Jesús
A. Jiménez Peraza.
@jesusajimenezp.
El
país está desorientado. Nos rige un gobierno sin gestión ni liderazgo significativo
para superar una crisis ya sistémica,
que va por un cuarto de siglo. Se construyó y sostiene con mentiras. Los
resultados suministrados oficialmente por el Consejo Nacional Electoral, en
cuanto al número de participantes y tendencia en el referendo del pasado 03 de
diciembre, han creado frustración y desesperanza porque no reflejan el
movimiento observado en las calles ni en los comentarios de la gente común.
Después
de realizada la consulta donde supuestamente nos pronunciamos más de 10.400.000
personas, que participamos para decidir una conducta sugerida por la Asamblea
Nacional como promovente del referendo y, que además fomentó un ambiente bélico
porque implica ocupación unilateral de territorio, al celebrar en sesión cargada de emociones dar inicio a la creación del Estado de Guayana
Esequiba, se ocupa el alto gobierno de dialogar con
Guyana, cuando debió ser al revés para no limitar al presidente Maduro como
interlocutor, al dictamen vinculante del Poder Popular.
Pero,
ciertamente, debemos estar convencidos que
el electoral y la paz es el único camino. Si las fuerzas están en un solo lado, es un suicidio
enfrentarlas en el mismo terreno. Desobedecer ese principio no es lógico ni
prudente.
Para
entenderlo basta leer las crónicas sobre el conflicto entre Lagash y Umma, que se tiene como la primera guerra
en la historia. Ellas fueron dos ciudades que hace 45 siglos lucharon durante
100 años por el fértil valle de Guedenna. Al final ambas perdieron y solo dejaron
una estela de perros y buitres muertos, rememorado hoy en una obra en piedra
caliza que reposa en el museo Louvre de París.
Cuando
la situación política está muy difícil debemos recurrir a la acción y ejemplo de
algunos santos de la iglesia católica, no por santos sino como humanos que
también fueron. Eran verdaderos políticos, no “politiqueros”.
San Agustín de Hipona, uno de los
grandes filósofos de la iglesia, pregonaba que el fin último de los hombres
debe ser alcanzar la paz a través de la justicia y el bien común, lo que a su
vez conforma un Estado recto y justo.
En
su tiempo vital, entre finales del siglo IV y principios del V, lo habitual era
el belicismo entre las tribus bárbaras y las fuerzas del imperio romano, quienes
luchaban por evitar la toma del sector occidental por los primeros. San Agustín
en sus inicios era maniqueista para él solo existía el bien frente al mal, pero
posteriormente llegó a admitir como apropiadas diversas formas de organización
social, democracia, monarquía o la
aristocracia, en tanto y en cuanto impidieran la consolidación de injusticias y
arbitrariedades, propiciada por la
tiranía, oligarquía y demagogia.
Se
dice que el episodio de quiebre en su conducta, fue cuando el arzobispo de
Milán quién después sería san Ambrosio,
le recomendó a su madre santa Mónica que no le hablara a Agustín tanto sobre Dios, sino al revés, que le hablara a Dios sobre
Agustín. La política en definitiva es para san Agustín la retrospección, para llegar a la razón, cuya
esencia es Dios mismo.
San Ambrosio fue el primer cristiano en conseguir
que se reconociera el poder de la iglesia por encima del Estado,
desterrando definitivamente a los herejes, a quienes prohibió intervenir
en la vida política activa. El tema no
era fácil porque los herejes eran muy numerosos e influyentes.
Ambrosio
entendió las dificultades de la política a la vez que subía en el ejercicio de
cargos públicos. Se inició como oficinista y luego consejero de la prefectura,
para ascender posteriormente a gobernador de Lombardía lo que le permitió
relacionarse con el poder, ya que Milán era la capital del imperio romano
Occidental.
Por
supuesto, para la época era muy importante
entender la diferencia entre el poder político humano y el proveniente de Dios,
lo que hizo nacer la doctrina de los Arrianos quienes no reconocían la
condición divina de Jesús. Para ellos Cristo era un hombre no un Dios, aunque
había sido creado por Él a su imagen y semejanza, de manera que se dificultaba
el ejercicio de la política, sin caer en populismo y sin negar la esencia del
cristianismo construido sobre ese misterio de la Tres Divinas Personas, tan
celosamente pregonado por la iglesia romana.
Mientras
ejercía la Gobernación en el año 374, la influencia de los Arrianos era muy
grande, había muerto Ausencio obispo de Milán, quien era arriano y todo presagiaba un gran enfrentamiento
social. Afortunadamente en una asamblea pública, una voz infantil anónima
propuso a Ambrosio como Obispo, idea que caló en la población a pesar que no
estaba bautizado, pero fue aceptado por el emperador Valentiniano y el Papa Dámaso.
Fue de esta manera, con seguridad obra
divina, que logró tenderse el puente entre las dos organizaciones sociales,
instaurándose el orden y la paz colectiva.
La
segunda mitad del siglo XX tuvo el privilegio de tener al más grande de los
líderes de la historia universal: San
Juan Pablo II. Su mayor proyección política la expresa a través de sus
encíclicas, fundamentalmente Centesimus annus (El centésimo año), que continuó
la tradición de revisar periódicamente la Rerum Novarum del Papa León XIII, que por
cierto marcó un hito en el Derecho Laboral venezolano. San Juan Pablo II no
acepta a rajatablas ningún extremo, ni el socialismo ni el liberalismo, lo que
obliga a todos los líderes mundiales a citarlo como fuente doctrinaria, pero en
forma celosa y limitada, hasta donde convenga a sus intereses.
Pregona
que el Estado debe proteger y no sofocar al individuo, la familia y la sociedad
quienes son anteriores y deben considerarse, a todo evento, por encima de él. También analiza integralmente el sistema
liberal, pero rechaza la protección exclusiva al sector económico más privilegiado. De manera que el Estado está
llamado a dibujar un marco de acción, determinando una tutela para todos, revisando constantemente los derechos
sociales del ser humano, porque de ellos depende su dignidad y a la vez,
adelantarse en lo que serán los nuevos retos del tercer milenio que para
entonces estaba por iniciarse, cargado de incógnitas y promesas. Así utiliza
como sabia metáfora, el abolir cosas
viejas para ir descubriendo cosas
nuevas, en cuanto sean más útiles para el mundo y sus habitantes.
De
ese profundo conocimiento de Europa devastada por la II Guerra Mundial, con una
parte bajo el dominio comunista y la
otra mitad tratando de enfrentarla y protegerse de ella, nació el liderazgo de SS Juan Pablo II.
El
centro de la doctrina de este Papa insigne es el hombre y su dignidad, lo que
analiza a profundidad desde su primera encíclica Redemptor hominis (El Cristo Redentor y la dignidad
del hombre), donde defiende los derechos inalienables y naturales. Destaca
entre sus 14 cartas encíclicas la Veritatis splendor (El esplendor de la verdad)
para fijar la posición de la iglesia frente a un mundo donde el valor moral
sucumbe ante el materialismo y, contra toda conducta que atente contra la
familia y sus componentes. Actualmente hay fuerzas del mal unidas en público y
descarado complot, contra la integridad familiar y su composición biológica
natural. Cuánta falta hace Juan Pablo II, sin desmerecer al actual Vicario de
Cristo, SS Francisco.
Su
figura sobresalió en el icónico derrumbe del Muro de Berlín. Según Lech Walesa
en un 50% obra de SS Juan Pablo II. Esa
muralla que graficaba la Cortina de Hierro,
para separar el mundo comunista oriental y el liberal occidental, representaba
la repartición de la Alemania vencida en manos de los Aliados.
Dentro
de sus luchas por la dignidad humana, siempre resaltó san Juan Pablo II el
hecho de la posesión y la propiedad de la tierra, a la cual atribuyó una
fisonomía propia y un destino dado por Dios desde la Creación. Así lo escribe y
ordena la Biblia lo que remarcaba diciendo que “sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social”, esa
expresión es considerada como doctrina propia de la Iglesia, separando así el
concepto concebido tanto por el socialismo como por el capitalismo, sin
considerarla como derecho absoluto ni incondicional.
Al
trabajo sobre la tierra dedicó su encíclica Laborem Exercens (Es por el Trabajo),
porque solo éste produce la propiedad
sobre la tierra y confirma su dominio sobre el mundo visible, cumpliéndose de
esa manera el plan original de El Supremo Creador. Dios bendiga a Venezuela!
jesusjimenezperaza@gmail.com
15/diciembre/2023.
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