gobierno, es semejante al descrito como nocivo por el Santo Padre, es decir, valiéndose del pueblo como instrumento para su beneficio político, mediante ofertas inequívocamente engañosas e irrealizables, sólo pensando en el poder eterno, como  demostró con la primera enmienda constitucional del 2009, después de negada la propuesta de reforma en el 2007, con el objeto de implantar la reelección indefinida, para lo cual torció expreso mandato de la CN1999 que impedía dos consultas, con el mismo propósito y dentro de un mismo período (artículo 345 CN1999).

Dentro de este capítulo, titulado “La mejor política”, aboga Su Santidad por el fortalecimiento de las instituciones internacionales, visto el debilitamiento de los estados nacionales, que han antepuesto la economía sobre el ejercicio ético de la política. Por supuesto esas organizaciones deben ser dotadas de autoridad suficiente, para asegurar el bien común internacional, orientándose hacia la erradicación del hambre, la miseria y defensa de los derechos humanos. Este llamado papal nos toca de cerca a los venezolanos, quienes desde hace varios años hemos sido protagonistas directos de sendos Informes elaborados por la Secretaría de DDHH de la ONU (2019), presentado por la doctora Michelle Bachelet,  quien ordenó la elaboración de otro,  realizado a través de una Comisión Independiente presidida por la doctora Martha Valiñas (2020) quien demuestra suficientemente más de 200 casos de violación directa, sin que en la práctica se haya actuado con suficiente contundencia, no sólo para castigar a  los responsables, o para hacer efectivas las medidas cautelares previamente dictadas, sino además para prever que sigan sucediendo, porque esta es una materia de ejecución directa e inmediata, por los resultados graves que produce la vulneración de los derechos establecidos.

El Capítulo Sexto de la encíclica, no obstante la universalidad del lenguaje, parece dirigido a nuestro país. Allí ahonda SS Francisco en la necesidad de dialogar utilizando, para darle su justa dimensión, una serie de sinónimos como acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, comprenderse, para buscar los puntos de contacto que puedan ayudarnos a resolver problemas comunes. En Venezuela no existe un diálogo honesto, sincero, con intenciones de conseguir una vía definitiva para el fin de nuestros permanentes enfrentamientos, no sólo entre la oposición y el gobierno, sino entre ambos grupos entre sí.

El diálogo no es el “febril intercambio de opiniones a través de las redes sociales”, que mejor puede ser definido como “monólogos paralelos”, lo que al final traduce que nadie tiene interés en el bien común. El verdadero diálogo supone el respeto por el punto de vista del otro, aceptando la existencia de intereses legítimos en ambos grupos. Volviendo a esta Venezuela de mis tormentos, para parodiar a José Ignacio Cabrujas, habría sido imposible que a través del diálogo apropiadamente entendido, tuviésemos dos Presidentes, tres órganos legislativos y dos tribunales supremos, que en vez de configurar el  Estado, lo desdibuja y debilita.

La amabilidad en el trato, que implica liberar la crueldad que a veces se instala en las relaciones humanas; la utilización sincera de vocablos comunes como “por favor”, “perdón”,  “gracias”, “con su permiso”, o un estado de ánimo afable que toma el Papa de las enseñanzas de San Pablo (Ga. 5.22), nos aligera las cargas haciéndonos una existencia más soportable.

En Venezuela requerimos paz. SS Francisco signó el capítulo séptimo con la hermosísima frase “Caminos de reencuentro”  (225) que no significa, específicamente en nuestro caso,  volver a los días anteriores al chavismo, fenómeno político que creó y mantiene entre nosotros un mayor enfrentamiento que las guerras de la Independencia y la de Federación. La paz se construye amalgamando la verdad, la justicia y la misericordia, dice el santo Padre. La verdad es el reconocimiento de todo el dolor sufrido y sus causas, no para recurrir a la venganza lo que genera mayor violencia, sino a la reconciliación y el perdón. Esto se escribe y dice fácil, excepto para los millares de venezolanos que han sufrido en carne propia la migración forzada, la cárcel o la muerte de amigos y parientes, incluso descritos en los Informes de la Comisión de DDHH de la ONU, pero quizás pudieran sentir alivio leyendo a Fratelli tutti, que  recomiendo ampliamente.

A quien sufrió de manera injusta y cruel, no se le puede exigir “perdón social”, escribe el Papa, no es posible decretar una reconciliación general cerrando la injusticia con un manto de olvido, pero también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo. “En todo caso lo que jamás se debe proponer es el olvido” (Ft. 246).

El camino a la paz no “implica homogenizar la sociedad, pero sí nos permite trabajar juntos”. Quizás sea ese el mecanismo para iniciar la reconciliación del país. Todos solemos citar a Nelson Mandela, pero pocos realmente siguen sus enseñanzas porque, en el fondo, sentimos que la reconciliación y el perdón son entelequias que nada producen. SS Francisco nos remite a una homilía de los Obispos de Sudáfrica, la tierra de Mandela, para quienes la verdadera reconciliación se alcanza de manera proactiva “formando una nueva sociedad basada en el servicio a los demás, más que en el deseo de dominar; una sociedad basada en compartir con otros lo que uno posee, más que en la lucha egoísta de cada uno por la mayor riqueza posible; una sociedad en la que el valor de estar juntos como seres humanos es definitivamente más importante que cualquier grupo menor, sea este la familia, la nación, la raza o la cultura (Ft 213)” ([ii]).

Gracias, Su Santidad, por esta Carta Pastoral. Dios bendiga a Venezuela!

jesusjimenezperaza@gmail.com

18/10/2020



([i]) “La huellas de un Pastor. Una conversación con el Papa Francisco”. Publicaciones Claretianas. Madrid 2017.

([ii]) Pastoral letter on christian hope in the current crisis (mayo 1986).


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