lunes, 30 de noviembre de 2020

La necesidad de un gobierno civil.


Jesús A. Jiménez Peraza.

@jesusajimenezp

Estamos a pocos días del 6D, oportunidad fijada por mandato de la CN1999 para la renovación de la Asamblea Nacional, órgano cabeza del Poder Legislativo, uno de los que conforman el Poder Público Nacional. Sin él o a falta de alguno de los otros, no tendríamos la República. El ser humano sigue siéndolo aunque le falte un órgano, porque tiene alma que le da la posibilidad de razonar, discernir y por tanto, puede actuar para ejercer sus deberes y derechos, pero no resulta igual con las personas jurídicas, como el Estado o una empresa privada, que ante la ausencia de  dirección queda inactivo.

He leído cuanto me ha sido posible para entender los argumentos de quienes, con respeto y razones sociológicas – jurídicas, invitan a la abstención, pero ninguna me ha convencido. Ya tenemos la experiencia del ausentismo en el 2005, cuando se avanzó mucho en la consolidación legal del régimen comunista, para entonces encabezado por Hugo Chávez. También recordamos el apoteósico triunfo de la oposición en el 2015, que sólo pudo ser contrarrestado por hechos arbitrarios e ilegales desplegados al unísono por los Poderes restantes del mismo Estado.

Antes de la instalación del nuevo Parlamento, el Poder Judicial se encargó de mutilar el número de diputados obtenido, mientras a instancias del Ejecutivo se declaró la inconstitucionalidad de cuanta ley aprobaba; el Electoral, tuvo a su cargo impedir el plebiscito revocatorio y,  por su parte, el Poder Ciudadano mira hacia otro lado para no sancionar todos esos hechos contrarios a la ley y la ética pública que es su misión.  

No puedo entender la razón lógica de la propuesta para la abstención. No tiene sentido una encuesta para determinar que la inmensa mayoría del pueblo venezolano,  está en desacuerdo con las políticas del gobierno  y a la vez,  obtener autorización que permita gestionar asistencia internacional para rescatar nuestra democracia. Desde el 5 de febrero del 2019, cuando se dictó el Estatuto para la Transición, al cual le di caluroso apoyo, el diputado Juan Guaidó asumió como función principal gestionar el “cese de la usurpación”, “definir las bases para la transición” y “tutelar ante la comunidad internacional los derechos del Estado y pueblo venezolanos”.

Hoy lejos de consultas es tiempo de rendir cuentas de esas gestiones. Sabemos que se cumplieron muchos actos al respecto, lo que no vemos es el resultado. Es hora de cambiar estrategias porque las circunstancias han variado. Ya los Republicanos no estarán en la Casa Blanca, vienen los Demócratas quienes como postrera política de Barak Obama flexibilizaron las relaciones de EEUU con Cuba, visitando La Habana y permitiendo la incrementación de las remesas, principal fuente de ingreso para la isla; los países del Grupo de Lima luchan hoy con sus graves conflictos políticos internos, que generan cambios paulatinos de sus gobiernos hacia la izquierda o de presión popular hacia los conservadores, como el caso chileno y, la Unión Europea enfrenta actualmente y como problema prioritario, la recuperación de sus desbastadas economías y empresas a raíz del coronavirus.

Ha sido muy difícil para el hombre hilvanar el complejo entramado de normas necesarias para regir la forma de gobernarse. Dios mismo impuso unas normas de conducta (Éxodo, 20) entregadas a Moisés en el Monte Sinaí bajo la forma de Decálogo, pero no traducen ellas más que deberes y la obediencia hacia Dios, como Ser Supremo, sin determinar la forma como se designa y rige el gobierno entre los hombres.

Escribió John Locke (1632 – 1704), ius positivista,  en su conocido Ensayo sobre el gobierno civil, que Adán no recibió de Dios el poder para gobernar el mundo, por lo que resulta absurdo el planteamiento que se atribuyó la monarquía al usurpar ese derecho, como mandato divino. De haber existido, resalta Locke, fue un hecho tan antiguo que por no estar escrito se perdió en el tiempo. De manera que el gobierno nació inicialmente como hecho de fuerza, el más fuerte se impone sobre el más débil sin instrucciones previas, por lo que es ejercido siempre con las cambiantes  y caprichosas imposiciones de quien ejerza la jefatura.

El ejercicio y la forma de gobierno es un hecho fundamental, porque sólo respetando las normas de conducta que emanan de él, se puede trabajar, disfrutar, crear, convivir. Existe por tanto como correlativos,  el deber y el derecho del hombre a gobernar y ser   gobernado, conforme corresponda, para  vivir regido por las normas de conducta que se hayan aprobado con anticipación.

Con esas bases elabora Locke su teoría sobre el Poder Político, que resume en el derecho a dictar leyes; regular y preservar la propiedad; conferir fuerza social suficiente para hacer cumplir la ley; defender el Estado y lograr el Bien Común. Esta estructura y fines de gobierno la entendía Locke como ejercida por los reyes, aunque no reconociera la legitimidad de los mismos por la razón explicada. Por supuesto, no construyó su teoría en base a una República como organización política, que surgió ocho décadas después de su muerte con la revolución Francesa. Pero claramente se corresponde  con nuestro actual sistema democrático, específicamente en Venezuela, que es donde está nuestro interés concreto.

Evolucionando en su teoría Locke se plantea que ningún hombre puede pretender volver a su estado natural, es decir, a gobernar y ser gobernado sin normas previamente diseñadas. Aun cuando sin las restricciones legales, tenga aparente libertad e igualdad individual, la ingobernabilidad compromete su vida, salud, libertad y propiedades. Nadie puede renunciar a un sistema de justicia independiente y soberano, porque no puede ser juez de su propia causa, ni en la de sus parientes y amigos porque el amor le llevaría a juzgar favorablemente, o imponer penas que no se corresponden con la gravedad del hecho juzgado.

Cómo podemos entonces renunciar o abstenernos de la posibilidad de elegir cualquier funcionario u órgano del Estado, en la oportunidad prevista. El gobierno de Hugo Chávez, en abundancia económica fue muy malo; el gobierno del presidente Nicolás Maduro,  diluidas las reservas del tesoro, nuestra moneda, nuestras riquezas naturales, infraestructuras y servicios públicos es muy malo. Pero para cambiarlo no podemos recurrir a la fuerza por dos razones, una porque es el gobierno quien la tiene y, dos, porque si la tuviéramos en la oposición, no podemos volver a la prehistoria y con ello a la ingobernabilidad de la que habla Locke. 

En los debates transmitidos por televisión, que por su banalidad parecían más para desmotivar  el voto que con la intención de incentivarlo, los candidatos oficialistas anunciaron un plan de persecución contra los principales dirigentes opositores, que estuvieron en la dirección de la Cámara durante el período próximo a finalizar. Creo es preferible votar para impedir la posibilidad que el oficialismo obtenga una mayoría calificada, que abstenerse, porque además de impedir esa injusticia, podríamos entrar en una etapa seria y efectiva de negociación política, a través de la cual se han revertido los principales regímenes comunistas en el mundo. Dios bendiga a Venezuela!

jesusjimenezperaza@gmail.com

30/11/2020.

 

 

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