Jesús A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
El populismo y el inmediatismo son flagelos rechazados por Fratelli tutti. Hay
líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica
cultural y las grandes tendencias de una sociedad, según expresa la carta
apostólica, pero es insano el populismo
como la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar
políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al
servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder,
constituyendo una agravante cuando se convierte, con formas groseras o sutiles,
en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad.
Citando a Antonio Spadaro([i]), señala el Papa Francisco, que el
término “pueblo” no es una categoría lógica, ni mística, no todo lo que un
pueblo hace es bueno, porque está hecho de lazos sociales y culturales, que no
se da de manera automática, sino como propósito lento, difícil, que busca un
proyecto común.
Pienso que precisamente ha sido el inmediatismo,
como requerimiento de la masa y, el populismo, como respuesta dirigencial, una
de las fuentes principales de los males de Venezuela en específico y de
Latinoamérica en general.
En mi criterio, el populismo demostrado por
el ex presidente Chávez desde inicios de su gobierno, es semejante al descrito
como nocivo por el Santo Padre, es decir, valiéndose del pueblo como
instrumento para su beneficio político, mediante ofertas inequívocamente
engañosas e irrealizables, sólo pensando en el poder eterno, como demostró con la primera enmienda constitucional
del 2009, después de negada la propuesta de reforma en el 2007, con el objeto
de implantar la reelección indefinida, para lo cual torció expreso mandato de
la CN1999 que impedía dos consultas, con el mismo propósito y dentro de un
mismo período (artículo 345 CN1999).
Dentro de este capítulo, titulado “La mejor política”, aboga Su Santidad
por el fortalecimiento de las instituciones internacionales, visto el
debilitamiento de los estados nacionales, que han antepuesto la economía sobre
el ejercicio ético de la política. Por supuesto esas organizaciones deben ser
dotadas de autoridad suficiente, para asegurar el bien común internacional,
orientándose hacia la erradicación del hambre, la miseria y defensa de los
derechos humanos. Este llamado papal nos toca de cerca a los venezolanos,
quienes desde hace varios años hemos sido protagonistas directos de sendos
Informes elaborados por la Secretaría de DDHH de la ONU (2019), presentado por
la doctora Michelle Bachelet, quien
ordenó la elaboración de otro, realizado
a través de una Comisión Independiente presidida por la doctora Martha Valiñas
(2020) quien demuestra suficientemente más de 200 casos de violación directa,
sin que en la práctica se haya actuado con suficiente contundencia, no sólo
para castigar a los responsables, o para
hacer efectivas las medidas cautelares previamente dictadas, sino además para
prever que sigan sucediendo, porque esta es una materia de ejecución directa e
inmediata, por los resultados graves que produce la vulneración de los derechos
establecidos.
El Capítulo Sexto de la encíclica, no
obstante la universalidad del lenguaje, parece dirigido a nuestro país. Allí
ahonda SS Francisco en la necesidad de dialogar utilizando, para darle su justa
dimensión, una serie de sinónimos como acercarse,
expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, comprenderse, para buscar los
puntos de contacto que puedan ayudarnos a resolver problemas comunes. En
Venezuela no existe un diálogo honesto, sincero, con intenciones de conseguir
una vía definitiva para el fin de nuestros permanentes enfrentamientos, no sólo
entre la oposición y el gobierno, sino entre ambos grupos entre sí.
El diálogo no es el “febril intercambio de opiniones a través de las redes sociales”, que
mejor puede ser definido como “monólogos
paralelos”, lo que al final traduce que nadie tiene interés en el bien
común. El verdadero diálogo supone el
respeto por el punto de vista del otro, aceptando la existencia de intereses
legítimos en ambos grupos. Volviendo a esta Venezuela de mis tormentos, para
parodiar a José Ignacio Cabrujas, habría sido imposible que a través del
diálogo apropiadamente entendido, tuviésemos dos Presidentes, tres órganos
legislativos y dos tribunales supremos, que en vez de configurar el Estado, lo desdibuja y debilita.
La amabilidad en el trato, que implica
liberar la crueldad que a veces se instala en las relaciones humanas; la
utilización sincera de vocablos comunes como “por favor”, “perdón”,
“gracias”, “con su permiso”, o un estado de ánimo afable que toma el
Papa de las enseñanzas de San Pablo (Ga. 5.22), nos aligera las cargas haciéndonos
una existencia más soportable.
En Venezuela requerimos paz. SS Francisco signó
el capítulo séptimo con la hermosísima frase “Caminos de reencuentro” (225)
que no significa, específicamente en nuestro caso, volver a los días anteriores al chavismo,
fenómeno político que creó y mantiene entre nosotros un mayor enfrentamiento
que las guerras de la Independencia y la de Federación. La paz se construye
amalgamando la verdad, la justicia y la
misericordia, dice el santo Padre. La verdad es el reconocimiento de todo
el dolor sufrido y sus causas, no para recurrir a la venganza lo que genera
mayor violencia, sino a la reconciliación y el perdón. Esto se escribe y dice
fácil, excepto para los millares de venezolanos que han sufrido en carne propia
la migración forzada, la cárcel o la muerte de amigos y parientes, incluso
descritos en los Informes de la Comisión de DDHH de la ONU, pero quizás
pudieran sentir alivio leyendo a Fratelli tutti, que recomiendo ampliamente.
A quien sufrió de manera injusta y cruel, no
se le puede exigir “perdón social”, escribe
el Papa, no es posible decretar una reconciliación general cerrando la
injusticia con un manto de olvido, pero
también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo. “En todo caso lo que jamás se debe proponer es el olvido” (Ft. 246).
El camino a la paz no “implica homogenizar la sociedad, pero sí nos permite trabajar juntos”.
Quizás sea ese el mecanismo para iniciar la reconciliación del país. Todos
solemos citar a Nelson Mandela, pero pocos realmente siguen sus enseñanzas
porque, en el fondo, sentimos que la reconciliación y el perdón son entelequias
que nada producen. SS Francisco nos remite a una homilía de los Obispos de
Sudáfrica, la tierra de Mandela, para quienes la verdadera reconciliación se
alcanza de manera proactiva “formando una
nueva sociedad basada en el servicio a los demás, más que en el deseo de
dominar; una sociedad basada en compartir con otros lo que uno posee, más que
en la lucha egoísta de cada uno por la mayor riqueza posible; una sociedad en
la que el valor de estar juntos como seres humanos es definitivamente más
importante que cualquier grupo menor, sea este la familia, la nación, la raza o
la cultura (Ft 213)” ([ii]).
Gracias, Su Santidad, por esta Carta
Pastoral. Dios bendiga a Venezuela!
jesusjimenezperaza@gmail.com
18/10/2020
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