viernes, 15 de diciembre de 2023

Seguir el ejemplo de grandes políticos de la iglesia católica.

 


Jesús A. Jiménez Peraza.

@jesusajimenezp.

El país está desorientado. Nos rige un gobierno sin gestión ni liderazgo significativo para superar una crisis ya sistémica,  que va por un cuarto de siglo. Se construyó y sostiene con mentiras. Los resultados suministrados oficialmente por el Consejo Nacional Electoral, en cuanto al número de participantes y tendencia en el referendo del pasado 03 de diciembre, han creado frustración y desesperanza porque no reflejan el movimiento observado en las calles ni en los comentarios de la gente común.

Después de realizada la consulta donde supuestamente nos pronunciamos más de 10.400.000 personas, que participamos para decidir una conducta sugerida por la Asamblea Nacional como promovente del referendo y, que además fomentó un ambiente bélico porque implica ocupación unilateral de territorio, al celebrar  en sesión cargada de emociones  dar inicio a la creación del Estado de Guayana Esequiba,   se ocupa el alto gobierno de dialogar con Guyana, cuando debió ser al revés para no limitar al presidente Maduro como interlocutor, al dictamen vinculante del Poder Popular.

Pero, ciertamente,  debemos estar convencidos que el electoral y la paz es el único camino. Si las fuerzas  están en un solo lado, es un suicidio enfrentarlas en el mismo terreno. Desobedecer ese principio no es lógico ni prudente.

Para entenderlo basta leer las crónicas sobre  el conflicto entre  Lagash y Umma, que se tiene como la primera guerra en la historia. Ellas fueron dos ciudades que hace 45 siglos lucharon durante 100 años por el fértil valle de Guedenna. Al final ambas perdieron y solo dejaron una estela de perros y buitres muertos, rememorado hoy en una obra en piedra caliza que reposa en el museo Louvre de París.

Cuando la situación política está muy difícil debemos recurrir a la acción y ejemplo de algunos santos de la iglesia católica, no por santos sino como humanos que también fueron. Eran verdaderos  políticos, no  “politiqueros”. San Agustín de Hipona, uno de los grandes filósofos de la iglesia, pregonaba que el fin último de los hombres debe ser alcanzar la paz a través de la justicia y el bien común, lo que a su vez conforma un Estado recto y justo.

En su tiempo vital, entre finales del siglo IV y principios del V, lo habitual era el belicismo entre las tribus bárbaras y las fuerzas del imperio romano, quienes luchaban por evitar la toma del sector occidental por los primeros. San Agustín en sus inicios era maniqueista para él solo existía el bien frente al mal, pero posteriormente llegó a admitir como apropiadas diversas formas de organización social,  democracia, monarquía o la aristocracia, en tanto y en cuanto impidieran la consolidación de injusticias y  arbitrariedades, propiciada por la tiranía, oligarquía y demagogia.

Se dice que el episodio de quiebre en su conducta, fue cuando el arzobispo de Milán quién después sería  san Ambrosio, le recomendó a su madre santa Mónica que no le hablara a Agustín tanto sobre Dios, sino al revés, que le hablara a Dios sobre Agustín. La política en definitiva es para san Agustín  la retrospección, para llegar a la razón, cuya esencia es Dios mismo.

San Ambrosio fue el primer cristiano en conseguir que se reconociera el poder de la iglesia por encima del Estado, desterrando  definitivamente  a los herejes, a quienes prohibió intervenir en la vida política activa.  El tema no era fácil porque los herejes eran muy numerosos e influyentes.

Ambrosio entendió las dificultades de la política a la vez que subía en el ejercicio de cargos públicos. Se inició como oficinista y luego consejero de la prefectura, para ascender posteriormente a gobernador de Lombardía lo que le permitió relacionarse con el poder, ya que Milán era la capital del imperio romano Occidental.

Por supuesto,  para la época era muy importante entender la diferencia entre el poder político humano y el proveniente de Dios, lo que hizo nacer la doctrina de los Arrianos quienes no reconocían la condición divina de Jesús. Para ellos Cristo era un hombre no un Dios, aunque había sido creado por Él a su imagen y semejanza, de manera que se dificultaba el ejercicio de la política, sin caer en populismo y sin negar la esencia del cristianismo construido sobre ese misterio de la Tres Divinas Personas, tan celosamente pregonado por la iglesia romana.  

Mientras ejercía la Gobernación en el año 374, la influencia de los Arrianos era muy grande,   había muerto  Ausencio obispo de Milán,  quien era arriano  y todo presagiaba un gran enfrentamiento social. Afortunadamente en una asamblea pública, una voz infantil anónima propuso a Ambrosio como Obispo, idea que caló en la población a pesar que no estaba bautizado, pero fue aceptado por el emperador Valentiniano y el Papa Dámaso. Fue de esta manera, con seguridad  obra divina, que logró tenderse el puente entre las dos organizaciones sociales, instaurándose el orden y la paz colectiva.

La segunda mitad del siglo XX tuvo el privilegio de tener al más grande de los líderes de la historia universal: San Juan Pablo II. Su mayor proyección política la expresa a través de sus encíclicas, fundamentalmente Centesimus annus (El centésimo año), que continuó la tradición de revisar periódicamente la  Rerum Novarum del Papa León XIII, que por cierto marcó un hito en el Derecho Laboral venezolano. San Juan Pablo II no acepta a rajatablas ningún extremo, ni el socialismo ni el liberalismo, lo que obliga a todos los líderes mundiales a citarlo como fuente doctrinaria, pero en forma celosa y limitada, hasta donde convenga a sus intereses.

Pregona que el Estado debe proteger y no sofocar al individuo, la familia y la sociedad quienes son anteriores y deben considerarse, a todo evento, por encima de él.  También analiza integralmente el sistema liberal, pero rechaza la protección exclusiva al sector económico más  privilegiado. De manera que el Estado está llamado a dibujar un marco de acción, determinando una tutela para  todos, revisando constantemente los derechos sociales del ser humano, porque de ellos depende su dignidad y a la vez, adelantarse en lo que serán los nuevos retos del tercer milenio que para entonces estaba por iniciarse, cargado de incógnitas y promesas. Así utiliza como sabia metáfora, el abolir cosas viejas para ir descubriendo cosas nuevas, en cuanto sean más útiles para el mundo y sus habitantes.

De ese profundo conocimiento de Europa devastada por la II Guerra Mundial, con una parte  bajo el dominio comunista y la otra mitad tratando de enfrentarla y protegerse de ella,  nació el liderazgo de SS Juan Pablo II.

El centro de la doctrina de este Papa insigne es el hombre y su dignidad, lo que analiza a profundidad desde su primera encíclica Redemptor hominis (El Cristo Redentor y la dignidad del hombre), donde defiende los derechos inalienables y naturales. Destaca entre sus 14 cartas encíclicas la Veritatis splendor (El esplendor de la verdad) para fijar la posición de la iglesia frente a un mundo donde el valor moral sucumbe ante el materialismo y, contra toda conducta que atente contra la familia y sus componentes. Actualmente hay fuerzas del mal unidas en público y descarado complot, contra la integridad familiar y su composición biológica natural. Cuánta falta hace Juan Pablo II, sin desmerecer al actual Vicario de Cristo, SS Francisco.

Su figura sobresalió en el icónico derrumbe del Muro de Berlín. Según Lech Walesa en un 50%  obra de SS Juan Pablo II. Esa muralla que graficaba la Cortina de Hierro, para separar el mundo comunista oriental y el liberal occidental, representaba la repartición de la Alemania vencida en manos de los Aliados.

Dentro de sus luchas por la dignidad humana, siempre resaltó san Juan Pablo II el hecho de la posesión y la propiedad de la tierra, a la cual atribuyó una fisonomía propia y un destino dado por Dios desde la Creación. Así lo escribe y ordena la Biblia lo que remarcaba diciendo que “sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social”, esa expresión es considerada como doctrina propia de la Iglesia, separando así el concepto concebido tanto por el socialismo como por el capitalismo, sin considerarla como derecho absoluto ni incondicional.

Al trabajo sobre la tierra dedicó su encíclica Laborem Exercens (Es por el Trabajo), porque solo éste  produce la propiedad sobre la tierra y confirma su dominio sobre el mundo visible, cumpliéndose de esa manera el plan original de El Supremo Creador. Dios bendiga a Venezuela!

jesusjimenezperaza@gmail.com

15/diciembre/2023.

 

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