Jesús
A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp
Estamos a pocos días del 6D, oportunidad fijada por mandato
de la CN1999 para la renovación de la Asamblea Nacional, órgano cabeza del
Poder Legislativo, uno de los que conforman el Poder Público Nacional. Sin él o
a falta de alguno de los otros, no tendríamos la República. El ser humano sigue
siéndolo aunque le falte un órgano, porque tiene alma que le da la posibilidad
de razonar, discernir y por tanto, puede actuar para ejercer sus deberes y
derechos, pero no resulta igual con las personas jurídicas, como el Estado o una
empresa privada, que ante la ausencia de
dirección queda inactivo.
He leído cuanto me ha sido posible para entender los
argumentos de quienes, con respeto y razones sociológicas – jurídicas, invitan
a la abstención, pero ninguna me ha convencido. Ya tenemos la experiencia del
ausentismo en el 2005, cuando se avanzó mucho en la consolidación legal del
régimen comunista, para entonces encabezado por Hugo Chávez. También recordamos
el apoteósico triunfo de la oposición en el 2015, que sólo pudo ser
contrarrestado por hechos arbitrarios e ilegales desplegados al unísono por los
Poderes restantes del mismo Estado.
Antes de la instalación del nuevo Parlamento, el Poder
Judicial se encargó de mutilar el número de diputados obtenido, mientras a
instancias del Ejecutivo se declaró la inconstitucionalidad de cuanta ley
aprobaba; el Electoral, tuvo a su cargo impedir el plebiscito revocatorio y, por su parte, el Poder Ciudadano mira hacia
otro lado para no sancionar todos esos hechos contrarios a la ley y la ética
pública que es su misión.
No puedo entender la razón lógica de la propuesta para la
abstención. No tiene sentido una encuesta para determinar que la inmensa mayoría
del pueblo venezolano, está en desacuerdo
con las políticas del gobierno y a la
vez, obtener autorización que permita
gestionar asistencia internacional para rescatar nuestra democracia. Desde el 5
de febrero del 2019, cuando se dictó el Estatuto para la Transición, al cual le
di caluroso apoyo, el diputado Juan Guaidó asumió como función principal
gestionar el “cese de la usurpación”,
“definir las bases para la transición” y “tutelar ante la comunidad
internacional los derechos del Estado y pueblo venezolanos”.
Hoy lejos de consultas es tiempo de rendir cuentas de
esas gestiones. Sabemos que se cumplieron muchos actos al respecto, lo que no
vemos es el resultado. Es hora de cambiar estrategias porque las circunstancias
han variado. Ya los Republicanos no estarán en la Casa Blanca, vienen los
Demócratas quienes como postrera política de Barak Obama flexibilizaron las
relaciones de EEUU con Cuba, visitando La Habana y permitiendo la
incrementación de las remesas, principal fuente de ingreso para la isla; los
países del Grupo de Lima luchan hoy con sus graves conflictos políticos
internos, que generan cambios paulatinos de sus gobiernos hacia la izquierda o
de presión popular hacia los conservadores, como el caso chileno y, la Unión
Europea enfrenta actualmente y como problema prioritario, la recuperación de
sus desbastadas economías y empresas a raíz del coronavirus.
Ha sido muy difícil para el hombre hilvanar el complejo
entramado de normas necesarias para regir la forma de gobernarse. Dios mismo
impuso unas normas de conducta (Éxodo, 20) entregadas a Moisés en el Monte
Sinaí bajo la forma de Decálogo, pero no traducen ellas más que deberes y la
obediencia hacia Dios, como Ser Supremo, sin determinar la forma como se
designa y rige el gobierno entre los hombres.
Escribió John Locke (1632 – 1704), ius positivista, en su conocido Ensayo sobre el gobierno civil, que Adán no recibió de Dios el
poder para gobernar el mundo, por lo que resulta absurdo el planteamiento que
se atribuyó la monarquía al usurpar ese derecho, como mandato divino. De haber
existido, resalta Locke, fue un hecho tan antiguo que por no estar escrito se
perdió en el tiempo. De manera que el gobierno nació inicialmente como hecho de
fuerza, el más fuerte se impone sobre el más débil sin instrucciones previas,
por lo que es ejercido siempre con las cambiantes y caprichosas imposiciones de quien ejerza la
jefatura.
El ejercicio y la forma de gobierno es un hecho
fundamental, porque sólo respetando las normas de conducta que emanan de él, se
puede trabajar, disfrutar, crear, convivir. Existe por tanto como correlativos,
el deber y el derecho del hombre a gobernar
y ser gobernado, conforme corresponda, para vivir regido por las normas de conducta que se
hayan aprobado con anticipación.
Con esas bases elabora Locke su teoría sobre el Poder
Político, que resume en el derecho a dictar leyes; regular y preservar la
propiedad; conferir fuerza social suficiente para hacer cumplir la ley; defender
el Estado y lograr el Bien Común. Esta estructura y fines de gobierno la
entendía Locke como ejercida por los reyes, aunque no reconociera la
legitimidad de los mismos por la razón explicada. Por supuesto, no construyó su
teoría en base a una República como organización política, que surgió ocho
décadas después de su muerte con la revolución Francesa. Pero claramente se
corresponde con nuestro actual sistema
democrático, específicamente en Venezuela, que es donde está nuestro interés
concreto.
Evolucionando en su teoría Locke se plantea que ningún
hombre puede pretender volver a su estado natural, es decir, a gobernar y ser
gobernado sin normas previamente diseñadas. Aun cuando sin
las restricciones legales, tenga aparente libertad e igualdad individual, la
ingobernabilidad compromete su vida, salud, libertad y propiedades. Nadie puede
renunciar a un sistema de justicia independiente y soberano, porque no puede ser
juez de su propia causa, ni en la de sus parientes y amigos porque el amor le
llevaría a juzgar favorablemente, o imponer penas que no se corresponden con la
gravedad del hecho juzgado.
Cómo podemos entonces renunciar o abstenernos de la
posibilidad de elegir cualquier funcionario u órgano del Estado, en la
oportunidad prevista. El gobierno de Hugo Chávez, en abundancia económica fue
muy malo; el gobierno del presidente Nicolás Maduro, diluidas las reservas del tesoro, nuestra
moneda, nuestras riquezas naturales, infraestructuras y servicios públicos es
muy malo. Pero para cambiarlo no podemos recurrir a la fuerza por dos razones,
una porque es el gobierno quien la tiene y, dos, porque si la tuviéramos en la
oposición, no podemos volver a la prehistoria y con ello a la ingobernabilidad
de la que habla Locke.
En los debates transmitidos por televisión, que por su
banalidad parecían más para desmotivar
el voto que con la intención de incentivarlo, los candidatos
oficialistas anunciaron un plan de persecución contra los principales dirigentes
opositores, que estuvieron en la dirección de la Cámara durante el período
próximo a finalizar. Creo es preferible votar para impedir la posibilidad que el
oficialismo obtenga una mayoría calificada, que abstenerse, porque además de
impedir esa injusticia, podríamos entrar en una etapa seria y efectiva de
negociación política, a través de la cual se han revertido los principales
regímenes comunistas en el mundo. Dios bendiga a Venezuela!
30/11/2020.
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